Pedro la sorprendió. Se tumbó sobre la cama, de espaldas y la puso sobre él, dejando que ella llevara el ritmo. Fue una sensación apasionante y reparadora. Lentamente, descendió sobre él y sintió cómo entraba en su cuerpo. Esperaba que después de tanto tiempo de celibato sintiera algún dolor, pero estaba tan excitada que no fue así. Después, él puso las manos en sus caderas y la guió mientras ella se movía arriba y abajo, dando y entregando, en una danza terriblemente bella. Al cabo de un rato, él gimió y echó la cabeza hacia atrás tras alcanzar el clímax. Cuando se quedó quieto, ella se tumbó sobre su pecho y él la abrazó con dulzura. Ya no necesitaba cirujano que arreglaran su cara y su existencia. Sólo necesitaba que aquel hombre, tan especial, la hiciera sentir viva.
Pedro se despertó sobresaltado y notó que no estaba solo en la cama. La tenue luz que llegaba desde el pasillo iluminaba la esbelta figura que se acurrucaba contra él. Al ver a Paula, aparentemente dormida, pensó que estaba soñando. No se le ocurría otra cosa para explicar que todos sus sueños se hubieran hecho realidad. Pero si estaba soñando, no quería despertar. Era un sueño precioso. Cerró los ojos con fuerza y la atrajo hacia sí. Entonces notó su aroma y se preguntó qué había hecho para merecer tanta felicidad.
—¿Pedro?
El sonido de su dulce voz lo convenció de que no estaba soñando. Pero no dijo nada.
—¿Estás despierto, Pedro?
—Sí —respondió con una sonrisa—. Hola...
—¿Por qué no contestabas?
—Estaba intentando decidir si eras real o si eras un sueño. No puedo creer que Paula Chaves esté aquí, conmigo.
Por raro que fuera, estar allí, entre sus brazos, casi atrapada, la hizo sentirse más libre que en toda su vida.
—Y no yo no puedo creer que seas el mismo chico que conocí en la universidad. Eres tan distinto... Por cierto, ¿No tenías rota la nariz?
—Sí, pero la arreglaron con todo lo demás.
Pedro pensó que sólo había una cosa que los cirujanos no habían conseguido arreglar, algo que escapaba de sus habilidades científicas: su alma.
—No se trata sólo de tu cara. Eres distinto, has cambiado.
—¿Esa es una forma elegante de decir que ya no estoy fondón? —pregunto él con ironía.
—Digamos que el ejercicio te ha sentado bien. Estás en muy buena forma.
Él rió.
—Bueno, siempre fui un tipo muy inteligente, pero en aquella época no sabía nada de deporte y tuve que contratar a un especialista.
—¿Un entrenador personal? En efecto. Contraté al mejor. Y luego aprendí los ejercicios básicos y me acostumbré a llevar una dieta sana.
—Pues tuviste mucho éxito —dijo, mientras acariciaba su duro estómago—. No puedo creer que hayas cambiado tanto.
—Llevar una vida sana es mucho más fácil cuando se tiene dinero.
—Sí, ¿Pero eres felíz? —preguntó, mirándolo con intensidad.
—No puedo creer que me preguntes eso. Estando a tu lado, es completamente imposible que no sea feliz.
Paula lo miró.
—¿Sabes una cosa? En la universidad solía soñar con este momento. Tal vez te parezca una locura, pero es verdad —continuó él.
—¿Y ahora?
—Ahora me siento el tipo más afortunado del planeta.
Ella rió.
—Estoy hablando en serio, Pedro.
—Lo sé, pero preferiría que no lo hicieras.
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