miércoles, 11 de mayo de 2022

Enfrentados: Capítulo 25

"Día segundo, escribió Paula en su diario. Los doce que quedamos planeamos distintas formas de asesinar. El espacio aquí es tan reducido que todo el mundo parece diez veces más fastidioso. Y para colmo, sólo hay un baño para compartir con Arturo, Graciela, Alicia, Luis, Rafael, Julia, Renee, Adrián, Javier, Tamara... y Pedro. Aunque él ha dejado claro que no le importa compartir. ¿ Y yo? ¿Querría acaso tomar ese camino con él?" Antes de contestar esa pregunta Paula cerró el diario y lo metió en la bolsa. Llevaba casi treinta minutos esperando a que Adrián terminara de salir del baño. Se había duchado cantando una canción de Sinatra, y hacía ya diez minutos que tenía el grifo abierto. No tenía ni idea de lo que le mantenía tan ocupado. A unos pasos de ella, Alicia estaba mezclando algo asqueroso en la cocina. Olía a aceite de pescado y a cereales, todo ello en forma de brebaje verde y espumoso. A Paula se le quitaron las ganas de comer. Entonces se levantó y llamó a la puerta.


-¿Adrián, qué estás haciendo ahí? ¿Muriéndote?


-¡Salgo en un minuto!


Le había dicho lo mismo hacía diez minutos, y también quince antes.


-Si no sales de ahí, entraré y te sacaré de los calzoncillos.


-De acuerdo, de acuerdo -se abrió la puerta y Adrián salió seguido de una nube de vapor-. Es todo tuyo.


-¿Queda algo de agua caliente?


Él se encogió de hombros y esbozó una sonrisa tímida.


-Lo siento.


Paula se mordió la lengua para no molestar a Alicia que estaba allí cerca, y metió su maleta en el baño. Justo antes de cerrar la puerta vió a Pedro en la habitación de atrás. Tenía el ordenador encendido a su lado, pero no lo estaba utilizando. En lugar de eso estaba apuntando notas y números en un bloc. Sumó la columna, sacudió la cabeza y soltó una palabrota. Paula vaciló. Se debatió entre una muy necesaria ducha y Pedro. Se fijó en el ángulo agudo pronunciado de su mandíbula, en la tensión de sus hombros.  La noche anterior había dormido unos diez minutos en total. Cada vez que cerraba los ojos veía a Pedro, sentía su mano rozándole la mejilla, o el aroma a bosque de su loción de afeitar. En menos de veinticuatro horas había conseguido empujar su amistad hasta un territorio que jamás había imaginado que atravesaría con él. Eran amigos de la infancia, dos personas que se incordiaban el uno al otro pero que siempre se habían ayudado en caso de peligro. Amigos y nada más, se recordó. Estar en un espacio tan reducido llevaba a las personas a hacer locuras.Ya le había entregado el corazón a un tipo como él. Un hombre que la había convencido de que vivir en un apartamento asqueroso en Mercy era la plenitud del amor, y que después se había largado cuando había encontrado a alguien mejor. Ya habían sido dos los hombres que habían traicionado su corazón y su cuenta comente. No necesitaba a otro. Sobre todo cuando estaba a punto de iniciar su propia vida. 

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