jueves, 4 de junio de 2015

Actitud Incorrecta: Capítulo 17

-Lo tendré en cuenta, Celia,gracias.
-Mmmm -ésta le dedicó una sonrisa triunfal a Lucía y repuso-:Algunas personas saben apreciar un ofrecimiento de ayuda. Bueno, he de irme - volvió a centrar la mirada perversa sobre Pedro-. Buena suerte, amigo. Y si me necesitas para algo, recuerda que estoy en la guía. Delgado.
Pedro le ofreció el dedo pulgar hacia arriba; ella le dedicó un exagerado guiño y se contoneó en dirección a la puerta para salir a la noche, cruzándose con una mujer joven que entraba en el café con vaqueros, una camiseta, gorra de béisbol y una mochila.
Pedro volvió a centrarse en sus amigas.
-Escuchen, la verdad es que me gustaría dar marcha atrás -aunque no pensaba reconocer que estaba asustado-. No quiero tener nada que ver con Paula Chaves, y espero que ustedes dos, al ser mis mejores amigas; me convenzan de no hacer algo estúpido.
Antes de que Andy o Lucía pudieran hablar, la recién llegada depositó la mochila sobre la mesa y dijo:
-¿Quieres irte antes de empezar? No puedes hablar en serio, Pedro. Me diste tu palabra, ¡y eres mi última esperanza!
Pedro contuvo un gemido.
Por debajo de la gorra de béisbol, Paula Chaves lo miraba con expresión centelleante, sus ojos ardiendo con un fuego azul.
-Paula, ya estás aquí.
Pedro sonó sorprendido y quizá arrepentido, sin duda porque lo había oído tratar de encontrar un modo de evitar ayudarla.
-Estoy aquí -miró alrededor de la mesa a sus cómplices-. ¿Y ustedes? -la rubia con la que había hablado al dejar la tarjeta para Pedro, se incorporó de un salto.
-No me dediques ni un pensamiento más - dijo Andy-. Ya me voy -agarró el brazo de la mujer más pequeña y la puso de pie-. Las dos nos vamos. Lucía, dejemos que solucionen esto.
Paula esperó hasta que se marcharon para preguntar:
-¿Hay algo que solucionar, Pedro? -intentó que su voz no reflejara el desgarro que sentía su corazón-. ¿O ya has tomado una decisión?
-Siéntate, Paula.
-No quiero sentarme -parecía incómodo, incluso culpable. ¡Bien!-. Quiero salir a las calles a buscar a mi hermana. Pedro, por favor.
Si era necesario, se pondría de rodillas y suplicaría. No, no suplicaría. Le haría el sexo oral de su vida. Quizá eso funcionara, ya que el sexo parecía ser importante para él. En ese lugar, en ese instante, cerraría su mente a la humillación y lo haría si creyera que funcionaría.
-Tú y yo juntos -comentó Pedro- no es lo más inteligente.
-No hay ningún «tú y yo». No le confiero ningún matiz romántico a esto. No somos más que socios .Tú marcaste las reglas. Yo las acepté. ¡Incluso te demostré que cumpliría mi parte del trato, por el amor de Dios! -él guardó silencio y le pareció que la expresión que mostraba era de tormento.
Preguntándose qué diablos se suponía que debía hacer en ese momento, dio marcha atrás-. De acuerdo. No puedo forzarte a venir conmigo. Pero prométeme una cosa -le había dicho a su padre que conseguiría el silencio de Pedro, aunque ya no estaba tan segura-. Olvida que alguna vez te ví, y te hablé de Delfina.
-¿Y qué vas a hacer tú?
-Encontrar a mi hermana.

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