Sintió el aliento de él en la oreja y el hombro pegado en su espalda. Agradeció que la mochila impidiera un contacto corporal pleno. Con un temblor, giró la cabeza para mirarlo y se preguntó en qué se había convertido Pedro. Esperó que fuera un hombre que antepusiera el honor a la venganza, aunque temía lo contrario.
-Luego -repuso, centrando su atención en la artista del tatuaje, que daba los últimos retoques a la mariposa.
-Ya está, encanto, disfrútala -la tatuadora despidió a la joven y se volvió hacia ellos-. ¡Pedro! - abrió mucho los ojos oscuros detrás de unas pequeñas gafas-.Al fin has sucumbido a mi talento.
-No, Carola, buscamos a alguien que ha podido venir la semana pasada -comentó-. Una joven de diecisiete años.
-Jamás he visto a alguien así -Carola puso los ojos en blanco.
-Se llama Carola y es una rubia bonita como su hermana, aquí. Échale un vistazo a la foto -pidió Pedro, indicándole a Paula que debería sacarla.
Un momento más tarde, la tatuadora estudiaba la foto y movía la cabeza.
-No. Nunca la he visto, Pedro, cariño. Recordaría a alguien tan delicioso.
Pero Carola miraba directamente a Paula, quien se movió incómoda.
-Mantén un ojo abierto y tendrás mi eterna gratitud -pidió Pedro.-¿Es todo? -comentó la joven con un mohín. Miró a uno y a otro con expresión astuta-. ¿Y qué recibo si la encuentro para tí?
-Diría que lo que quisieras, pero te aprovecharías de mí.
Lo dijo con tanta gracia que Carola le dio un ligero golpe en el pecho y luego pasó las uñas largas por la musculatura del torso.
-Sabes que soy tu rendida esclava.
Un nuevo cliente cortó cualquier posible coqueteo ulterior.
Al trasladarse a la zona de los piercings, Paula susurró:
-Carola funciona en ambos sentidos, ¿eh? -No -repuso Pedro en voz baja-. Él sí. Carola solía ser Carlos.
Paula rió.
-Diablos... demasiado información.
Algo poco habitual para ella. Tenía que reconocer que era un poco conservadora en un mundo democrático. Hasta su padre a veces la reprendía por no ser más abierta.
Recordó que una vez había sido abierta y confiada Y entonces había conocido a Pedro Alfonso. Y el modo en que terminó aquella relación la había afectado tan profundamente que ella misma había cambiado para siempre.
Se marcharon de EyeCandy después de recibir una pista de una chica a la que Pedro había entrevistado semanas atrás. Les había sugerido que pasaran por Wicker Park. En la ciudad había un barrio entero que recibía ese nombre, pero se refería al parque en concreto. Había oído hablar de una chica nueva que en las últimas noches había circulado por allí. Y, por si no tenían suerte, mencionó otro parque cercano.
Mientras caminaban por una calle lateral, Pedro pensó que daría un ojo por saber lo que le ocultaba Paula. Podía insistir en conocer la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Podía informarla de que no daría ni un paso más a menos que le contara todo lo que había sucedido para que Delfina huyera. Sin duda Paula estaba protegiendo a su padre de. alguna especie de suicidio político... pero ¿qué? Delfina no se había ido porque su padre le hubiera impuesto algunas restricciones. De eso estaba seguro.
Temía que si le daba un ultimátum, se marcharía para siempre. Se sobresaltó al comprender lo mucho que lo molestaba ese pensamiento.
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