El zoco seguía lleno de gente y todos los miraban. Pedro levantó de nuevo el puño y fue hacia Fernando. Paula corrió hacia ellos para detenerlos.
–¡No!
Pedro se volvió entonces para mirarla, fulminándola con sus ojos de fuego. Vió que estaba fuera de sí.
–Quedaste aquí con él, ¿Verdad? –le espetó en un tono acusador.
–¡No, por supuesto que no! –repuso indignada.
Miró a su esposo y solo podía pensar en cómo la había estado mintiendo a la cara durante meses. Ese hombre había causado mucho dolor a su familia. Trató de calmarse y respirar hondo. Se arrodilló al lado de Fernando para ver cómo estaba. Seguía inconsciente, pero le pareció que estaba bien. Poniéndose de pie, miró a Pedro.
–¿Cómo iba Fernando a ponerse en contacto conmigo? Es un detalle que conoces mejor que nadie, ¿Verdad?
Pedro la miró a los ojos.
–¿Qué quería? ¿Qué te ha dicho?
–Quería ayudarme a volver a Dakota del Norte y divorciarme de tí.
–¿Y qué le dijiste? –le preguntó Pedro.
–¿Qué crees que le he dicho? –exclamó enfadada–. ¡Le dije que no! Estoy casada contigo y tenemos una niña. ¡Te quiero! Por supuesto que le dije que no. ¿Es que te has vuelto loco?
Pedro agarró su brazo y la apartó de las miradas de la gente. La llevó por un laberinto de calles estrechas hasta donde tenía el coche estacionado. Abrió la puerta, la metió dentro y encendió el motor. No volvió a hablar hasta que salieron a la carretera.
–Te encontré en sus brazos, Paula.
Lo miró sin entender sus celos.
–¡Trataba de consolarlo!
–Yo confiaba en tí…
–¿Qué? ¿Que confiabas en mí? –repuso ella con lágrimas en los ojos–. ¡Nunca has confiado en mí! He sido tu prisionera, me has mantenido aislada de mi familia. ¿Creías que no lo descubriría?
Pedro la miró y no dijo nada.
–Cuando pienso en todo el tiempo que pasé escribiendo esas cartas, preparando con ilusión las fotos… ¡Y tú dejabas que lo hiciera sin enviárselas, me mantenías encerrada en una jaula!
Pedro volvió a concentrarse en la carretera. Se quedó en silencio, apretando los labios.
–Ni siquiera estás tratando de negarlo –susurró ella con lágrimas rodando por sus mejillas.
–Iba a contártelo hoy mismo, por eso le dije a García que podía dejarte allí sola. Quería darte una sorpresa en el mercado e ir a cenar contigo para que pudiéramos hablar en privado. Creí que así iba a tener la oportunidad de hacerte entender…
–¡No te preocupes, lo entiendo muy bien! –lo interrumpió ella furiosa.
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