Paula se echó a reír, se quitó el abrigo y se dejó caer en el sofá, al lado de Clara.
—Gracias, Clara. Has conseguido hacerme ver mi vida con cierta perspectiva.
Sofía se sentó en el suelo y sacó una libreta.
—¿Y qué ha pasado para que se haya producido este escándalo en la prensa? ¿Quién se ha ido de la lengua?
Paula le explicó lo ocurrido. A las tres mujeres les indignó que alguien hubiera sido capaz de aprovecharse de Luisa.
—Habla con Agustín—dijo Clara con fiereza—. Se las hará pagar a ese tipo.
A Paula le intrigó que Clara, siempre amable y delicada, estuviera tan dispuesta a atacar. Aunque quizá tuviera sentido. Agustín en el fondo era un guerrero, seguramente necesitaba una mujer emocionalmente fuerte y segura de sí misma.
—Por lo visto ya lo ha hecho Pedro—dijo Paula—. El hijo mayor del senador le ha dado un buen puñetazo a ese periodista.
Malena esbozó una mueca.
—Eso no puede significar nada bueno.
—Ha dicho que no sabía lo que iba a pasar. Que depende de si el periodista presenta o no una denuncia —aunque Paula tenía el presentimiento de que lo haría.
Eso supondría que la atención continuaría centrada en ella, aunque el problema hubiera sido que aquel periodista se había comportado como un auténtico canalla.
Sofía miró a Paula.
—Así que el abogado frío y conservador tiene un lado apasionado.
Paula había pensado lo mismo que ella, pero no quería seguir hablando de ese tema con su cuñada. Por lo menos de momento.
—Ya está bien de hablar de mí —dijo con firmeza— . Hemos venido aquí para planificar una boda —se volvió hacia Clara—. ¿Por dónde empezamos?
Clara tomó aire.
—Va a ser una gran boda. Eso no pienso evitarlo porque es lo que he querido durante toda mi vida. Una boda de cuento de hadas, con montones de flores y luces. Quiero un velo larguísimo y llevar el pelo recogido.
Paula sintió una punzada de envidia. Clara era una mujer feliz, enamorada, y estaba a punto de casarse. En realidad, Paula no tenía ninguna ganas de casarse en aquel momento, pero le encantaría enamorarse de un buen tipo.
Algo que no tenía muchas posibilidades de suceder en aquel momento, se recordó a sí misma. El año anterior, su marido había decidido dejarle diciendo que no estaba suficientemente preparada para el matrimonio, una excusa como cualquier otra para no decir que le estaba engañando. Paula se había enamorado después y había sido seducida por un hombre aparentemente perfecto que, al final, había resultado estar casado. Y su última conquista había sido un tipo tranquilo que acababa de dejar el sacerdocio, un desafío que no había tenido ninguna gana de asumir. Su vida amorosa había sido un cuento con moraleja.
—Tienes que tener una boda tal y como la has soñado siempre —dijo Malena con firmeza—. Con un vestido maravilloso y todo lo demás.
—Estoy de acuerdo —respondió Sofía—. Y por lo menos no vas a tener que preocuparte por la comida.
Paula gimió.
—No sigas por ahí —le dijo a Sofía—. Eso lo tiene que decidir Clara.
Clara se movió incómoda en el sofá y posó la mano en el hombro de Sofía.
—Lo siento —dijo con voz queda—. Debería haber hablado de esto contigo. El caso es que no quiero que te encargues tú de la comida de la boda.
La mirada de Sofía se oscureció.
—Sí, lo sé, eso ya ha quedado muy claro.
Clara continuó como si Sofía no hubiera dicho nada.
—Para mí ha sido una decisión muy difícil, sabiendo que eres la mejor chef con la que podría encontrarme, pero también vas a ser mi cuñada. ¿Y qué clase de cuñada sería si te hiciera trabajar el día de mi boda? Quiero que ese día también tú puedas disfrutar. No quiero ser egoísta. Y nuestros invitados tendrán que comprenderlo.
Sofía se encogió de hombros.
—Eres tú la que tiene que tomar una decisión.
—Pero si no es mucho problema, me gustaría que te encargaras de la cena de la víspera de la boda. Sé que también supondrá algún trabajo, pero estamos hablando de entre quince o veinte personas. Supongo que no será mucha molestia.
—Claro que no —dijo Sofía—. Me parece una buena idea. Y si quieres, puedo darte los nombres de algunos chefs. Conozco unos cuantos cocineros capaces de no arruinarte la boda.
Clara sonrió.
—Te lo agradecería mucho.
Paula se inclinó hacia Malena.
—Impresionante. En otras circunstancias, Sofía todavía estaría gruñendo. Malena bajó la voz.
—Sofía y Federico ya habían hablado de esto hace tiempo. El fue el primero en advertirnos que Elissa quería que la familia se divirtiera y no estuviera trabajando en la cocina.
Federico y Sofía siempre habían sido amigos, desde que Sofía se había casado con Matías, durante su divorcio y después de que hubieran vuelto a casarse.
—¿Y qué me dices de tus planes de boda? —le preguntó Paula a Malena.
Malena inclinó la cabeza y se sonrojó.
—Todavía no hay nada —contestó—. Pero yo no haría nada de esto. No es mi estilo. Seguramente nos iremos a alguna otra parte y nos casaremos en solitario.
—No te olvides de hacer fotografías —le advirtió Paula.
—Las haré.
Clara le dijo algo a Malena y la conversación volvió a centrarse en la boda. Paula miró a las tres mujeres de las que sus hermanos se habían enamorado. Un año atrás, Agustín y Federico estaban solteros y en aquel momento estaban a punto ya de formar sus propias familias. A lo mejor ella era la siguiente. Lo único que necesitaba era un buen hombre.
Inmediatamente apareció en su mente el rostro de Pedro, pero lo apartó al instante. No, él no podía ser. Su padre iba a optar a la presidencia del país. La prensa la perseguía y él tenía una ex mujer lo suficientemente atractiva como para convertirse en una diosa. ¿De verdad quería esa clase de problemas en su vida?
Absolutamente no. Aunque tenía que reconocer que aquel hombre sabía besar…
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