lunes, 30 de noviembre de 2015

Romance Otoñal: Capítulo 10

Los castaños ojos de Pedro se encendieron con gran interés, al tiempo que agradecía la gentileza de la joven, haciendo un gesto de aprobación con la cabeza.

— Gracias Paula. Así lo haré. Pero entonces, ¿por qué no me llama Pedro?

Paula se sentía confundida por su propio comportamiento y tenía la esperanza de que él no pensara que ella le estaba dando pie para llegar más lejos de lo que ella quería.

— No le dé de comer a Indio hasta que ambos hayamos terminado —dijo, apartando la atención de Paula de ambas manos.

Aquel toque de humor que se escuchó en la voz de Pedro bien podría haber significado que le habían causado gracia los ruegos de Indio, pero ella creyó detectar un vago placer al mismo tiempo que una voz interior la ponía alerta.

— Él sabe perfectamente que no tiene ningún derecho a pedir nada, ni siquiera por una mirada —continuó—. Pero aparentemente, Indio piensa que usted es muy vulnerable.

Aunque Paula no pudiera asegurar que aquellas palabras encerraban un doble significado, se sintió turbada por ellas y con un tirón, retiro su muñeca de la mano de Pedro Alfonso.

— Lo siento —se excusó ella, con un tono más aguzado del que ella habría querido expresar—, soy una persona muy fácil de engañar... en lo que a los perros respecta —agregó con toda intención. Volvió la mirada a Indio y le sonrió—. Tus modales son admirables, Indio, y como yo desconocía el reglamento, te reservaré un buen bocado como recompensa por haberte tentado sin darme cuenta de lo que estaba haciendo.

"¡Eso es! —pensó ella para sí con gran satisfacción mientras volvía a mirar a su anfitrión—. ¡Hablemos de sus frases con doble sentido!" Tenía la esperanza de que Pedro Alfonso hubiera captado los de ella. La muchacha le sonrió. Luego, esa sonrisa se desvaneció al ver que una mueca especulativa afloraba sobre los labios de Pedro, con un gesto mucho más atractivo que todos los demás.

— ¿Eso va para alguien más aparte de Indio? —preguntó él, tanteando humildemente la respuesta.

—¿A qué se refiere? —interrogó con tono de recelo.

— Quiero decir que si cada vez que usted tienta a alguien sin intención de hacerlo, siempre le da la recompensa de obtener un "buen bocado". —La respuesta de él parecía inocente.

Paula se ruborizó pero se las ingenió para mirarlo fríamente y para poner un tono calmo; luego de una pausa, respondió:

—Siempre doy recompensas cuando hay de por medio niños, ancianos o animales que no pueden darse a entender —dijo ella con una dulce sonrisa. Luego, su voz se endureció considerablemente cuando agregó—: puesto que estoy segura de que todos los demás pueden cuidarse solos.

— ¡Ah! Pero es allí donde usted está equivocada —contestó él, demostrando estar muy divertido en lugar de sentirse como si lo hubieran puesto en el lugar que le correspondía—. Los hombres, por ejemplo, somos especialmente vulnerables a la tentación y sobre todo, sabemos agradecer cualquier tipo de golosinas que una hermosa mujer pueda obsequiarnos. ¿No tiene ninguna que le sobre para poder obsequiarla a alguno de esos hombres?

Aquel intercambio de palabras se estaba tornando demasiado personal en lo que a Paula se refería y por ello, la joven se dio cuenta de que tenía que terminarlo allí.

— No. ¡Ni una migaja! —replicó ella tenazmente—. Todos los que he conocido habrían sido capaces de tomar todo lo que se les hubiera ofrecido, mucho o poco, sólo para tomarlo como una excusa y poder engullir el plato entero. Ya hace bastante tiempo que he decidido no calmarles ningún tipo de apetitos y por eso trato de no tentarlos, ya sea consciente o inconscientemente. —La mirada que acompañó sus palabras era levemente beligerante y se sintió desconcertada al comprobar que él no se había intimidado ni por la una, ni por las otras.

En cambio, soltó una fuerte carcajada, con un sonido que provenía desde su pecho. Paula sentía deseos de retorcerse debido al indeseable placer que aquel ronquido le había producido.

— Una mujer como usted no tendría que hacer nada especial para tentar a un hombre, Paula —murmuró él con diversión, mientras su carcajada se desvanecía. Su mirada se atenuaba, para poder observarla plenamente—. El simple hecho de mirarla es una tentación, ¿o acaso quiere hacerme creer que lo ignoraba?

De pronto, la habitación se tornó insoportablemente calurosa y la intimidad que se había creado entre ellos, inaguantablemente peligrosa. Paula  apartó bruscamente sus ojos de Pedro y se incorporó sobre sus pies, ofreciéndole al hombre un agradable espectáculo de largas y delgadas piernas durante tal proceso. Indio se acercó a ella, arrastrando las patas, atraído por su inesperado movimiento y Paula se valió de él como una distracción para ocultar su perturbación.

— Aquí, Indio. —Le arrojó un trozo de emparedado. Las enormes mandíbulas se abrieron y con exacta precisión el animal atrapó el bocado en el aire. Mientras se dirigía hacia la puerta, miró a Pedro.

— Discúlpeme un momento, por favor —murmuró ella, odiando su voz que apenas tenía fuerza—. Debo ir al cuarto de baño.


Él permaneció donde estaba, con los ojos cerrados, pero Paula tenía la impresión de que cada uno de sus sentidos estaba vivo y trabajando activamente muy a su pesar.

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