Paula parpadeó. La capacidad de razonar de Gloria estaba intacta.
—Soy la mejor y muy cara. Deberías tenerlo en cuenta.
Gloria la miró de arriba abajo y olisqueó.
— Eres pobre y miserable. Puedo oler tu pobreza.
—¿Lo dices por experiencia personal? Al fin y al cabo, saliste de la pobreza. Tu primer trabajo fue de doncella en un hotel, ¿no?
—No voy a hablar contigo de mi pasado —replicó Gloria con indignación.
—¿Por qué? La verdad es que me interesa saber cómo pasaste de aquello a esto. Dirigías un imperio cuando la mayoría de las mujeres tenía miedo de soñar algo parecido. Eres una precursora y lo admiro.
—¿Crees que me importa tu opinión? Paula lo pensó un segundo y sonrió.
—Sí. Hay poca gente que te admire, y ellos se lo pierden —Paula volvió a acercar la mesa con la bandeja—. Elegí la comida para los primeros días, pero el servicio de comidas ha dejado un menú. Puedes revisarlo y elegir la comida o, si lo prefieres, contratar a una cocinera.
Gloria no se inmutó, pero a Paula le pareció captar un destello de algo que no supo qué era.
—Te tomas muchas libertades con mi dinero —farfulló Gloria.
Paula se rió aunque sabía que su paciente no había intentado ser graciosa.
—Es uno de los privilegios de mi profesión. ¿Quieres que le corte el pollo?
Gloria la miró con los ojos entrecerrados.
—Sólo si quieres que le clave el tenedor.
—Tengo muchos reflejos. Tendrías que ser muy rápida.
—Podría estar motivada.
Por fin algo parecido al humor. Otra buena señal.
—Muy bien. Te dejaré comer en paz. ¿Quieres ver la televisión? —le dejo el mando a distancia en la cama—. Llámame si quieres algo.
A las cuatro y media de esa tarde, Paula se sentía como si estuvieran jugando al ratón y al gato. El progreso con Gloria había quedado como un recuerdo lejano cuando la anciana no dejó de quejarse de que la cama era demasiado dura, de que las almohadas eran demasiado blandas, de que las sábanas olían de una forma muy rara y de que la televisión tenía un zumbido.
—Traeré a un electricista lo antes posible.
Paula hizo todo lo posible por mantener la calma y no mirar el reloj. Había sido la tarde más larga de su vida y sólo había pasado media jornada con Gloria. No paraba de decirse que la anciana era infeliz por algún motivo y que todo iría a mejor.
Poco después de las cinco, fue a la cocina y se encontró con una mujer alta, guapa y con grandes pechos que estaba vaciando una bolsa. Su uniforme la identificaba como una enfermera y su físico le dijo claramente quién la había contratado.
—Hola —saludó la mujer con una sonrisa—. Me llamo Sandy Larson, la enfermera del crepúsculo. Normalmente, soy la enfermera de noche. «De servicio en la oscuridad». Vaya, parece al título de un libro o de una película porno —Sandy sonrió—. No sé en cuál de los dos preferiría estar. En un buen día…
Paula hizo un esfuerzo por saludar amablemente a pesar del nudo que tenía en el estómago. ¿Qué le pasaba? Pedro había sido coherente con la elección de la otra enfermera. ¿A ella qué le importaba?
—Está cansada y un poco malhumorada, pero no es espantoso —le explicó Paula.
—Puedo manejarla —afirmó Sandy—. Si mi paciente me complica las cosas, empiezo a hablar de mi culebrón favorito. Normalmente, les aburro tanto que se quedan dormidos. Por eso me encanta el turno de noche —se inclinó hacia Paula—. Aunque hay que amar este trabajo. Te pagan doce horas por un turno de ocho.
—Fantástico. Iré a despedirme de Gloria.
—Claro. Hasta mañana.
Paula asintió con la cabeza y volvió al despacho.
—Me marcho —le dijo a Gloria—. Volveré por la mañana.
Gloria dejó de mirar la revista que estaba leyendo y la miró por encima de las gafas.
—No sé por qué crees que me importa que vengas o te vayas. Me da exactamente igual.
—Yo también lo he pasado bien, Gloria —Paula sonrió—. Ha sido un día estupendo.
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