domingo, 9 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 34

—¿Es que no conoces a mis padres? —Pedro guardó silencio mientras el camarero retiraba las ensaladas.

—Tus padres me caen de maravilla.

—No me malinterpretes —se apresuró a decir él—. Son buenas personas que quieren a sus hijos, y los tres les tenemos en un pedestal. Pero al ser el mayor, la exigencia de perfección recaía sobre mí.

Paula deslizó un dedo por su vaso de agua.

—Supongo que esperaban mucho de ti. No has mencionado a tu abuelo, pero a juzgar por lo que has comentado de su mujer, imagina cómo debió de ser la infancia de tu padre.

Pedro pensó en ello un instante y luego se estremeció.

—Y Elsa era la divertida.

—Para que veas.

Entonces llegó el camarero con el filete de Paula, los escalopines de Pedro y un plato de patatas fritas estilo texano con chiles chipotles. Ella probó una y le pareció deliciosa. Las patatas fritas normales no volverían a ser lo mismo nunca, lo que seguramente era una metáfora de la vida tras aquel viaje con él.

—Creo que la mayoría de los niños quieren complacer a sus padres —aseguró dejando el tenedor—. Y entiendo lo difícil que es enfrentarse a su desaprobación.

—¿Lo entiendes? —Pedro se la quedó mirando fijamente—. Estoy pensando que yo he airado mis secretos más oscuros hasta la saciedad y en cambio tu vida es un completo misterio para mí.

—No hay nada destacable —a excepción de aquel único y grave error y todo el dolor que provocó.

—Eso es difícil de creer, porque eres una mujer muy destacable —afirmó él—. Y no me salgas con que eso se lo digo a todas porque no es cierto.

Paula no podía decir nada porque el corazón le latía con demasiada fuerza. Finalmente susurró:

—Gracias.

—¿Y ya? ¿No me cuentas nada?

—Te aburriría mortalmente.

—Me arriesgaré.

«Por favor, que no me presione», pensó ella. Últimamente el pasado le pesaba más, y cosas que no le había contado siquiera a su mejor amiga podrían escapársele con facilidad.

—No quiero hablar de ello.

 Pedro frunció el ceño.

—¿Estás en el programa de protección de testigos?

—No, por supuesto que no.

—¿Estás huyendo de la mafia rusa? —insistió él.

—Vamos, por favor. Me apellido Chaves.

—Podría ser un apellido falso.

—No lo es.

—Ya lo tengo —Pedro chasqueó los dedos—. Eres una espía. Podrías contármelo, pero entonces tendrías que matarme.

—No vas a dejar el tema, ¿Verdad?

—No, no está en mis planes.

—Podría levantarme y marcharme de aquí —amenazó Paula.

—Espero que no lo hagas —Pedro la miró con simpatía—. Vamos, tu pasado no puede ser tan malo.

—Me quedé embarazada en el último año del instituto.

Pedro parecía impactado.

—Tengo que decir que eso no me lo esperaba.

Había llevado aquella pesada carga durante tanto tiempo que ahora quería contárselo todo.

—Estaba muy asustada y se lo conté a mi madre enseguida. Mi padre nos había abandonado cuando yo tenía doce años, así que solo estábamos ella y yo.

—¿Cómo se lo tomó?

—No muy bien. Trabajaba de camarera en uno de los hoteles del centro y ganaba muy poco. Nunca se cansaba de decirme que, si no se hubiera quedado embarazada de mí en el instituto, su vida habría sido mejor. Pero ahora era una madre soltera con demasiada responsabilidad y no perdía ninguna oportunidad de advertirme que no se me ocurriera quedarme embarazada.

—¿Y? —preguntó Pedro con dulzura.

—Digamos que no pensaba en eso cuando estaba en el asiento de atrás del coche de Javier Gibson la noche que perdí mi virginidad.

Ni tampoco pensaba en eso la noche anterior con Pedro. Oh, Dios. Confiaba en que la historia no se repitiera.

—¿Qué te dijo tu madre cuando se lo contaste?

—A mí no mucho, pero a la familia de Javier al parecer sí. Me pidió que me casara con él y yo pensé que todo iba a salir bien. Que formaríamos una familia.

—Pero no salió bien —adivinó Pedro.

—No apareció el día de la boda. Me dejó una carta diciendo que se había alistado al ejército.

No hay comentarios:

Publicar un comentario