—Paula, siéntate…
—Te deseo mucha suerte en el futuro, Pedro.
Se había puesto de pie y tenía el bolso colgado del hombro. Se dió la vuelta y empezó a alejarse. Pedro se levantó.
—¿Así que eso es todo? —preguntó, llamando la atención de las mesas de su alrededor—. No te vayas, Paula. Tu rescate no fue algo normal, aunque debería haberlo sido. No sé lo que eso significa, ni quiero averiguarlo. Pero que tú me preguntes por mi matrimonio…
Pedro se quedó sin coraje, sin palabras y sin aire.
—¿Quieres hablar de ello?
—No.
En el fondo sí quería. Paula Chaves era la última persona con la que debería hablar de su matrimonio, pero la única con la que se imaginaba hablando de ello.
—Está bien.
De repente, todas sus prioridades se quedaron en una: Retener a Paula allí.
—No quiero que nos separemos de esta manera. Lo siento, es que no me gusta hablar de mi vida privada.
—Creo que será mejor dejarlo. Olvidaré que me has contestado como lo has hecho si tú olvidas lo que te he preguntado.
—¿Te gustan las fantasías?
Esperaba que así fuera para que no lo recordara como un canalla.
—Intentémoslo —dijo y volvió a darse la vuelta.
—¿Qué pasa con tu libro?
Era un intento desesperado, pero si conseguía retenerla… Ella se detuvo, pero no se dio la vuelta.
—Quizá en otra ocasión. Adiós, Pedro.
—¡Te tomo la palabra! —exclamó mientras Paula se dirigía decidida hacia la puerta.
De nuevo se fue. Esta vez había sido culpa suya.
El destino debía de querer que se enfrentara a aquello. Si no, la habría dejado en paz y no habría vuelto a ver a Pedro Alfonso más que en sus sueños después de salir de aquel café. Allí estaba él en aquel momento, en carne y hueso, apoyado en la barra de la cafetería del aeropuerto, de espaldas a ella, vestido con unos vaqueros y un jersey. Sintió un nudo en la garganta. No debía de ser una buena señal reconocerlo por detrás. Las semanas que habían transcurrido sin verlo, no habían servido para quitárselo de la cabeza. Los seis días que habían pasado desde que aceptara la invitación del gobierno no le habían servido para prepararse para aquel momento. Se paró a pocos metros de él y respiró hondo.
—Pedro.
Nada. Se quedó mirando sus anchas espaldas. Sus hombros se movían ligeramente y movía un pie junto a la barra. Vió un cable blanco saliendo de su oreja. ¿Estaba bailando? Era evidente que aquello no era algo importante para él.
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