domingo, 17 de abril de 2016

Inesperado Amor: Capítulo 44

Paula agarró el bolso y salió de la casa con él.

—¿Te dijo algo sobre mi coche?

Pedro esperó a que estuvieran dentro del coche para contestar.

—Me dijo que la policía no ha encontrado ningún coche abandonado como el tuyo así que lo más probable es que estén intentando venderlo.

—Es una pena que no vayan a vendérselo a mi compañía de seguros. Así nos ahorrarían trabajo y complicaciones a todos. Lo que más me enfada es tener que esperar tanto a que me den el dinero. Tendrían que darse cuanta de que a estas alturas las probabilidades de que el coche aparezca son muy escasas ¿Por qué no me pagan por él y zanjan el tema?

—Porque a ellos les beneficia quedarse con el dinero el mayor tiempo posible ¡Las compañías de seguros son unas ladronas!

Ella se quedó mirándolo fijamente. Aquellas duras palabras la habían sorprendido, Pedro parecía odiar a las compañías de seguros, era algo extraño. La mayoría de la gente no opinaba sobre el tema, ella no tenía nada en contra de las compañías de seguros hasta que le habían robado el coche.

—¿Tuviste algún problema con la tuya cuando te rompiste el brazo? —preguntó ella con curiosidad.

—-No.

Pedro no quiso decirle que su secretaria se pasaba el tiempo lidiando con compañías de seguros. Aquello podría hacerle preguntar cosas que él no quería contestar, y estaba harto de no darle respuestas directas. Necesitaba contarle la verdad, pero no era el momento, tenía que esperar un poco más, esperar a que ella lo conociera un poco más.

Quizá se lo podría contar cuando le contestara su amigo. Entonces podría decirle a qué se dedicaba de una forma casual, como si no fuera nada del otro mundo ser cirujano en un hospital de Boston. Se mordió el labio mientras se intentaba imaginar cómo reaccionaría ella.

Estaba seguro de que a Paula no le importaría que él fuera cirujano, a ella no parecía impresionarle lo que un hombre tenía o hacía. Lo que sí le iba a molestar era que él la hubiera engañado a propósito, ella era tan sincera que iba a querer saber por qué él se lo había ocultado. No podía decirle que lo había hecho por miedo a que se interesara por él sólo por el dinero que ganaba. Aquello le haría parecer un ser arrogante y prepotente. Apretó el volante con fuerza. Nunca debía haberle mentido.

Mientras llegaba al aparcamiento se calmó un poco. No iba a preocuparse por aquel tema, era el momento de disfrutar.

—No esperaba que tanta gente quisiera aprender bailes de salón —le susurró Paula mientras entraban a la sala donde iba a tener lugar la clase— Debe haber cerca de cuarenta personas aquí.

—Sí... —afirmó Pedro mientras miraba a su alrededor.

Sabía que lo que realmente iba a disfrutar de la clase era tener a Paula entre sus brazos. Pero no sabía qué podía interesarle al resto de la gente, la mayoría rondaban los cincuenta y los sesenta.

—¿Qué tipo de baile es el baile de salón? —le preguntó Pedro a Paula.

—No lo sé, es la primera vez que hago algo así.

De repente una mujer corpulenta pidió que la atendieran y comenzó a hablar de los bailes de salón. Después pidió un poco de espacio e hizo una demostración del vals que iban a aprender aquella tarde.

Paula suspiró al ver cómo la profesora y su pareja se movían con elegancia por el salón.

—Me pregunto cuánto tiempo se tarda en bailar así de bien.

Una mujer muy guapa y morena que estaba junto a ellos se giró y miró a Paula. Tenía una expresión de desprecio en la cara, pero aquel gesto cambió en cuanto vió a Pedro.

—¡Pepe! —exclamó la mujer mientras sonreía de una forma provocadora—. Hace mucho tiempo que no te veo, no sabía que...

—Sabrina —se apresuró a decir Pedro para evitar que dijera algo que no quería que Paula oyera-—¿Qué tal estás?

—Mucho mejor desde que te he visto —Sabrina lo miró con coquetería. Tenía unas pestañas interminables.

A Paula le pareció absurdo el nombre con que aquella mujer llamaba a Pedro. Era un nombre infantil y Pedro era todo menos infantil.

—Paula, te presento a Sabrina Larson.

—Billington —le corrigió el hombre que estaba junto a Sabrina — Sabrina me hizo el hombre más felíz de la tierra el mes pasado. Por cierto, me llamo Germán —el hombre extendió el brazo hacia Pedro.

—Lo siento, me he roto el brazo —dijo Pedro.

—Pepe, eso es horrible... —dijo Sabrina con un tono tan afectado que parecía fingido.

—Lo lamento —dijo Germán—. No me dí cuenta.

—Tenemos que... —empezó a decir Sabrina pero la profesora volvió a pedir atención y se calló.

Mientras la profesora hablaba, Paula se dijo a sí misma que no había sabido llevar la situación. En lugar de quedarse quieta como un muñeca mientras aquella mujer hablaba, debía haber... Pero no sabía qué debía haber hecho ¿Debía haber montado una escena? Sabía que los hombres odiaban aquello, además, no tenía ningún derecho a sentir celos por Pedro, él no le pertenecía. Lo único que había entre ellos era un acuerdo, un acuerdo de negocios.

—¿Te ha molestado Sabrina?—le susurró Pedro al ver la forma en que se mordía los labios— Cree que es la cenicienta del baile.

—Bueno, hay que reconocer que es muy guapa, es la mujer más guapa de esta sala de baile.

—Cree que por ser guapa puede permitirse comportarse como quiera —dijo Pedro con un tono de sátira—El pobre que está a su lado debe ser su tercer marido, quizá el cuarto. Ya he perdido la cuenta.

Paula suspiró aliviada. Estaba claro que a Pedro no le gustaba aquella mujer.

—¡El pie! —exclamó Pedro de repente.

—¿Qué pie? —Paula miró a la profesora que estaba con su pareja al lado de Pedro.

—El que se supone que tiene que estar entre la pareja mientras nosotros dirigimos el vals ¿Cómo vamos a bailar juntos si tú estás allí y yo aquí?

—Creo que tienen que acercarse un poco más —dijo el señor mayor que estaba junto a Pedro.

Pedro se dijo que no sería capaz de hacerlo durante mucho tiempo pero aun así acercó a Paula hacia él y la colocó cómo la profesora le estaba indicando. Si aquello seguía así, no podría aguantarse y terminaría besándola delante de todo el mundo. De repente se imaginó cómo reaccionaría la profesora. Quizá podría decirle que era un paso de la lambada.

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