viernes, 28 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 29

 –Hace mucho tiempo que dejé de creer en los cuentos.


–¿Ah, sí? –preguntó, escéptico.


–Sí.


La miró con detenimiento y volvió a ver rabia en su interior. Echaba de menos a la chica que se había tirado al suelo echándose mano al cuello, y volvió a experimentar la intensa incomodidad que había sentido al ver sus torpes intentos por reparar el porche de Mamá. Sí, había algo muy distinto en ella. En el instituto derrochaba confianza en sí misma, era popular, lista, extrovertida y guapa. Había nacido entre algodones y con todo el mundo a sus pies. Pero Malena siempre había tenido una especie de caparazón exterior duro y brillante, como la de una piedra pulida en exceso, mientras que en Paula recordaba una especie de inocencia, la mirada soñadora de una chica capaz de creer en el príncipe azul, un puesto que, durante algunos de los momentos más felices de su vida, creyó que podría ocupar él. Pero Paula Chaves ya no tenía el aire de una mujer que espera a su príncipe. De hecho, desde detrás de la barrera en la que se había convertido su bata cerrada, parecía terca y ofendida. Vale. ¿Que ya no quería un héroe, ni un príncipe? Pues mejor para ella. Él tampoco buscaba a una damisela en apuros. O una princesa. Así que, ambos estaban a salvo, aunque no podía ignorar una vaga sensación de peligro.


–¿Qué ha sido de tu prometido?


–¿Qué prometido?


–Mamá me dijo que ibas a casarte.


–Cambié de opinión.


–Eso también me lo dijo.


–Pero no te contó los detalles, ¿No?


–Pues no. ¿Por qué iba a conocerlos ella?


–Tú no eres de aquí, ¿Verdad, hijo? –le preguntó, usando la frase célebre de un médico que salía por la tele.


–No sé qué quieres decir.


–Pues que mi ruptura salió en todas las portadas después de que a mi marido lo persiguieran a tiros, desnudo, por una calle de un tranquilo barrio residencial de Glen Oak. El que disparaba era el marido cornudo de una mujer que era amiga mía y que llevaba la cafetería de nuestra librería.


Así que su caída había sido completa… Pedro se recordó que tenía que sentirse satisfecho. Es más, se lo ordenó. Pero no se sentía así. Ni siquiera fue capaz de fingirlo.


–Ay, Paula.


Los ojos volvían a brillarle y deseó abrazarla, pero sabía que si llegaba a hacerlo, ella nunca se lo perdonaría.


–No sientas lástima de mí, por favor. Además, todo queda registrado hoy de algún modo. Alguien lo grabó con la cámara del móvil y fue la sensación local durante unos días.


–¡Ay, Paula! –volvió a lamentarse.


–¿No vas a preguntarme si no sospechaba nada? Es lo que todo el mundo me ha preguntado.


–No. Lo que voy a preguntarte es si quieres que lo busque y me lo cargue.


–¿Con tus propias manos? –preguntó, y sus ojos volvieron a brillar.


–¿Es el que hizo que dejases de creer en los cuentos?


–No, Pedro. Eso ocurrió antes.


Durante un segundo miró su boca. Luego se humedeció los labios y desvió la mirada. Tuvo que apartarse de aquella inesperada intensidad y se centró en la casa. Cualquier cosa valía con tal de apartar de su cabeza la idea de que hubiera sido cosa suya que dejase de creer en los cuentos.


–No es así como yo lo recuerdo.


En una ocasión, había cometido el error de ir a buscarla a su casa, y al entrar pensó en un viejo castillo: Oscuro, polvoriento, tan lleno de antigüedades que casi era difícil respirar. Supo que lo habían hecho pasar para que su padre pudiera decirle un par de cosas, y fue entonces cuando descubrió que Paula había estado saliendo con él a espaldas de sus padres.

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