lunes, 23 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 60

—No puedes llevar ese vestido sin joyas —señaló inflexible—. Puedes venderlas después del baile. Te ayudará a pagar la matrícula del curso.

—¡No puedes regalármelas! No te dejaré.

—¿Es que no te gusta el colgante?

—Me encanta. Pero esa no es la cuestión —Paula bajó el tono al ver llegar al dependiente—. Olvídalo. Sabía que no lo entenderías.

Se quedó de pie, callada, mientras envolvían las joyas y Pedro extendía un cheque. Después de dar la dirección para que se las llevaran a casa, salieron a la calle.

—Tienes una cita en la peluquería de Gautier’s a las dos y media —señaló Pedro—. También te harán la manicura.

—Ya he tenido bastante. Más que suficiente. Me voy a casa dando un paseo. Necesito estar sola. Pero llegaré a tiempo para comer con Isabella.

—Paula —dijo Pedro a propósito—, sobre el colgante… Verte en casa con Isabella es suficiente regalo para mí. Veros jugar juntas en la nieve o reíros con el mismo chiste. No hay nada que se pueda comparar con eso. Las esmeraldas no valen nada al lado de la vida de mi hija.

Paula lo miró en silencio. Sentía ganas de llorar, quería gritar y patalear como una niña de tres años.

—Te veré esta tarde —musitó.

—Quiero decirte algo más. Siempre he tenido muy claro que nunca has estado interesada en mi dinero —Pedro sonrió—. Eso me gusta. Mucho.

El viento despeinó su pelo negro. Paula creyó que el corazón se le derretía con esa sonrisa. Habló de forma mecánica, sin ejercer ningún control sobre su persona.

—La forma en que hicimos el amor no tiene nada que ver con el dinero.

—Puede que me comporte como un imbécil  cuando estoy contigo, pero yo también sentí que era especial.

—No tengo ni idea de por qué he dicho eso. Esta conversación no tiene ningún sentido.

—Puede que sea la conversación más sensata que hemos tenido —dijo Pedro.

Paula emitió un sonido casi inaudible. Pedro posó ambos manos sobre sus hombros.

—Me gustaría que conservaras el colgante, Paula. Son tres piedras, una esmeralda y dos zafiros. Piensa en Isabella y en nosotros dos.

«Pero tú y yo no somos una pareja». Paula suspiró, pero no dijo nada.

—¿Guardarás el colgante? Significaría mucho para mí.

—Supongo —dijo Paula, terriblemente confundida. Pedro la besó con dulzura en cada mejilla.

—Bien. Será mejor que nos despidamos. De lo contrario, tú llegarás tarde a comer y yo perderé una llamada.

Pedro dio media vuelta y caminó en dirección a la limusina. Paula emprendió la marcha en sentido contrario. Ahora que había conseguido una idea clara de Pedro, él había dicho algo que la había desconcertado. La perspectiva era diferente. El resultado se concretaba en un colgante carísimo que había terminado por aceptar al hombre cuyo hijo llevaba dentro. Lo estaba engañando y, al mismo tiempo, aceptando regalos con los que jamás se habría atrevido a soñar.

Joyas y gratitud. Eso era lo que Pedro la ofrecía, pensó con dolorosa honestidad. Junto con una saludable dosis de lujuria.

No le ofrecía amor ni compromiso.

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