—Está bien, pero siento curiosidad... ¿El dinero te ha hecho feliz?
—Bueno, no sé si el dinero me ha hecho felíz, pero insisto en que en este momento soy más feliz que nunca.
—En mi caso, el dinero no me dio la felicidad —confesó ella.
—Dime una cosa, Paula. Si no me hubiera reinventado a mí mismo, si fuera el mismo tipo de la nariz rota... ¿Estarías ahora aquí, conmigo? ¿Habríamos hecho el amor?
—Esa no es una pregunta justa. No sé lo que habría hecho.
—Acabas de confirmar mis sospechas. No te habría conocido de no haber tenido dinero y no te habrías interesado por mí si el dinero no me hubiera permitido esa operación. Luego es cierto que da la felicidad.
—Eso no es exactamente así.
—¿Ah, no?
—No, porque tu aspecto no es lo único que ha cambiado.
—¿Qué insinúas?
—Que entonces eras más dulce. Ahora tienes un fondo de cinismo.
—¿Cínico, yo? No, sólo escéptico en lo relativo a l naturaleza humana. Si alguien tiene razones para serlo, ése soy yo.
—Sí, estoy de acuerdo. Sé que pasaste una mala época en la universidad. Pero a pesar de todo, antes no tenías ese fondo.
—Bueno, tampoco es tan importante —dijo él—. Lo único que importa es que haría cualquier cosa por tí. Si fuera mago, sacaría mi varita mágica para hacer que tu mundo fuera perfecto.
—Si fueras mago...
—Sí. Y me encargaría de que tus fantasmas desaparecieran para siempre. Y de que el dolor no volviera a tocarte.
—Hay demasiado dolor en el mundo, Pedro. Nadie puede proteger completamente a nadie. No por completo.
Pedro vió el dolor en sus ojos y recordó la joven brillante y confiada que había sido. Pero también recordó su experiencia con Lucas Hawkins y pensó que ella también se había hecho algo cínica con el paso del tiempo.Todo el mundo se arrepentía de algún aspecto de su pasado. Él también. Sin embargo, realmente le habría gustado tener una varita mágica para borrar cualquier cosa que se interpusiera en la felicidad de Paula. Por desgracia, sabía que se alejaría de él cuando supiera lo que hacía para ganarse la vida. Y el daño ya estaba hecho. Cuando la miró de nuevo, notó que se había quedado dormida. Su aspecto era tan frágil, tan bello, que se prometió que haría lo que fuera, hasta el fin de sus días, para protegerla. Sólo entonces, recordó que no se quedaría para siempre. En eso, las cosas no habían cambiado. Cuando consiguieran solventar el problema del profesor, ella se marcharía. Y si de algún modo conseguía retenerla, averiguaría la verdad sobre él y se marcharía más tarde. No, definitivamente la vida no había cambiado tanto. Paula Chaves estaba, y siempre estaría, fuera de su alcance.
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