lunes, 28 de marzo de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 1

Paula se miró en el espejo con esa concentración que normalmente reservaba para los diseños de Paula Chaves de la semana de la moda de primavera. Se fijó en su ojo izquierdo. Se lo abrió cuanto pudo y se puso las pestañas postizas. Parpadeó. Repitió el proceso en el otro ojo. Había aprendido a hacerlo veinte años antes, cuando era modelo... Pero jamás hubiera esperado tener que volver a hacerlo tanto tiempo después, cuando ya no tenía que pasearse delante de las cámaras ni desfilar por una pasarela. A continuación se puso las cejas, también postizas. Esa habilidad sí la había adquirido poco tiempo antes. A diferencia de las pestañas, no se las tendría que quitar cada día. Si tenía cuidado podría tenerlas durante varias semanas. Siempre había tenido las cejas rubias, pero bien tupidas. Solía teñírselas. Pero esos eran otros tiempos. 


Ahuyentó esos pensamientos. No tenía sentido lamentarse por el pasado. Agarró la peluca, la quitó de la base con cuidado y deslizó la mano sobre la larga melena de pelo rubio sintético. Ni siquiera los ojos más expertos hubieran sido capaces de encontrar diferencias entre la peluca y su antigua melena rubia. Su amiga Soledad, una magnífica peluquera, había insistido en que la peluca era demasiado larga, pero ella la había elegido de todas maneras. Era reconfortante saber que era casi igual que su antiguo pelo. Se la colocó y luego se volvió de nuevo hacia el espejo para ajustarla mejor, para parecer normal, para parecer saludable y femenina, para que la gente volviera a tratarla como a un adulto en plenas facultades. Por fin retrocedió y se miró bien. Agarró el colorete. Un poquito más de color en las mejillas no le vendría nada mal. Se volvió a pintar los labios con ese tono rosa pardo permanente y una vez más dió gracias por todos los trucos que había aprendido durante sus años de modelo.  Dió otro paso atrás, se miró la cara, el perfil derecho, luego el izquierdo... Asintió con la cabeza. El corazón empezó a latirle más despacio. Por fin se reconocía a sí misma. Cuando saliera a la calle, nadie lo sabría. Y no había nadie en ese momento; nadie que pudiera ver cómo le temblaba la mano mientras le ponía la tapa al pintalabios, o el trabajo que le costaba cerrar el recipiente de colorete... Apartó la vista del espejo mientras se quitaba el vendaje. Se puso el sujetador, la prótesis, y se puso una camiseta lo más rápido que pudo. A continuación se puso unos vaqueros. Debería haber dado gracias por muchas cosas, pero no era agradecimiento lo que sentía. Sentía miedo. Tenía miedo de que la vida ya no volviera a ser como antes. Tenía miedo de seguir preocupando a su tía Gloria, a la que tanto quería. Recientemente le había dado por decir que iba a vender la casa y que se iba a mudar a Sídney con ella.


Paula se dejó caer sobre la cama y se puso las botas. Su tía llevaba toda la vida viviendo en Dungog. La ciudad no era para ella. Se miró en el espejo una vez más. Se tocó la barbilla y la levantó un poco. Se lo debía todo a su tía. Tenía que tranquilizarla un poco. Era su deber. Por eso había vuelto a casa. Ya estaba fuera de peligro. Volvía a ser una persona saludable. En cuanto su tía se diera cuenta de ello... Se levantó y metió todos los cosméticos en la bolsa; esa bolsa que llevaba a todas partes por si acaso, para retocarse, por si tenía alguna urgencia. En cuanto lograra convencer a su tía de que se encontraba mucho mejor, todo volvería a la normalidad. Y eso era lo que más quería, normalidad. Entrelazó las manos. Tenía que fingir. Esa era la respuesta. Así había ganado el concurso de Miss Showgirl veinte años antes, así había logrado hacer una carrera como modelo y así había conseguido ir a la universidad a estudiar diseño. Tenía que engañarlos a todos y hacerlos creer que se encontraba bien, que volvía a ser la de antes. Respiró hondo.


–No tiene misterio –se dijo. 


El espejo le demostró que todavía era capaz de sacarse el mayor partido. 

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