Ella estaba ordenando algunas cajas de dulces en la cocina. Las Navidades habían sido sólo unas pocas semanas antes.
—Pau… Pau, siéntate.
Ella lo miró frunciendo el ceño.
—¿Para qué?
—Ha pasado algo sorprendente —dijo él, sentándose a su vez—. No, no, deja que lo lea otra vez para asegurarme de que no estoy soñando… Si puedes ponerme una taza de té, eso ayudaría.
Ella se encogió de hombros y se puso a hacer el té.
—Muy bien, pero antes de que me muera de curiosidad dime qué es lo que pasa —le pidió ella, que no tenía ni idea de qué se podía tratar.
Arturo Chaves se quedó mirando fijamente la carta.
—Pau, es de Pedro Alfonso y nos hace una propuesta.
Ella se puso rígida.
—Nos ofrece que su compañía, en lugar de comprar todo Wattle, pase a ser copropietaria del rancho, de modo que ellos asegurarían el capital que nos hace falta y nosotros nos convertiríamos en accionistas. Y además, no nos tendríamos que ir de aquí.
Las manos de Paula, que estaban sujetando su taza de té, se tensaron, derramando un poco de líquido.
—Pero… ¿Bajo qué condiciones, tío Arturo?
—Bajo ninguna condición —contestó él—. Yo podré opinar acerca de las decisiones a tomar, pero ya no tendré que hacer el trabajo físico. Propone que Juan sea quien se ocupe de lo que yo hacía hasta ahora y que contratemos un ayudante para él, de manera que tú y yo quedemos eximidos de toda presión.
Ella apenas si podía respirar.
—Pero… ¿Soportarías tú no tener la última palabra sobre el negocio como ha sucedido hasta ahora?
—Podré colaborar con Pedro —aseguró él—. Siempre me gustó ese hombre. La primera vez que fui a hablar con él, antes de que tú le conocieras, esperaba encontrarme al típico hombre de negocios que sólo se preocupa por ganar dinero, pero luego descubrí que él no era así. Descubrí que él conocía lo que es el negocio ganadero en nuestro país y no sólo eso, además se mostró como un hombre cortés y educado. Yo esperaba sentirme como si fuera allí a pedir limosna, pero él consiguió que no fuera así.
Paula se humedeció los labios.
—¿Y cómo te hizo sentir?
—Bueno, como si mi experiencia en este negocio le pareciera algo importante y que podía ayudarlo. Y de ese modo evitó que me sintiera como un pobre viejo fracasado, que estaba al borde de la ruina.
Paula no sabía qué pensar. «¿Cómo voy a manejar esta situación? Tendré que volver a verlo, a menos que… No…».
—Y también dice en la carta que la hacienda será de nuestra propiedad. Así que seremos nosotros los que decidamos qué se hace con ella.
—No… no puedo creerlo —dijo ella con voz apenas audible.
Luego dirigió la mirada hacia su tío y descubrió que parecía otro hombre.
—Oh, Pau, sabía que el hecho de tener que irnos te había roto el corazón. Me daba cuenta de lo mucho que Wattle significaba para tí… ¡Pero ahora ya no tendremos que irnos, hija!
«Si tú supieras…», pensó Paula. «Perder Wattle no era nada comparado con el dolor de perder a Pedro Alfonso. Y ahora esto».
—¿Hasta cuándo tenemos para pensarlo?
—Pero si no hay nada que pensar —dijo su tío con tono alegre—. Él vendrá a vernos mañana. Piensa que podrá llegar a la hora de comer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario