—Claro. Es Gloria Alfonso. Por cierto, la llamaré Gloria. Señora Alfonso es demasiado serio y vamos tener una relación bastante personal.
—No lo creo. Voy a despedirla.
Paula dejó la maleta en la butaca y la abrió.
—No quieres despedirme, Gloria. Hago muy bien mi trabajo. Tengo experiencia con pacientes del corazón y ortopédicos. Soy suficientemente implacable para obligarte a hacer todo lo que tienes que hacer. Gracias a eso podrás levantarte antes. Te lo diré claramente. Las ancianas que se rompen la cadera solo tiene dos alternativas: o se mueren o se ponen bien. Mis pacientes no se mueren.
Gloria la miró con recelo.
—No eres una persona simpática.
—Tampoco lo eres tú.
—¿Cómo te atreves? —Gloria se puso tensa—. Soy increíblemente educada y considerada.
—¿Estás segura? ¿Quieres saber lo que opina el personal de aquí?
—Son un pandilla de ineptos. Aquí todo es de ínfima categoría.
—Entonces le encantará mi forma de trabajar —se inclinó hacia ella y bajó la voz—. Soy una maniática de las cosa bien hechas. Tendrás que respetarlo.
—No dirás palabrotas en mi presencia, jovencita. No lo tolero.
—De acuerdo. Y tú no serás molesta.
—Yo nunca soy molesta.
—¿Se lo preguntamos a tus allegados?
—No tengo allegados.
Paula se acordó, un poco tarde, de que eso era verdad. Cuando la contrató, Pedro le contó que Gloria no tenía amigos y que sus nietos la veían muy rara vez. No era de extrañar que fuera complicada, era una situación descorazonadora.
Paula terminó de hacer la maleta. Había metido un par de camisones, alguna ropa interior, la ropa que llevaba puesta cuando la ingresaron, dos libros y algunos cosméticos. Nada más. Ni flores ni un osito de peluche para que se recuperara, nada personal. Nada de la familia.
Una cosa era que una persona mayor estuviera sola, se dijo Paula enfadándose con los nietos Alfonso, pero le indignaba cuando esa persona tenía una familia numerosa que sólo pensaba en sus asuntos. Paula dejó a un lado los sentimientos y se acercó a la cama.
—Te diré lo que vamos a hacer —tocó levemente el brazo de Gloria—. Le diré a una enfermera que te dé un analgésico fuerte. El viaje te va a zarandear y eso te dolerá. Te pondrá algo bastante fuerte para que te alivie durante un rato.
Gloria entrecerró los ojos y apartó la mano del contacto de Paula.
—No hace falta que me hables como si tuviera ocho años. Puedo entenderlo sin que me des un explicación larga y prolija. Muy bien. Llama a la enfermera. Estará encantada de dar rienda suelta a sus tendencias sadomasoquistas conmigo.
—De acuerdo. Ahora vuelvo.
Paula fue a la sala de enfermeras, donde Vicki ya estaba preparada.
—Estamos preparadas. Si quieres pincharla, luego nos iremos.
Vicki salió de detrás del mostrador.
—Bueno… ¿qué te ha parecido?
—Me cae bien.
Vicki se paró en seco y la miró fijamente.
—¿Es una broma? ¿Te cae bien? ¿Gloria Alfonso? Es un bicho.
—Está sola, nerviosa y asustada.
—Le das demasiado margen de confianza, pero si así se va a su casa, por mí encantada.
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