¿Eran imaginaciones suyas pensar que Pedro estaba pensando en continuar su relación? No, no lo creía. Al menos, eso esperaba. ¿Acaso los últimos días juntos no habían demostrado lo bien que se llevaban? Él se pasaba el día sonriendo y había dejado de fruncir el ceño constantemente. ¿Por qué iba él a querer poner punto final a su relación llevándose tan bien? Paula estaba terminando de preparar la cena cuando Pedro entró con el móvil en la mano, su bolsa con el equipaje y la frente arrugada.
–¿Qué pasa? Es la primera vez en cinco días que te veo con el ceño fruncido.
–Lo siento, Paula, han surgido problemas en el trabajo –respondió él–. Tengo que volver a Londres inmediatamente. Solo yo puedo encargarme del asunto y no lo puedo hacer por teléfono. He llamado al dueño del barco para que venga a recogerme, estará aquí dentro de media hora.
A Paula le dió un vuelco el corazón. Sus esperanzas se habían ido al traste.
–¿Y yo, qué voy a hacer?
–Puedes quedarte hasta que terminen las vacaciones. No tiene sentido que vuelvas a Londres conmigo. Aprovecha los dos días que te quedan.
–No será lo mismo sin tí –dijo ella–. ¿Qué voy a hacer aquí yo sola? No hay nadie en la isla.
–Lo arreglaré para que venga alguien a quedarse contigo. Alguna empleada…
–¿Una empleada? –lo miró fijamente–. ¿En serio piensas que voy a querer quedarme aquí con una empleada cuando lo único que deseo es estar contigo?
Pedro apretó los labios.
–Paula, no tengo tiempo para…
–Sí que lo tienes, Pedro –lo interrumpió ella–. Esto es importante para mí. No puedes volver a Londres y hacer como si nada hubiera pasado durante estos días. ¿Es que no han significado nada para tí? ¿Es que yo no significo nada para tí?
Pedro suspiró con impaciencia.
–Paula, si lo que te preocupa es lo que va a decir la gente, no veo el problema. No he salido en ninguna de las fotos que cuelgas en Internet, así que nadie se va a enterar de si sigo contigo aquí o no.
–Yo sí me voy a enterar, Pedro –protestó ella–. Voy a quedarme aquí sola pensando en tí porque… Porque te quiero.
Pedro hizo una mueca de dolor.
–Para, Paula, para. No digas nada más.
–Claro que sí voy a hablar –dijo Paula tratando de no perder la calma–. Me niego a seguir ocultándolo, me niego a seguir fingiendo. Te amo, Pedro. No quiero que lo nuestro acabe cuando termine la semana, quiero que dure el resto de nuestras vidas.
–Te dejé muy claro lo que podía ofrecerte, un futuro juntos no era una opción.
–Y yo creo que, en el fondo, quieres lo mismo que yo –dijo Paula–. Lo deseas tanto como yo, pero crees que no te lo mereces por lo que le pasó a Victoria.
–Esto no tiene nada que ver con Victoria –respondió él–. Lo importante es que lo nuestro no es real, Paula, se debe más a jugar bajo el sol en la playa que a otra cosa. Repito, lo nuestro no es real, no lo ha sido desde el principio. Se trata de una farsa y he sido lo suficientemente idiota como para seguirte la corriente y…
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