Pedro se quedó mirando el teléfono y el mensaje que había escrito, pero que no había enviado. "OK. Ya están dormidos". Debía borrarlo de inmediato y decirle que había cambiado de opinión. Paula Chaves era peligrosa para él, sobre todo a las diez y media de la noche. Pensó en lo guapa que estaba en la fiesta de los Mc Raven. Nada más verla, había querido darle la vuelta, estrecharla entre sus brazos y besarla apasionadamente para que todos supieran que era suya.
—Estoy loco, ¿verdad, Tri?
El chihuahua ladeó la cabeza y pareció reflexionar sobre la pregunta.
—Da igual. Era retórica. No tienes que responder.
Tri dió un ladrido y se subió a su regazo con una agilidad sorprendente para tener tres patas. Pedro volvió a mirar el teléfono y, sin darse tiempo para pensarlo más, envió el mensaje. La respuesta fue casi inmediata, como si hubiera estado esperando. "Voy enseguida". Sintió un vuelco en el pecho y se recordó a sí mismo las razones que le había dado a Paula hacía pocas noches. No estaba preparado para tener una relación. Sus hijos estaban ajustándose al cambio. No podía empezar a salir con una mujer y descuidarlos a ellos. Se dijo a sí mismo que aquella sería la última vez. Aceptaría su ayuda con los regalos y después mantendría la distancia. Había hablado con su contratista durante la fiesta y este le había dicho que la casa estaría lista en unos diez días, justo después de Año Nuevo. Tal vez cuando se mudara podría verlo todo con perspectiva y no pasarse el día entero pensando en ella.
—Sí, estoy loco —le dijo a Tri.
Dejó al perro en el suelo y se dirigió hacia la habitación de la señora Michaels, en cuyo armario estaban escondidos los regalos de los niños. Antes de marcharse, el ama de llaves había envuelto algunos de los regalos. En el armario encontró papel de regalo, cinta y tijeras. Lo llevó todo a la mesa de la cocina. Tras echar un vistazo a la habitación de los niños y asegurarse de que estaban profundamente dormidos, subió y bajó las escaleras varias veces con los regalos sin envolver para dejarlos en la cocina. Justo cuando terminó, advirtió movimiento fuera y vió a Paula acercándose desde su casa a través de la nieve. Llevaba consigo un par de perros y dos enormes bolsas que llamaron su atención. Al acercarse al porche, hizo un gesto con la mano y les dió una orden a los perros. Aunque él no podía oír lo que decía, imaginó que les habría dicho que regresaran a casa. Uno de los perros se alejó alegremente seguido del otro, que avanzaba más despacio. Después Paula se dió la vuelta, subió los escalones del porche y llamó a la puerta.
—Hola —dijo en voz baja, probablemente para no despertar a los niños.
—Hola —murmuró él, y fue consciente de la intimidad de la noche. Con el fuego crepitando en la chimenea del salón y la nieve cayendo fuera, sería fácil cometer el error de pensar que estaban allí solos, apartados del resto del mundo.
Tri la recibió olisqueándole las botas y ella le sonrió.
—Hola, amigo, ¿Cómo estás?
—¿Qué es todo esto? —preguntó Pedro señalando las bolsas de la compra.
—La cena de Navidad. Se me van a caer los brazos si no dejo las bolsas. ¿Puedo dejarlo en la cocina?
—Claro. ¿A qué te refieres con la cena de Navidad?
—No es gran cosa. Teníamos un jamón de sobra y siempre tenemos puré de patatas en el congelador. Solo has de añadir un poco de leche cuando lo recalientes en el microondas. Por otra parte siempre preparo demasiado pastel, así que te he traído uno. Sin la señora Michaels, no sabía si tendrías tiempo para pensar en preparar algo para tus hijos y para tí.
¿Se había tomado tantas molestias? Le resultaba asombrosa su consideración y no sabía bien qué decir.
—Gracias —consiguió responder—. Vaya. En serio, gracias.
—De nada —dijo ella con una sonrisa que le dejó sin aliento—. ¿Lo pongo en la nevera?
—Eso sería genial —contestó él mientras agarraba las bolsas.
Se pasó un rato sacando cosas de las bolsas. No era solo jamón y puré de patatas. Paula le había llevado también un tarro de mermelada casera de fresas, masa de pan congelada con instrucciones para el horneado, e incluso un queso y una caja de galletas saladas. Estaba seguro de que se le habría ocurrido algo que darles de cenar a los niños, pero el hecho de que ella se hubiera tomado la molestia de pensar en ello le resultaba conmovedor.
—¿Empezamos a envolver los regalos?
En aquel momento Pedro no estaba seguro de poder pasar cinco minutos con ella, pero no podía echarla de la casa después de haber ido hasta allí, y encima con la cena de Navidad.
—Lo he bajado todo, incluyendo todo el papel de regalo que he encontrado.
—Perfecto.
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