El café había dado pie a un paseo por el Foro, un almuerzo en una íntima trattoria y una tarde visitando las maravillas de la ciudad. Se había divertido más de lo que podía recordar con una mujer que, entonces, era solo Paula para él y Pedro para ella. Una mujer que lo miraba con evidente admiración y que temblaba de inocencia porque él le tomara la mano. Era inteligente, divertida y sincera, lo suficiente para hacerle creer que había encontrado a alguien muy especial. Ella evocaba en él una mezcla de sentimientos. Pasión, delicia y una sorprendente caballerosidad que le había impedido llevársela a la cama aquel mismo día a pesar de que lo que había entre ellos era ardiente y vibrante.
Paula no se había parecido en nada a ninguna otra mujer que él hubiera conocido. El impacto que produjo en él fue tan profundo que él le había sugerido que volvieran a verse cuando él regresara a Roma. Durante su estancia en Nueva York, había estado contando las horas para su regreso. Entonces, la vióen las noticias, cubierta con la sangre de su hermano, mientras la policía la conducía a la comisaría. Vanesa y el personal de Luca se encargaron de contarle la verdad sobre Paula. Ella había seducido a su hermano y había presumido del poder que ejercía sobre él. Debía de haber sabido quién era Pedro en la galería y lo había preparado todo para encontrarse con él. ¿Por qué conformarse con Luca, cuya esposa ya estaba al tanto de la aventura que los dos tenían, cuando el hermano pequeño, igual de rico y además soltero, estaba disponible?
Pedro se mesó el cabello. Se había prendado de ella con una facilidad que lo avergonzaba y lo enfurecía a la vez. No. Ella misma se había buscado el resultado del juicio. A pesar de todo, no podía refrenar la atracción que sentía por ella. La delicadeza de sus rasgos le llamaba la atención sin que pudiera evitarlo. Había estado observándola toda la tarde. Ella parecía fascinada por el jardín, aparentemente contenta por la tranquilidad que reinaba allí. Eso le hizo pensar cómo habría sido su vida en prisión como para anhelar tanto la soledad. Una vez más, se reprendió por el interés que sentía por aquella mujer. Ella no debería significar nada para él, solo un problema que debía solucionar. Sin embargo, se sentía intrigado. El sol de la tarde se le reflejaba en el cabello, haciendo que este brillara como si fuera de oro. Respiraba profundamente, disfrutando del calor, de manera que los senos le subían y bajaban suavemente, atrayendo así la atención de Pedro.
De repente, se tensó, giró la cabeza y adquirió una postura defensiva. Su tensión era evidente cuando Adrián se le acercó desde la casa. El guardaespaldas le ofreció un sombrero de ala ancha. Durante un momento, ella no pareció dispuesta a aceptarlo. Entonces, Adrián le habló y ella pareció tranquilizarse. Tomó el sombrero y se lo puso. Volvió a hablar y ella sacudió la cabeza. ¿Se estaba riendo?
Pedro observaba la escena, completamente fascinado. Paula Chaves se mostraba muy cautelosa con respecto a él o a los miembros de su equipo de seguridad. Verla relajada y riéndose... ¿Por qué? ¿Porque Adrián le había ofrecido un sombrero para que se protegiera del sol? Era un gesto sencillo que habría hecho cualquiera. Estaban charlando. Ella debía de estar preguntándole sobre la geografía de la zona porque Adrián señalaba hacia tierra firme mientras Paula asentía. Se iba acercando cada vez un poco más. Frunció el ceño. No le gustaba la incomodidad que sentía al verlos juntos. Recordó cómo se le había iluminado el rostro a Paula cuando la doncella le sirvió un delicioso tiramisú de postre y le dijo que era la especialidad de la cocinera y que ella lo había preparado para darle la bienvenida. Ella respondió con sorpresa y alegría y, más tarde, se molestó en decirle a la doncella lo mucho que el postre le había gustado.
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