lunes, 18 de abril de 2022

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 49

Ella levantó las bolsas de papel, arqueó una ceja y volvió a mirar hacia los asientos. Había visto llorar a muchos hombres por un trozo de esas empanadas, pero Pedro parecía inmune.


–Tienes quince minutos –le dijo él en un tono seco. Volvió a entrar en el taller.


Paula se sentó a la mesa. Pedro salió un par de minutos después, con las manos lavadas y dos latas de soda.


–¿De qué trato estás hablando? –le preguntó, poniéndole unalata delante.


Se sentó frente a ella y aceptó la bolsa de papel que le ofrecía.


–El trato según el que aceptaste ayudar a Valentina a recaudar dinero.


Durante una fracción de segundo, Paula creyó que iba a sonreír. Pero no lo hizo... Y entonces se dió cuenta. No le había visto sonreír ni una sola vez desde su llegada. Perdió el apetito de golpe. Abrió la lata de soda para disimular la confusión que sentía.


–Yo, por supuesto, voy a mantener mi parte del trato.


–¿Qué estás haciendo?


Él volvió a recostarse contra el respaldo del asiento. No había probado la empanada. Cruzó los brazos. Esa vez sí que sonrió y el corazón de Paula revoloteó como una mariposa.


–Tú me diste a entender que era un trabajo difícil, que llevaba tiempo.


Ella abrió mucho los ojos.


–Yo no dije tal cosa. No te dije de qué se trataba.


–Pero sabías lo que yo pensaba... Y me dejaste creerlo.


Ella abrió aún más los ojos.


–La única cosa con la que quizá te confundí fue el hecho de que no iba a ayudar a Valentina si tú no accedías a involucrarte en esto. Pero jamás hubiera hecho algo así. Iba a ayudarla de todos modos.


–¿Entonces el chantaje fue...?


–Fue un farol.


Él sacudió la cabeza.


–Cómo no.


–Te lo merecías después de todo lo que me habías insultado.


Él se removió en el asiento, incómodo.


–Ya me había disculpado.


La lata de soda se detuvo a medio camino entre la mesa y la boca de Paula.


–No hay problema, Pedro. Todo quedó aclarado.


–Entonces, ¿Esa no es la razón por la que no quieres cenar conmigo?


Paula tomó un sorbo de soda. Agarró una servilleta de papel para limpiarse la cara. La bebida se le había metido por la nariz nada más oír su pregunta. 


–¿Qué?


–¿Por mi carácter?


–¡No! Ya te lo dije. Se trata de mí, no de tí. No estoy preparada.


Los ojos de Pedro se oscurecieron. Lo que más deseaba Paula era oírle llamarla «Princesa» o «Chica de ciudad»... Pero él siguió sin comerse la empanada.


–Creo que te escondes detrás de esa excusa.


Ella apartó la lata de soda a un lado.


–Creo que ya hemos tenido esta discusión.


–Entonces, ¿Qué estás haciendo aquí, Paula?


Ella apretó la mandíbula y se dijo que él solo trataba de provocarla. Él se tocó la frente con un gesto dramático.


–¡Ah! ¡Querías hablar de la recaudación de fondos!


–Como ya no soy la mentora oficial de las chicas –ella no quiso seguirle el juego–, quería ofrecerle mis servicios a Valentina. Estoy segura de que se me ocurrirá algo bueno para la subasta.


–¿Lo dices en serio? –le preguntó él.


–Claro.


–¿Y por qué Valentina?


–Porque fue ella quien me hizo darme cuenta de que tengo algo que ofrecer.


–Por lo que yo veo, todo esto de recaudar fondos consiste en ayudar a Valentina a vender barritas de chocolate.


–Chocolate caritativo.


–Y hay una especie de cena de gala junto con la subasta.


–Por así decir, sí.


–¿Nada más?


–No. Las chicas se ocupan de decorar el salón y del catering. El dinero que saquen de las entradas se lo repartirán a partes iguales.


Son las cosas que donen para la subasta las que van a su cuenta personal. Ahí es donde pueden ayudar los padres y amigos. 

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