Poco después llamaron a la puerta, acabó con la galleta mientras iba a abrir a su madre, que llevaba en la mano una cesta de ropa limpia.
–No me digas que ésa es tu comida.
–Hola, mamá –le tomó la cesta a la esbelta mujer–. ¿Qué tiene de malo lo que estoy comiendo?
Dirigió sus penetrantes ojos azules hacia él.
–No hagas que empiece –suspiró–. Al menos baja a casa y prepárate un sándwich. Trabajas muy duro para estar picoteando.
–Mamá, te agradezco que me ayudes con la colada, pero puedo alimentarme solo.
–Yo no he hecho tu colada. Sólo he sacado tu ropa de la secadora para poder usarla.
Ana Alfonso trataba de ser dura, pero todavía se preocupaba por sus tres hijos adultos. Ahora que su hijo mayor, Federico, estaba felizmente casado viviendo en el rancho, y su hija Carolina se había ido a vivir a Los Ángeles, concentraba toda su atención en Pedro.
–Lo siento, no volverá a pasar –Pedro tomó la cesta y la dejó en el sofá.
–Eso es lo que dijiste la última vez –echó una mirada alrededor–. Ahora que ya tienes una gerente para el proyecto deberías poder tener vida propia. Por cierto, ¿Cómo está Paula?
–¿Qué ha hecho Fede? ¿Venir corriendo a decírtelo?
–Fede nunca dice nada. Sabes que las noticias vuelan en una ciudad pequeña. No eludas la pregunta, ¿Cómo está? Era una chica tan dulce…
–Mamá, estás hablando de la hija de Miguel Chaves. Sólo la ha traído para espiarme. Está dispuesto a hacer cualquier cosa para echarme del proyecto Paradise.
–Si no recuerdo mal, estuvo bastante colada por tí, y tú también te volvías loco por ella.
–Esos años de estudiante pasaron hace mucho –dijo rápidamente–. Y en primer lugar no deberíamos haber estado juntos nunca. Éramos jóvenes y poco listos.
–Ésa fue una época difícil para todos nosotros, sobre todo para tí y Caro – dijo su madre–. Eran demasiado jóvenes para perder a su padre.
La vida había cambiado para la familia cuando Horacio Alfonso murió repentinamente. Habían perdido todo, incluyendo el rancho Double A. Tuvieron que irse a la ciudad. Su madre volvió a dar clases y Federico volvió de Fénix y se puso a trabajar en la oficina del sheriff para ayudar económicamente a la familia casi en quiebra. Pedro todavía podía recordar los cuchicheos de sus supuestos amigos en el instituto. No quiso dar pena a nadie, y menos aún a su novia.
–Tuvimos unos años difíciles –dijo su madre sonriendo–. Pero todos salimos adelante.
–Me gustaría creerlo así, pero es difícil cuando tienes a Miguel Chaves a tu alrededor diciendo que no vales.
–La mayoría de la gente no le hace caso. Date cuenta de lo que Fede y tú han conseguido. Tu hermano volvió a comprar el rancho y está llegando a ser bastante conocido con sus esculturas de madera. Tú has puesto en marcha una empresa de construcción y has ganado el concurso para un proyecto enorme –volvió a sonreír–. Por si no te lo he dicho últimamente, hijo, estoy muy orgullosa de tí. No puedes dejar que la opinión de una persona te mine la moral.
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