Pedro se pasó la mano por su recién afeitada barbilla. No sabía si estaba haciendo lo correcto al aparecer así. Le había parecido un buen plan mientras estuvo sentado con sus ex suegros bebiendo té en un incómodo silencio. Ahora no estaba tan seguro. Paula podía pensar que estaba entrometiéndose. Su amigo Hernán se quedó atónito al verlo aparecer en su casa para pedirle una americana y una pajarita, pero se lo dejó sin preguntar. Era un tipo estupendo. Se recolocó el cuello de la camisa. No le gustaba arreglarse tanto, pero esa noche no estaba haciendo lo que quería sino lo que Paula necesitaba. Desde que viera a su ex marido reírse con su nueva novia se había dado cuenta de que ella iba a necesitar alguien con quien estar esa noche. Un amigo. Y, aunque quería ser más que su amigo, iba a dejar eso de lado. Ella lo había ayudado muchísimo y era hora de que le hiciera un favor. Eran los ocho en punto. No tenía más que subir las escaleras del vestíbulo y encontrarla. Esperaba que no se riera de él o que le molestara su presencia. La entrada estaba llena de gente. Eran invitados buscando el guardarropa o saludándose entre sí. Miró a su alrededor, pero no la vio por ninguna parte. Distinguió a su hermano, seguido por una mujer embarazada y nerviosa que debía de ser su esposa. Miró en las escaleras y en el rellano. Vió a una mujer, de espaldas a él, con el pelo del mismo tono castaño caramelo, pero no era ella. Paula siempre parecía relajada. Esa mujer, en cambio, se movía con distinción y un aire casi regio. Fue hasta el bar del hotel para buscarla allí, pero tampoco estaba.
Suspiró agobiado. Estaba tenso y no sabía qué hacer. A lo mejor alguien se daba cuenta de que no era uno de los invitados y acabarían echándolo de allí. Sus ojos fueron de nuevo hacia las escaleras. La mujer que había visto minutos antes bajaba ahora hacia el vestíbulo. Con una mano sujetaba la balaustrada y con otra se levantaba la falda de su vestido granate con exquisita elegancia. Primero se fijó en sus suaves brazos. Después levantó los ojos y el corazón le dió un vuelco. Era Paula. Pestañeó, miró de nuevo y se quedó con la boca abierta. Literalmente. Era su niñera, pero nunca la había visto así. Llevaba maquillaje. La sombra de ojos o lo que fuera hacía que su mirada pareciese más profunda y llevaba un color de labios que imitaba el tono de su vestido. Su aspecto relajado y algo desaliñado había desaparecido. Todo estaba en su lugar. Quería llamarla, pero no sabía qué decir. Era como si la estuviera mirando por primera vez y se sintió de repente muy tímido, como si no la conociera. La vió sonreír a su hermano. Se acercó a Gonzalo y besó a él y a su mujer en la mejilla. No podía creérselo, parecía tan elegante y segura que no podía dejar de mirarla. Estaba hipnotizado. La vio moverse entre la gente, saludando a todo el mundo con una serena sonrisa. Nadie podría adivinar que había estado temiendo esa fiesta.
Había casi llegado a la entrada del salón cuando Pedro recordó que tenía que seguirla. Fue hacia donde estaba, pero estaba siempre demasiado lejos por delante de él para llamarla sin atraer demasiada atención. Por fin, Paula se paró en el umbral para mirar a su alrededor y él tuvo su oportunidad.
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