lunes, 26 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 25

Su contacto la había sorprendido y, al mismo tiempo, su suavidad al sujetarla le había hecho desear… Más. Y, cuando se había colocado detrás de ella, con su fuerte cuerpo presionándole la espalda, para ayudarle a aprender los pases de balón… Paula tragó saliva. Había sido agradable sentir el contacto físico de un hombre, pero debía tener cuidado. No tenía la intención de salir con nadie. Y menos cuando tenía que ocuparse de Ignacio.


–Buen tiro, Pablo –aplaudió Pedro y miró a Paula–. Gracias por tu apoyo.


–Soy yo quien debería darte las gracias. Los niños han aprendido mucho hoy. Más de lo que yo podría haberles enseñado en todo el curso.


–Gracias por el cumplido –repuso él–. Pero tú también serás capaz de hacerlo cuando llegue el momento.


Paula lo dudaba. Todos los niños, menos dos, rodearon la pelota. Pedro hizo una mueca.


–Ha pasado algo, pero no sé qué –comentó él, mirando el campo. Señaló al grupo de jugadores–. ¿Ves cómo están todos apiñados y concentrados solo en el balón?


Ella asintió.


–Tienen que ocupar sus posiciones –indicó él y señaló al niño más rápido, Damián–. Ese chico solo quiere la pelota. En vez de jugar en el centro, donde debería estar, está en el área izquierda. ¿Y ves a ese chico pelirrojo, Mauro…?


–Marcos –le corrió ella.


–Sí, Marcos. Están todos en la misma área, Marcos, Damián y esos de allí.


Los conocimientos de Pedro sobre fútbol impresionaron a Paula. De acuerdo, era jugador profesional. Pero se estaba tomando la molestia de comentarle cada detalle a ella y de hacer correcciones a los chicos. Debería haber llevado un cuaderno de notas, pues aquello era como asistir a un curso elevado de técnicas de fútbol, pensó.


–¿Y qué se puede hacer en este caso? –quiso saber ella.


–Esto –respondió él y se llevó el silbato a la boca.


Cuando sopló, Paula no pudo evitar preguntarse a qué sabrían sus labios. Lo más probable era que su contacto fuera tan agradable como el de sus manos, adivinó. Incluso, igual, mejor. No debía pensar en eso, se reprendió a sí misma. Los niños se quedaron petrificados.


–No estamos jugando al balón prisionero –les gritó Pedro–. No persigan la pelota. Repártanse. Ocupen sus posiciones. Intentémoslo de nuevo.


Los niños obedecieron. Pedro los dirigió para que no volvieran a apiñarse. Los aplaudía cuando hacían algo bien y los corregía cuando cometían errores. Paula se inundó de calidez mientras lo contemplaba, aunque se obligó a centrar la mirada en los niños nada más. El juego en el campo le recordaba a un acordeón. A veces, estaban esparcidos. Otras veces, estaban todos juntos alrededor de la pelota.


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