viernes, 21 de junio de 2019

Indomable: Capítulo 5

En ese momento se abrió una puerta a unos metros del vestíbulo y por ella salió la señora Zolezzi, su paciente. Preocupada por que la anciana de cabellos plateados pudiese asustarse ante la presencia de aquel extraño en su casa, se apresuró a explicarle:

–Sara, no sabe cuánto lo siento; este caballero se ha quedado atrapado en la nieve y…

La anciana, sin embargo, no parecía estar escuchándola. Había alzado los ojos hacia el extraño, y una sonrisa se extendió por su arrugado rostro.

–¡Pedro, cariño! ¿Cómo es que no me has dicho que venías?

–Quería darte una sorpresa –de pronto la voz del hombre se había vuelto tremendamente cálida–. He tenido un contratiempo porque mi coche patinó con el hielo de la carretera, pero por suerte esta señorita –añadió con una mirada sardónica a Paula –se ofreció a llevarme.

Sara no pareció advertir la confusión de Paula.

–Paula, querida, qué buena eres. Gracias por rescatar a mi nieto.

¿Nieto? Paula se volvió bruscamente hacia el extraño. Bajo la luz del vestíbulo podía ver sus facciones con claridad, y fue entonces cuando lo reconoció. En las revistas del corazón con frecuencia aparecían fotos suyas que ilustraban artículos acerca de su agitada vida amorosa. Pedro Alfonso era el director de Eleganza, una famosa compañía italiana fabricante de coches deportivos, y también un playboy multimillonario del que se decía que era uno de los solteros más cotizados de Europa. Y además era nieto de Sara.

–Vamos, pasen los dos –dijo Sara dándoles la espalda para dirigirse al salón.

Paula iba a seguirla, pero Pedro Alfonso se interpuso en su camino.

–Querría tener unas palabras a solas con usted… solo será un momento –le dijo bajando la voz–. ¿Qué se supone que ha venido a hacer aquí? Mi abuela está perfectamente. ¿Por qué necesita que la visite una enfermera?

Su tono altivo hizo a Paula pensar en el pobre señor Jeffries, que había muerto solo. Sin duda creía que no tenía nada que reprocharse.

–Si se tomara algún interés por su abuela, sabría por qué estoy aquí – le respondió con aspereza. Sintió una satisfacción perversa al verlo entornar los ojos–. No sé si sabrá que hace unos meses se cayó y se rompió la cadera. Aún está recuperándose de la operación.

–Por supuesto que lo sé –a Pedro le irritaba la actitud beligerante de la enfermera, y la crítica implícita en su tono–. Y según tengo entendido, se está recuperando bien –añadió con voz gélida.

–Tiene más de ochenta años, y no debería vivir sola en este lugar tan remoto. Como demuestra el accidente que tuvo hace poco por el que se quemó la mano. Es una lástima que esté demasiado ocupado con su vida para preocuparse de su abuela. Y ahora si no le importa –dijo empujándolo a un lado–, tengo que ver a mi paciente.

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