Cuando llegaron al edificio en cuya fachada se veía un letrero de «se vende», pareció más acogedor de lo que Paula había temido. Aunque su imaginación había poblado el lugar con ratas y cucarachas, daba la impresión de estar bastante limpio.
Mientras permanecía de guardia con la mochila y la bolsa de comida rápida que Pedro había comprado de camino, él había dado la vuelta, abierto una ventana y luego la puerta frontal para dejarla pasar.
En ese momento se hallaban en lo que probablemente había sido una antigua recepción, apenas iluminada por la luz de las farolas que penetraba por las ventanas sucias. No había ningún mueble, simplemente un mostrador detrás del cual dio por hecho que en el pasado había habido escritorios.
Sacó la linterna que había metido en la mochila, la encendió e iluminó el suelo. Un poco de escayola. Polvo. Nada horrendo.
El olor de los tacos que había comprado Pedro le llegó a la nariz e hizo que el estómago vacío le crujiera en señal de protesta. Estaba famélica. Pero también demasiado nerviosa como para pensar en comer.
-¿Crees que algún guarda comprueba el edificio por la noche?
-¿En un lugar tan pequeño como éste? No lo creo.
-Entonces, es más que probable que no estemos solos -murmuró al detenerse en una puerta y mirar en la siguiente habitación.
Vacía.
-¿Buscas compañía? -preguntó él.
-Creía que la posibilidad de encontrarnos con algunos chicos de la calle era el motivo de que viniéramos aquí -de lo contrario, podrían haber ido a casa para empezar otra vez al día siguiente-. Pensé que querías estar en un sitio donde Delfina, o alguien que la hubiera visto, pudiera aparecer.
Y estaba la posibilidad de encontrarse con alguien realmente peligroso.
-Correcto -convino Pedro-. Pero nunca puedes estar seguro de a quién te encontrarás ni dónde.
Parecía divertido, lo que la irritó. La situación no tenía nada de divertida... dormir en un edificio abandonado, especialmente después de haber aceptado mantener una conducta inapropiada con él.
Conducta inapropiada. Parecía el título de una película. O un veredicto impuesto por un tribunal por haberse comportado como una cualquiera cuando rompió con él.
Estaban solos y era tarde. Se sentía tan cansada, que los ojos le pesaban. Si se demoraban más terminaría por quedarse dormida, lo cual podría irritar a Pedro lo suficiente como para que la abandonara.
No podía permitirlo. Tendría que proporcionarle la noche de su vida. Se humedeció los labios y luchó contra la corriente de excitación que la re¬corrió al pensar en la posibilidad de volver a hacer el amor con él.
Recordó la primera vez. Su primera vez. Pedro había sido muy gentil. Paciente. Cariñoso. El corazón le dolía por lo inocentes que habían sido.
Pero hacía años que ninguno de los dos era inocente, no desde que la manipulación de su padre empañara el amor que habían compartido.
«Piensa en trabajo. Nada personal», se dijo.
-Elegí este lugar porque pensé que sería seguro -comentó él, yendo hacia otra puerta-. Y porque supuse que las cañerías todavía funciona¬rían.
-Qué considerado -musitó ella, pero agradecía la perspectiva de disponer de agua corriente, aunque estuviera fría-. ¿Dónde vamos a... acomodarnos para pasar la noche?
Intentaba evitar la palabra «dormir». Además, dudaba de que llegaran a dormir mucho.
-Yo elegí el edificio. Ahora te toca a ti. Donde tú creas que vas a estar más cómoda.
-No estoy cómoda. No, lo estaré hasta que todo se resuelva y vuelva a reunirme con mi hermana -aunque esa reunión no arreglaría las cosas. Pero sería un punto de partida.
-¿Podrías decidirte? Me gustaría comer antes de que la comida se enfríe.
-Comer. Sí -murmuró y recorrió la zona con el haz de luz de la linterna. Como si no tuviera cosas más importantes en la cabeza-. ¿Qué te parece ahí?
Había indicado un cuarto interior lejos de la calle, pero aún cerca del cuarto de baño.
-Gracias a Dios -susurró Pedro, encontrando lo que parecía un embalaje de madera detrás del mostrador, que llevó al cuarto más pequeño.
A regañadientes, Paula lo siguió.
En el centro de la habitación, Pedro sacaba algo del interior de la caja y la convertía en una mesa, sobre la que depositó la bolsa con la cena. Luego extendió la manta que había extraído de la caja de madera.
-¿Quieres que nos sentemos en eso?
-Mejor que el suelo.
-Pero ¿quién sabe dónde ha estado?
-A mí me parece bastante limpia -se encogió de hombros.
Antes que discutir, Paula apagó la linterna y de la mochila sacó unas cosas que había llevado para la noche. Una sábana limpia, una almohada hinchable y un par de velas, que encendió y depositó sobre la caja.
-Desde luego, has venido bastante preparada -comentó él al extender la sábana encima de la manta...
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