El lunes, Pedro vió un cartel en el tablón de anuncios del comedor de los empleados en el que se anunciaba un curso de cocina gratuito para principiantes que impartirían Paula y Luis el jueves por la tarde. Todos están bienvenidos, ponía en la parte de abajo del cartel.
El jueves por la tarde, Pedro entró en la cocina y se detuvo al ver la cantidad de empleados que habían acudido al curso de cocina. Estaba a tiempo de dar media vuelta y regresar al despacho, donde tenía mucho trabajo por hacer. Sin embargo, permaneció allí quieto con las manos en los bolsillos. Aunque en la publicidad del curso prometían diversión, él sospechaba que había algo más detrás del proyecto de Paula. Ella quería inculcar pasión en los empleados que trabajaban en el hotel. Porque no creía que fuera algo que él pudiera conseguir. «Será como cualquier otro hotel de cinco estrellas», recordó sus palabras. Empezaba a creer que quizá tuviera razón. Él la había evitado durante la mayor parte de la semana, pero no había sido capaz de ignorar su comentario acerca de los motivos por los que ella creía que trabajaba tanto. También tenía razón en eso. Ello explicaba la inquietud que se apoderaba de él cada vez que empezaba a bajar el ritmo. Quizá no le gustara lo que ella le había dicho pero, después de haber visto que estaba en lo cierto, no tenía intención de ignorar sus palabras. Por muchos defectos que ella tuviera, estaba seguro de que nunca había tenido que luchar contra la monotonía. Él quería descubrir cuál era su secreto para evitarla. Ese era el verdadero motivo por el que estaba allí esa tarde. Si quería descubrir sus secretos, tenía que dejar de evitarla. Paula se volvió desde donde estaba hablando con Luis y aplaudió para llamar la atención de todo el mundo. Al momento, la cocina quedó en silencio.
–Primero, me gustaría decirles lo maravilloso que es que esta noche haya tanta gente aquí y darles la bienvenida a vuestro primer encuentro de cocina. Me gustaría recalcar que...
Se calló al ver a Pedro.
–¿Necesitas algo de mí, Pedro?
–Yo... Ví el cartel en el comedor. Pensé que estaría bien venir a aprender algo de una maestra.
Ella lo miró sorprendida.
–Ponía que todos éramos bienvenidos.
–Por supuesto, Pedro –dijo ella, y miró a todos los presentes–. Quiero recalcar que esta noche somos todos iguales, a pesar del puesto que ocupemos en la jerarquía del hotel. Bueno, excepto Luis y yo, por supuesto, que somos los jefes. El propósito de esta clase es doble. El primero y más importante es que nos brindará la oportunidad de conocernos los unos a los otros, y espero que mientras nos divertimos. El segundo es daros la oportunidad de beneficiaros de la experiencia y el talento de Luis, y del mío, claro –se llevó la mano al pecho e hizo una reverencia exagerada, provocando la risa de los presentes.
Pedro también se rió. Esa mujer se había ganado a la gente y todos le hacían caso. Si hubiera hablado él, la gente lo habría escuchado con atención porque era el jefe, pero nunca los habría cautivado tal y como Paula había hecho.
–Al menos esta noche se llevarán la cena a casa. Ahora, puesto que soy la jefa –parpadeó mirando a Pedro y el resto se rió–, elegiré lo que vamos a cocinar esta noche, pero en el comedor hay un buzón de sugerencias por si alguien quisiera sugerir algo para nuestras próximas clases. La cocina india es mi favorita, así que prepararemos un sencillo curry de pollo. ¿Hay alguna persona vegetariana?
Varias levantaron la mano.
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