¿Tan poco acostumbrada estaba a las muestras de consideración o de amabilidad? No era de extrañar, teniendo en cuenta cómo había vivido los últimos cinco años de su vida. ¿Qué era lo que le había dicho a él cuando rechazó su oferta? Que no respondía a las amenazas. Pedro había visto su orgullosa actitud de desafío, su altivez y su necesidad casi destructiva por afirmar su independencia. Recordó el modo en el que se había enfrentado a los paparazzi. Si las amenazas no funcionaban... ¿Qué era a lo que Paula Chaves respondía? Tal vez había otra manera de conseguir lo que Pedro quería. En vez de la exigencia, podría ser que la persuasión fuera más eficaz. ¿No se decía que las moscas se cazan mejor con miel que con hiel? Paula cerró los ojos y escuchó el suave zumbido de las abejas en el jardín, acompañado por el susurró de las olas. Se sentía tan adormilada... Por primera vez en muchos años, no había necesidad de estar constantemente en guardia. Resultaba fácil relajarse allí, demasiado, dado que tenía un futuro que organizar y decisiones que tomar. Debería...
–Me pareció que la encontraría aquí.
Paula se sentó bruscamente en la tumbona. Su anfitrión se interponía entre ella y el sol. Durante un instante, vió tan solo una imponente silueta, descaradamente masculina con anchos hombros, largas piernas y poderosa cabeza. El corazón se le aceleró con algo que no tenía nada que ver con la sorpresa. Hizo ademán de ponerse de pie.
–No se muevas –dijo él. Entonces, se sentó en la hamaca que había al lado.
Paula se sentó muy erguida y lo observó llena de sospecha.
–Pensé que debería llevarla de paseo por la finca.
–¿Por qué?
–Bueno, si se va a quedar un tiempo debería conocer todo esto.
–Usted no quiere pasar tiempo a mi lado –repuso ella–. ¿Por qué me sugiere esto?
–Bueno, es usted una invitada en mi casa y...
–Eso lo dudo. Más bien un problema.
–Yo la invité aquí y, como anfitrión, tengo la obligación de garantizar su seguridad.
–¿Seguridad? –repitió ella con incredulidad mientras observaba el encantador jardín.
–Sí. Hay ciertas cosas sobre las que hay que tener cuidado, como por ejemplo un viejo pozo o zonas de profundos agujeros entre las rocas de la montaña.
–Si cree que es necesario, por supuesto.
–Va bene –dijo él. Se puso de pie y extendió una mano.
Paula fingió no darse cuenta. Lo último que necesitaba era contacto físico con un hombre cuya presencia le aceleraba los sentidos. Se puso de pie rápidamente y se sacudió la falda.
–Lo primero que debe recordar es llevar puesto un sombrero en
todo momento.
–¿Como usted? –preguntó señalando el cabello oscuro reluciendo bajo el sol.
–Yo estoy acostumbrado a los veranos del sur y tengo la piel adecuada para este tiempo –replicó él con una deslumbrante sonrisa. Tenía razón, su piel estaba muy bronceada y hacía destacar los rasgos de su rostro–. Por el contrario, usted...
–He estado entre rejas –completó ella.
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