Ella suspiró.
–Pues sí que la hubo.
Bajaron del coche.
–Anda, Paula, vamos a buscar los cominos. Y para divertirnos, tenemos que comprar una cosa de la que ninguno de los dos haya oído hablar.
–¿Quieres dejar de pronunciar la palabra «Divertirse» constantemente, como si yo no supiera lo que significa? Estamos en Chaves Beach, y no creo que en el supermercado encuentres una sola cosa de la que no hayas oído hablar.
–Te equivocas, porque nunca había oído hablar de «Cominos». ¿Quieres que apostemos? Si encuentro algo de lo que no hayamos oído hablar nunca, tendrás que comértelo, sea lo que sea –la desafió.
–¿Y si no?
–Elige tú algo que yo tenga que comerme.
Aquello era una tontería de marca mayor, pero lo cierto es que parecía que podía ser divertido.
–Vale. Te voy a comprar huevos encurtidos.
–¿Todavía te acuerdas de que los detesto?
Por desgracia se acordaba de todo. Y de pronto volvió a aparecer entre ellos su historia. Una tarde de remar, una merienda en una playa virgen en la orilla más alejada del lago. Ella colocando sobre un mantel el picnic que había preparado con esmero: Cesta, manta, platos, pollo frío y bebidas. Y el tarro con los huevos. De perdiz, robados de la despensa de su madre, siempre bien provista. Le hizo probar uno, y él montó todo un numerito de lo horribles que le parecían. De hecho, hizo una pantomima en la que se ahogaba que dejó en mantillas a la que ella había hecho el día de antes con Malena.
–No me preocupa tener que comérmelos –dijo–. Soy demasiado competitivo. Encontraré algo de lo que nunca hayas oído hablar. A diferencia de tí, que eres bajita, soy lo bastante alto para ver lo que guardan en los estantes más altos.
Soltaron un carrito del grupo y Paula sintió la tentación de quitarle la lista de las manos y hacer la compra como tenía por costumbre. Pero insuflar algo de diversión en las tareas diarias lograría que, después, la vida cotidiana pareciera muy tediosa. ¿Y con Pedro? Con él, más aún, porque era un hombre inquieto que nunca podría ser feliz en un lugar como aquel.
–Aquí hay una cosa nueva –dijo nada más llegar al primer pasillo–. Pan sasquatch. ¿En serio?
–Lo hacen en una panadería local. Es el favorito de Mamá.
–Entonces nos llevaremos un poco. ¿Y esto? –preguntó, mostrándole una caja–. Chapelure de blé.
–¿Qué?
–Lo sabía. No llevamos aquí ni treinta segundos y ya te he ganado.
Paula examinó el envase.
–Estás leyéndolo en francés. Son migas de pan.
–Nadie como los franceses para conseguir que las migas de pan suenen como algo romántico. Nos las llevamos también. Quién sabe cuándo podemos necesitar unas románticas migas de pan.
No debería estar hablando de romanticismos con Pedro, pero es que era difícil resistirse a él. Incluso quienes no lo conocían lo encontraban irresistible. No le había pasado desapercibida la mirada de una madre con un bebé en su carrito junto a la que habían pasado, o la descarada sonrisa de una mujer de piernas largas con unos vaqueros cortos. Pero daba la impresión de que todo su mundo era solo ella, y tanta atención resultaba intoxicante. No parecía darse cuenta de que existían más mujeres. Más le valía estar preparada contra él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario