—Como los granos de arroz en uno de los risotto de Sofía —dijo Paula, sonriendo.
Pero su sonrisa se desvaneció al ver a los hombres aparecer tras ellas. El marido de Carla tomó a ésta por el brazo, y Pedro miró a Paula.
—Paula.
—Es hora de que vayamos a relacionarnos con los invitados y a impresionarles con las joyas Alfonso y con los vestidos diseñados por mí —dijo Paula, deseosa de escapar de la tensión que había entre ellos. Se dirigió hacia la fiesta—. Cuanta más gente compre vestidos, mejor.
—Sí, debemos entrar, pero lo haremos juntos —dijo Pedro, tomándola por el brazo para guiarla.
Simplemente con aquel gesto ella sintió cómo su cuerpo reaccionaba.
—Tenemos que presentar una unión ante nuestros invitados, Paula.
Cuando la miró a los ojos, Paula pudo ver la frustración que los de él reflejaban.
—Había comenzado a confiar en tí un poco hasta que oí de los propios labios de tu hija el dolor que sentía. Ahora ya nunca lo haré.
—¿Por qué te importa tanto, Paula? No es tu hija. A muchas mujeres… Ni siquiera les importa.
—¿Y yo estoy en los primeros puestos de la lista de las mujeres a las que no les importa, porque todo en lo que puedo pensar es en el dinero y en mí misma? —dijo Paula, que sí que había pensado en el dinero… ¡En haber tenido lo suficiente para haber sobrevivido!
—Sé que malinterpreté tu comportamiento en Milán aquella última noche —dijo Pedro—. Pero la manera en la que has utilizado a María demuestra tu… Naturaleza avariciosa. Pretendo que ahora hagas lo correcto para mi tía y, en realidad, eso es todo lo que importa. Así que dejemos que el espectáculo comience. ¿Te parece, querida?
—Lo que sea para acelerar mi separación de tí.
Durante la fiesta, buscó entre los invitados a la hija de Pedro.
—¿Estás buscando una vía de escape, Paula? —preguntó Pedro de manera delicada en el oído de ella.
—Pues no. No estoy escapando de nada. Estoy cumpliendo con mi parte —dijo, acercándose a un grupo de gente, sonriendo y explicándoles el privilegio que para ella suponía poder combinar sus vestidos con las joyas Alfonso.
Entonces Pedro la dejó a solas. Paula debería haberse alegrado, pero la velada se le hizo interminable.
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