Había intentado convencerse a sí mismo de que estaba enamorado de ella, pero en realidad solo había sido una vana esperanza. Probablemente se hubiera enamorado de ella con el tiempo. Candela era una chica estupenda, cálida, compasiva y bellísima. Podrían haber sido felices, pero la suya nunca habría sido la ardiente pasión que había entre Augusto y ella. Una pasión que Pedro envidiaba. Tal vez siempre sería un solterón y eso no era nada malo, pensó, mientras Abril espoleaba a su poni para ir más aprisa.
—¡Ya casi hemos llegado! —exclamó, radiante.
Unos minutos después, llegaban a la parte más espesa del bosque y la niña los llevó al árbol que había elegido meses antes, marcado con una cinta de color naranja como solía hacer su madre. Federico taló el árbol con su sierra mientras Abril miraba, encantada, y Luciana acariciaba a los perros que habían ido con ellos. Pedro había dejado en el rancho a Bobby, el viejo y feo bulldog francés que había heredado de Alfredo Chaves, ya que el pobre no podía seguir el paso de los caballos con sus cortas patitas.
—¿Y tú qué? —le preguntó su hermano—. ¿Quieres que cortemos un árbol para tí?
Su hermano le hacía esa pregunta todos los años y Pedro le daba la misma respuesta:
—Viviendo solo no tiene mucho sentido. Además, estas navidades tendré que trabajar.
Como él no tenía familia, siempre hacía turnos dobles en esas fechas para que sus hombres pudieran estar con sus hijos. Luciana lo miró entonces y en sus ojos vió un reflejo de su propia melancolía. Las navidades eran un momento difícil para la familia Alfonso. Probablemente siempre sería así, pero le apenaba que su hermana se escondiera de la vida allí, con los caballos y los perros que entrenaba.
—Oye, ¿Podrían cortar un árbol para una amiga mía? — preguntó Abril entonces.
—Ningún problema —respondió su padre—. Tenemos muchos árboles. ¿Seguro que tu amiga quiere uno?
Abril asintió con la cabeza.
—No tienen mucho dinero. Acaban de mudarse a Pine Gulch y me parece que no le gusta vivir aquí.
Pedro sintió el cosquilleo en los dedos que solía sentir cuando estaba a punto de resolver un caso.
—¿Cómo se llama tu amiga?
—Gabi. Bueno, Gabriela Chaves.
Por supuesto. Lo había intuido: la hija de la bonita camarera del Gulch.
—Las conocí el otro día. Su madre y ella viven cerca de mi casa.
Tanto Federico como Luciana lo miraron con curiosidad.
—Aparentemente, es la nieta del viejo Alfredo Chaves. Le ha dejado su casa en el testamento, aunque no tenían mucha relación.
—Está claro que sabes lo que pasa en Pine Gulch —dijo su hermana.
—Lo intento —asintió Pedro—. Bueno, la verdad es que me lo contó Diana. Un buen policía sabe encontrar fuentes de información.
Pedro había pensado en ella varias veces desde que la conoció y, aparte de la curiosidad sobre su repentina aparición en Pine Gulch, se había prometido a sí mismo ser un buen vecino. ¿Y qué mejor gesto de buena vecindad que regalarle un árbol de Navidad?
—¿Podemos cortar un árbol para Gabriela? —insistió Abril.
—Muy bien, de acuerdo —respondió Pedro—. Yo mismo puedo llevárselo.
—He visto uno perfecto —se apresuró a decir la niña, tomando su mano para llevarlo frente a un grueso abeto—. ¿Qué te parece este?
El árbol debía medir más de dos metros y era igual de grande en circunferencia.
—Lo siento, cariño, pero es demasiado grande para el salón de su casa. ¿Qué tal ese otro? —Pedro señaló uno más pequeño, pero de buen aspecto.
—También es bonito —asintió su sobrina.
—Entonces, puedes ayudarme a cortarlo —Pedro encendió la sierra y, después de talar el árbol con ayuda de Abril, lo ató a la silla de su caballo.
—Espero que a Gabriela le guste. ¿Vas a llevárselo esta noche?
—Te lo prometo.
Mientras volvían al rancho, con el sol escondiéndose tras las montañas, Pedro experimentó una ridícula burbuja de felicidad, como si fuera un niño a punto de ver a Santa Claus. Intentaba decirse a sí mismo que lo emocionaba la generosidad de Abril, pero en su corazón sabía que había algo más. Quería volver a ver a Paula Chaves porque era un misterio para él, nada más. Quería saber por qué estaba en Pine Gulch y comprobar que no iba a causar problemas en el pueblo. Si alguien le preguntaba, esa era la historia que pensaba contar.
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