lunes, 14 de agosto de 2017

Reencuentro Inesperado: Capítulo 39

Pedro la sorprendió.  Se tumbó  sobre  la  cama,  de espaldas y la puso sobre  él, dejando que ella llevara el ritmo. Fue una sensación apasionante y reparadora. Lentamente,  descendió sobre él y sintió cómo entraba en su  cuerpo. Esperaba que después de tanto  tiempo de celibato sintiera algún  dolor,  pero estaba tan  excitada que no fue así. Después, él puso las manos en sus caderas y la guió mientras ella se movía arriba y abajo, dando y entregando, en una danza terriblemente bella. Al cabo de un rato, él gimió y echó la cabeza hacia atrás tras alcanzar el clímax. Cuando se quedó quieto, ella se tumbó sobre su pecho y él la abrazó con dulzura. Ya no necesitaba cirujano que arreglaran su cara  y su existencia. Sólo necesitaba que aquel hombre, tan especial, la hiciera sentir viva.

Pedro se despertó sobresaltado y notó que no estaba solo en la  cama. La tenue  luz que llegaba desde el pasillo iluminaba la esbelta figura que se acurrucaba contra él. Al ver a Paula, aparentemente  dormida,  pensó  que  estaba  soñando.  No se le ocurría otra cosa para explicar que todos sus sueños se hubieran hecho realidad. Pero si estaba soñando, no quería despertar. Era un sueño precioso. Cerró  los  ojos  con  fuerza  y  la  atrajo  hacia  sí.  Entonces notó su aroma y se preguntó qué había hecho para merecer tanta felicidad.

—¿Pedro?

El sonido de su dulce voz lo convenció de que no estaba soñando. Pero no dijo nada.

—¿Estás despierto, Pedro?

—Sí —respondió con una sonrisa—. Hola...

—¿Por qué no contestabas?

—Estaba intentando decidir si eras real o si eras un sueño. No puedo creer que Paula Chaves esté aquí, conmigo.

Por  raro que  fuera, estar  allí,  entre sus  brazos,  casi  atrapada, la hizo sentirse más libre que en toda su vida.

—Y no yo no puedo creer que seas el mismo chico que conocí en la universidad. Eres tan distinto... Por cierto, ¿No tenías rota la nariz?

—Sí, pero la arreglaron con todo lo demás.

Pedro pensó que sólo había una cosa que  los  cirujanos  no habían conseguido arreglar,   algo que escapaba de sus habilidades científicas: su alma.

—No se trata sólo de tu cara. Eres distinto, has cambiado.

—¿Esa es una  forma  elegante de decir que ya no estoy  fondón?  —pregunto  él  con ironía.

—Digamos que el ejercicio te ha sentado bien. Estás en muy buena forma.

Él rió.

—Bueno,  siempre  fui  un  tipo muy inteligente,  pero en aquella época  no sabía  nada de deporte y tuve que contratar a un especialista.

—¿Un entrenador personal? En  efecto. Contraté al mejor.  Y luego  aprendí  los  ejercicios  básicos y me  acostumbré a llevar una dieta sana.

—Pues tuviste mucho éxito —dijo, mientras acariciaba su duro estómago—. No puedo creer que hayas cambiado tanto.

—Llevar una vida sana es mucho más fácil cuando se tiene dinero.

—Sí, ¿Pero eres felíz? —preguntó, mirándolo con intensidad.

—No puedo creer que me preguntes eso.  Estando a tu  lado,  es completamente  imposible que no sea feliz.

Paula lo miró.

—¿Sabes una cosa? En la universidad solía soñar con este momento. Tal vez te parezca una locura, pero es verdad —continuó él.

—¿Y ahora?

—Ahora me siento el tipo más afortunado del planeta.

Ella rió.

—Estoy hablando en serio, Pedro.

—Lo sé, pero preferiría que no lo hicieras.

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