—No esperaba menos —musitó ella—. Me gusta pelear.
Pedro se movió en la cama e hizo un gesto de dolor.
—Estos malditos puntos me tiran.
—Te los quitarán dentro de pocos días y te podrás ir a casa.
—Tendrán que instalar mi dormitorio en la planta baja —susurró, cerrando los ojos. Entonces, los abrió de repente y la miró. Inmediatamente, notó las señales de fatiga—. No te has marchado del hospital desde que me ingresaron excepto para dormir.
—Ana necesitaba a alguien. No tienes más familia.
—Jamás podría haberte imaginado cuidando de mi madre.
—Yo también tengo un hijo. Tal vez la comprendo mejor ahora que antes.
— ¿Tienes una fotografía de él?
— ¿De él?
— Sí. De mi hijo.
—Sí, claro —afirmó ella. Había notado la nota de posesión que llevaban aquellas palabras. Inmediatamente, rebuscó una foto de Franco en su bolso.
Cuando se la enseñó a Franco, él la estuvo mirando durante mucho tiempo sin hablar.
—Tiene tus ojos —dijo por fin—. Sin embargo, la nariz y el cabello son míos.
—También va a ser muy alto.
— ¿Cuándo lo hicimos? —preguntó.
Ella sintió que el cuerpo se le acaloraba. No quería recordar—. ¿Cuándo?
—La primera vez.
—Dios mío...
Pedro volvió a mirar la fotografía con una expresión que Paula no le había visto nunca. Tenía los ojos marcados por una expresión de tristeza y dolor. Le devolvió la fotografía a Paula.
—Tal vez no lo hubiera conocido nunca...
— Se lo habría dicho algún día —afirmó Paula, mientras volvía a guardar la fotografía en el bolso—. Juan y yo acordamos que él tenía derecho a saber quién era su verdadero padre.
Ana entró en la habitación mientras Paula estaba hablando. Permaneció en la puerta, escuchando.
— ¿Tan pronto vuelves? —le preguntó Pedro lleno de sarcasmo—. Si es para mí, estoy cansado de café.
Ana le entregó la taza a Paula y se sentó con la suya al lado de la ventana sin articular palabra.
—Me siento fatal —musitó Pedro—. La empresa se me va a ir al garete mientras yo estoy aquí sin hacer nada.
—Tu vicepresidente lo está haciendo estupendamente —le informó Ana.
— ¿De verdad? ¿Está consiguiendo mantener alejados a los depredadores? —añadió, mirando a Paula.
—Esta depredadora está cansada de tratar de comerse tu empresa —replicó Paula—, al menos por el momento. Esperaré hasta que vuelvas a estar en forma.
—Qué deportivo por tu parte. ¿Y si no vuelvo a ponerme de pie?
—El doctor Danbury dice que sí. Y es el mejor en su campo.
Pedro la miró durante un largo instante, como si estuviera analizando si había verdad en aquellas palabras.
—Muy bien.
—Podrás volver a casa dentro de unos días —dijo Ana.
—He decidido que me voy a ir al ático —anunció Pedro.
Su madre palideció.
—Ni hablar —afirmó Paula—. Te irás a tu casa, que es donde debes estar.
— ¿Me vas a obligar tú? —quiso saber Pedro.
—No, pero el señor Gimenez sí. Voy a prestárselo a tu madre durante una semana o así, hasta que tú estés instalado. El señor Gimenez es muy buen fisioterapeuta.
— ¡No pienso tener a tu amante en mi casa!
—El señor no ha sido nunca mi amante ni lo será — contestó tranquilamente Paula—. Es mi guardaespaldas. A principios de año Franco sufrió un intento de secuestro. Si no hubiera sido por el señor Gimenez, no sé que habría ocurrido.
— ¿Secuestro?
—Pedro, no tienes ni idea de la fortuna que he heredado. Esa cifra de dinero convierte en blanco a todos los que están cerca de mí. En especial a Franco. El señor Gimenez no lo abandona ni por un momento, a menos que esté seguro de que el niño está a salvo.
— ¡Menuda vida para un niño!
—Y para su madre —afirmó ella—. También acaba con mis nervios. Por suerte, el señor Gimenez es ex agente de la CÍA y conoce muy bien su trabajo.
Pedro pareció relajarse un poco. Ana no hacía más que pensar en lo ocurrido. Se le ocurrió una solución que terminaría con todos los problemas y que incluso la protegería de la ira de su hijo.
—Paula—dijo—, ¿por qué no te vienes a vivir con nosotros mientras Pedro se recupera?
Paula la miró boquiabierta.
—Sí, ¿por qué no? —Le preguntó Pedro—. Es una casa muy grande. Hay mucho sitio para todos. Incluso te puedes traer al señor Gimenez—añadió—, mientras lo mantengas alejado de mí.
—A mí me parece que es ideal —insistió Ana—. Tenemos una cocinera y un ama de llaves excelentes. Tú puedes trabajar desde la casa. Tenemos todas las nuevas tecnologías...
—Sí, Paula. Puedes trabajar en la absorción de mi empresa desde mi propia casa —dijo Pedro con ironía, mirando con odio a su madre.
—Eso sí que es un trabajo interno —bromeó Paula.
—Piénsalo —le suplicó Ana.
Paula empezó a sopesar las alternativas que tenía. Pedro había mejorado mucho al oír la sugerencia de Ana. Tal vez así se aceleraría la recuperación. Sin embargo, Ana estaría cerca de Franco y eso era un riesgo. Por supuesto, también Pedro estaría cerca de su hijo...
—Muy bien —dijo—, pero hay una condición. Franco no puede saber nada del pasado.
Ana dudó, pero sabía que no le quedaba elección. Cedió porque aquélla era la única manera en la que iba a conseguir ver a su nieto.
—De acuerdo —respondió.
Paula asintió. La conversación cambió, pero, durante el resto del día, Paula no dejó de preguntarse si aquello sería lo correcto. Además, aún le tenía que dar la noticia al señor Gimenez, que ciertamente no apreciaba demasiado a Pedro.
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