domingo, 22 de noviembre de 2015

Pasión Abrasadora: Capítulo 51

Desde que Pedro le había hablado de su infancia, Paula no había podido quitarse de la cabeza la imagen de un niño de pelo negro criado en un orfanato de Nueva York. Educado por extraños y sin una familia. Sin duda, eso lo había marcado y había influido decisivamente en su carácter.

Por su parte. Mariana había crecido mimada por una madre incapaz de negarle nada. Para Marta, la belleza exterior de Mariana reflejaba las bondades de su corazón. ¿Era eso verdad? Conceder todos los caprichos a una niña no era, probablemente, la mejor manera de educarla. Tampoco la adoración excesiva ayudaba. ¿Quién podía culpar a Mariana por haber crecido con el convencimiento de que era la más guapa? Parte de la culpa le correspondía a Marta. Y además, ¿cómo podía Mariana aprender a ser responsable si su madre siempre la había protegido de las consecuencias de sus actos?

Todo esto era nuevo para Paula. Se levantó y regresó a su habitación, solo para estar segura de que Isabella no se había despertado.

Por un instante, Paula echó un vistazo alrededor. El escritorio era una antigüedad de nogal. La alfombra de algodón estaba hecha a mano en el Tíbet. Sobre el escritorio había un cuadro al óleo del desierto. La arena de color ocre, la hierba verde opaca y el cielo azul. «El espacio abierto» pensó. Un paisaje agreste, peligroso. Pedro había crecido en un ambiente hostil y sabía cómo salir adelante.

Nunca antes había tenido esos pensamientos. «¿Estoy enamorándome de él? ¿Es eso? No, no lo hagas. Pedro no te quiere. Juró que nunca volvería a enamorarse. Ni siquiera de tí».

Paula luchó para aguantar las lágrimas. Pedro era tan inalcanzable como lo había sido siempre. Pero llevaba a su hijo dentro y estaba agradecida por ello. No importaban las dificultades ni los sacrificios que aquella situación requiriese. Sería la madre del hijo de Pedro. Y si no podía tenerlo a él, al menos tendría a su hijo.

Paula se acostó y se quedó dormida.

El fin de semana resultó un remanso de paz y de placer, aunque no pudiera reprimir en ningún momento la preocupación que sentía por la seguridad de Pedro, Pese a que seguía sufriendo mareos, había recuperado el buen color a fuerza de pasar un montón de tiempo con la niña en la calle. Decidió ignorar a propósito que el vínculo que la unía con la niña crecía más y más. No podía hacer nada para evitarlo y ninguna de las dos quería ponerle remedio.

Pedro tenía previsto regresar el martes por la tarde. La noche anterior, Paula se puso el viejo camisón, eligió unas cuantas revistas para leer en la cama y apagó la luz sobre las once. «Mañana veré a Pedro» pensó acurrucada entre las sábanas. Notaba una extraña sensación, a medio camino entre el pánico y la felicidad. Paula dibujó la imagen de Pedro en su cabeza y, abrazándola en sueños, se quedó profundamente dormida.

Paula se quedó muy quieta, con los ojos muy abiertos, debajo de las sábanas. ¿Era un ruido lo que la había despertado? ¿O la sensación de que había alguien más, aparte de Isabella y ella misma? Con los nervios de punta, escuchó pisadas en el pasillo. Su corazón dio un brinco. ¿Había un intruso en la casa? ¿Cómo había burlado el sistema de seguridad? ¿Qué podía hacer?

Había un teléfono en la habitación de Pedro. Iría hasta allí y llamaría al 911. Sin hacer ruido, se sentó en el borde de la cama. El despertador de la mesilla de noche marcaba las 3:18 a.m.

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