lunes, 9 de mayo de 2016

Dos Vidas Contigo: Capítulo 59

-¿Qué creías que estaba ofreciéndote? -le preguntó con un tono cortante-. ¿Un acuerdo sexual a largo plazo? No, gracias -la rodeó y abrió la puerta de dormitorio-. Te acompañaré a casa.

No hablaron en tres días. Paula se arrodilló para plantar algunas flores que dieran un poco de color.

Pablito jugaba al balón a unos metros de ella. Él ya la había mirado algunas veces y le había preguntado por Alf.

Ella había sentido un dardo en el corazón con cada pregunta.

Pedro quería casarse con ella.

Los ojos se le empañaban de lágrimas cada vez que se acordaba de la discusión que había tenido con él.

Él quería casarse con ella. Al menos quería hacerlo hasta que se dió cuenta de lo obsesionada que estaba con su problema económico. El cual, una vez que lo hubo pensado, tampoco era tan grave como había creído. Como había decidido creer, se dijo furiosa por su estrechez de miras.

Sobre todo si tenía en cuenta que podía haber acabado con la posibilidad de ser feliz para siempre con él. Él...

-¡Pablito! -el grito de Pedro sonó muy distante-. ¡No!

Paula se giró al darse cuenta de que se había abstraído durante demasiado tiempo. Pablito estaba al fondo del jardín en el borde de la piscina abandonada. La piscina que no había llenado ese verano porque era demasiado caro mantenerla. La piscina que, comprobó con horror, se veía claramente a través de la verja que tenía la puerta abierta de par en par. ¿Se la había dejado abierta cuando quitó las hojas el día anterior? No estaba segura, pero se temía que podía haberlo hecho.

Se levantó mientras Pedro se acercaba desde la casa corriendo a toda velocidad. Sin embargo, fue demasiado tarde. Su hijo dió un torpe paso adelante y cayó con un grito que inmediatamente se convirtió en un silencio aterrador.

-¡Pa ...bli ... to!

Paula no sabía que podía gritar tan fuerte.

Pedro llegó a la piscina antes que ella y se asomó al borde. Se incorporó al instante.

-Llama a urgencias -le ordenó a Paula.

-¿Respira? -ella se quedó clavada en el suelo debatiéndose entre ir hasta donde estaba su hijo y la necesidad de buscar ayuda médica.

-¡Deprisa!

La voz fue como un latigazo y ella volvió corriendo hacia la casa.

-¡Pilar! -gritó al entrar.

Su suegra apareció justo cuando se puso en contacto con las urgencias. Vió que la cara de Pilar se demudaba de color cuando comprendió lo que había pasado. Después de transmitir la información inicial, dio el teléfono a Pilar y volvió a correr hacia la puerta después de haber agarrado dos toallas de baño por el camino.

-Quieren que haya alguien al teléfono. No puedes alejarte mucho o la llamada se cortará.

Volvió a la piscina y bajó por el lado menos profundo. Afortunadamente había caído un metro en vez de cuatro. Pedro estaba de rodillas con la muñeca del niño en la mano. Pablito estaba aterradoramente quieto. Tenía sangre debajo de la cabeza y ella reprimió un grito al verla.

-No lo muevas -le dijo Pedro firmemente al ver que ella iba a tomarlo en brazos.

Ella lo tapó con las toallas a pesar del calor que hacía.

El tiempo pasaba con una lentitud desesperante. Pablito respiraba, pero no daba señales de tener conciencia.

-Vamos, amiguito, despierta -dijo Pedro.

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