«¿Por qué? Porque estoy enamorada de tí y a la vez me das miedo y si me dejo caer en tus brazos me enamoraré aún más y tú saldrás corriendo.»
-Ni siquiera pensaba quedarme a cenar, mucho menos... -no sabía cómo denominar lo que había ocurrido entre ellos-. Esto no es lo que yo esperaba.
-Digamos entonces que ha sido una velada inesperada. De hecho parece que siempre que estamos juntos es por casualidad. Desde luego yo no diría que nuestros encuentros sean predecibles.
Paula se alegró de que Pedro tuviera tanta facilidad para bromear. Al menos saldría de allí y nadie sabría lo que sentía en realidad. Pero no estaba contenta. Estaba frustrada. Era evidente que él se sentía atraído por ella pero eso era todo. Y no era suficiente, no ahora que ella sabía lo que sentía por él. Sonrió brevemente y se levantó. Se estiró la ropa y miró alrededor desorientada hasta que Pedro señaló su maletín aún en el suelo de la cocina.
-Claro, mi maletín. Gracias -dijo Paula al tiempo que recogía la chaqueta y el bolso y se dirigía hacia el ascensor.
Llamó y se volvió para mirar a Jacob de pie a poca distancia de ella. Retrocedió un tanto cohibida y le ofreció la mano como si aquello hubiera sido una cita de negocios.
-Bueno, Pedro. Gracias por la cena y... En fin, gracias por la cena. Estaba realmente deliciosa.
Pedro se rió suavemente y a continuación tomó con gesto aparentemente serio la mano que le ofrecía.
-Gracias por tu presentación. Realmente encantadora.
Paula lo miró con la mirada vacía hasta que él señaló el maletín y de pronto recordó el verdadero motivo que la había llevado allí.
-Sí, claro. Bueno, me alegro de que te haya gustado. El lunes me pondré con ella nada más llegar y me pondré en contacto contigo... Diré a Lara que se ponga en contacto contigo a lo largo de la semana para cerrar los últimos detalles.
El ascensor llegó por fin y Paula dió un suspiro de alivio. Las puertas se abrieron y entró. Pedro se inclinó ligeramente y sujetó con fuerza las puertas para que no se cerraran.
-En caso de que te lo estés preguntando, es cierto que le dije a mi hermana que eras encantadora -admitió Pedro mirándola a los ojos, con una sonrisa que ponía al descubierto sus profundos hoyuelos.
Paula le devolvió la mirada y sintió ganas de llorar. Pedro se inclinó y le dió un beso en la mejilla, que duró más de lo que las normas de buena educación dictaban. Ella suspiró al notar el contacto y cuando por fin se retiró vió que Pedro tenía los ojos cerrados. Le costó mucho quedarse inmóvil dentro de aquel ascensor y no tirar de él para que entrara con ella.
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