lunes, 13 de julio de 2020

Culpable: Capítulo 6

Un instante más tarde, aquella imagen de vulnerabilidad se desvaneció. Pedro pensó si se lo habría imaginado. ¿Le habría proporcionado su imaginación la imagen que tanto tiempo había esperado a ver? ¿Remordimiento por la muerte de Luca? Trató de analizar la actitud de Paula. Espalda rígida, barbilla levantada, las manos plegadas suavemente sobre el regazo, aunque apretándose con demasiada fuerza. Se dió cuenta de que los ojos de ella eran diferentes. Después de la expresión de asombro que habían tenido, se mostraban cautelosos en aquellos momentos. La diferencia de la presunta inocente que había conocido tantos años atrás era asombrosa. Ciertamente, había dejado de hacerse la ingenua. Tenía un aspecto frágil. Parecía proyectar toda su energía en su aparente fachada de tranquilidad. Sabía que todo era apariencia. Los años de experiencia en el despiadado mundo de los negocios lo habían hecho un experto en el lenguaje corporal. No se podía confundir la tensión que atenazaba sus músculos o las respiraciones entrecortadas que no era capaz de ocultar del todo. ¿Cuánto le costaría hacer pedazos aquella imagen para llegar a la verdadera Paula Chaves? ¿Qué haría falta para conseguir que se desmoronara?

–Si admitiera la verdad, el futuro le resultaría más fácil.

–¿Por qué? ¿Porque la confesión es buena para el alma?

–Eso dicen los expertos.

–¿Cree que me vas a hacer cambiar de opinión por intentar hacer sus pinitos en psicología? –le preguntó ella con una dura sonrisa–. Tendrá que esforzarse un poco más. Si los expertos no pudieron conseguir que yo confesara, ¿Cree que lo conseguirá usted?

–¿Los expertos?

–Por supuesto. No creerá que he estado viviendo todo este tiempo en un espléndido aislamiento, ¿Verdad? Le aseguro que hay una verdadera industria para la rehabilitación de los criminales. ¿No lo sabía? Trabajadores sociales, psicólogos, psiquiatras...

Se giró para mirar por la ventana con perfil sereno.

–¿Sabe que me evaluaron para descubrir si estaba loca? –le preguntó mientras se volvía para mirarlo–. Por si no era apta para que me juzgaran. Supongo que tuve suerte. No puedo recomendar la cárcel como experiencia positiva, pero sospecho que un manicomio para los presos que están locos es peor. Por poco.

–Al menos sigue viva para poder quejarse de su internamiento – le espetó Pedro. La ira le hervía en las venas–. A mi hermano no le dio esa opción, ¿verdad? Lo que hizo fue irrevocable.

–E imperdonable. ¿Por eso me ayudó a escapar de los reporteros? ¿Para poder regañarme en privado?

Se reclinó en su rincón y cruzó las piernas, como si así quisiera reforzar su total falta de preocupación. Incluso con aquel aburrido traje azul marino, no se podía negar que tenía unas piernas maravillosas. Pedro tuvo que admitir que aquello había sido una de las cosas que habían hecho que se sintiera atraído por ella desde el día en que se conocieron. Eso y su tímida sonrisa.

–Tiene una imaginación muy viva. Tengo cosas mejores que hacer con mi tiempo que hablar con usted.

–En ese caso, espero que no le importe si disfruto de la vista – replicó ella. Con eso, se giró para mirar por la ventada.

Pedro estaba seguro de que tanta concentración debía de ser fingida. Hasta que se dio cuenta de que no había visto la calle durante cinco años.

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