viernes, 2 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 47

 —Tenías razón en lo de esta cita —exclamó ella—. No vamos a pasar desapercibidos para nadie.


Las luces se apagaron y comenzó la película. ¡Bum! Una terrible explosión inundó la pantalla. Paula se quedó sin aliento. Odiaba ese tipo de películas. Miró a Pedro y entonces su mano se encontró con la suya en la oscuridad.


 —Estoy bien. Sólo me asusté un poco —dijo ella, y luego, al ver que no le soltaba la mano, añadió—: No tienes por qué hacer eso. Aquí no puede vernos nadie.


 —En cuanto salgamos de aquí, la ciudad entera se enterará de todo lo que hayas hecho.

 

—Te sientes muy seguro de tí, ¿Verdad? —susurró ella.

 

—Sí, supongo que sí. Y creo que no sin fundamento.

 

Y entonces él se puso a hacer esa cosa que sabía hacer tan bien con las yemas de los dedos en los nudillos de ella, a pesar de que eso no figuraba en las reglas, ni podía probablemente verlo nadie. Y luego, cuando pensó que aquella caricia había empezado a perder parte de su efecto, subió un poco la mano hasta su muñeca y comenzó a dibujar en ella con los dedos una serie de círculos lentos y sensuales.  ¿Cómo sabía que las muñecas podían ser también zonas erógenas? Cuando terminó con la muñeca, se dedicó a hacer los mismos masajes en la palma de su mano. A lo largo de la película se entretuvo jugando con sus dedos. Se llevó su mano a los labios y la besó varias veces. Trataba su muñeca y la palma de su mano como si fueran partes del cuerpo de una mujer a los que se rindiera culto de adoración en alguno de aquellos lugares exóticos en los que había estado. Cuando los créditos comenzaron a desfilar en la pantalla, ella apenas se había enterado de la película y casi no pudo levantarse de su asiento. Cuando lo hizo, comenzó a andar tambaleándose por el pasillo y él tuvo que ayudarla pasándole un brazo por la cintura y estrechándola contra sí.

 

—Te lo dije.

 

—¿Qué? —dijo ella muy digna.

 

—Que todos estarían pendientes de tí —replicó él, con una sonrisa de malicia. 


—No, no puede ser.


 —Está bien, sabelotodo, ¿De qué trataba la película?

 

Antes de que ella pudiera responderle, ya habían cruzado el vestíbulo y se hallaban en la calle.

 

—¡Oh, oh! Mucho ojo, Paula —dijo él—. Ahora comienza de verdad el espectáculo.


 ¿Qué quería decir con eso?  Entonces ella vió que venía hacia ellos Franco, acompañado de Mariana. Ésta, como cabía esperar, era una mujer muy atractiva. Alta, de ojos azules y con un maravilloso pelo negro.


 —Paula —dijo Franco—. Y tú… Pedro, ¿No? Quiero que conozcan a mi Mari.

 

—Paula, te estaré eternamente agradecida —dijo ella—. He estado adorando a este caballero desde la última fila de la clase de Derecho durante dos años. ¡Oh, Dios mío!, cuando me enteré de que estaba disponible, me lancé a por él. El pobre no sabía lo que se le venía encima, ¿Verdad, cariño? Pero, bueno, ¿Cuánto tiempo hace que se conocen ustedes? —preguntó Mariana.

 

—Toda la vida —replicó Paula. 

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