miércoles, 24 de julio de 2019

Indomable: Capítulo 68

La luz del sol despertó a Paula de un profundo sueño. Se estiró, y sonrió cuando un brazo musculoso le apretó la cintura. En ese relajado estado a medio camino entre el sueño y la vigilia se sintió segura, y sus labios se curvaron en una nueva sonrisa cuando abrió los ojos y se encontró con los ojos dorados de Pedro.

–Buongiorno, cara –murmuró antes de besarla suavemente en los labios.

–¿Estabas observándome mientras dormía? –inquirió ella.

–Me encanta este momento del día: despertarme contigo entre mis brazos –le dijo Pedro muy solemne. Sus dedos trazaron la curva de uno de los senos de Paula, y sintió que se excitaba cuando el pezón se endureció con sus caricias–. Claro que hay muchos otros momentos especiales en el día –murmuró.

A Paula se le cortó el aliento cuando Pedro bajó la cabeza y sus labios reemplazaron a su mano, haciendo que un calor húmedo aflorara entre sus piernas. Luego descendió hacia su estómago y aún más abajo, para estimular su clítoris con la lengua. Pedro continuó lamiéndola lenta y sensualmente durante un buen rato, haciéndola gemir de placer, para finalmente colocarse entre sus muslos y penetrarla con exquisita delicadeza. Sus ojos buscaron los de ella, y no dejó de mirarla mientras empujaba las caderas hasta que la llevó a un orgasmo increíble y se quedaron acurrucados el uno en brazos del otro.

–Ya sé por qué sonríes –murmuró Pedro. Nunca había estado tan bonita como en aquel instante, con el dorado cabello enmarcándole el rostro y las mejillas sonrosadas–: porque Valentina vuelve hoy, ¿Verdad?

–Sí –respondió ella. Se sentía inmensamente feliz. Había pasado una semana maravillosa con Pedro, llena de risas y de pasión, pero había echado de menos a su pequeña y estaba deseando abrazarla–. Luis y Alicia toman hoy un vuelo de regreso a Inglaterra, así que he quedado con ellos en Génova para recoger a Valentina a la hora del almuerzo –incapaz de resistirse, le acarició la mejilla. Estaba guapísimo nada más despertarse–. Si quieres unirte a nosotros para comer estás invitado.

Pedro vaciló, pensando en el mensaje que había recibido en el móvil de su hermano momentos antes de que Paula se despertara: «¿Vendrás a recogerme hoy después del colegio?». Era la primera vez que Diego se había puesto en contacto con él, y como intuía la inseguridad que debía haber experimentado el chico al enviarle ese mensaje, le había respondido de inmediato: «Pues claro». El chico por fin estaba empezando a confiar en él y no podía defraudarlo.

–Me encantaría, pero tengo una cita importante esta tarde. Dile a Valentina que la veré esta noche, cuando vuelva del trabajo –miró su reloj y apartó las sábanas–. Y hablando de trabajo, mi pequeña Matahari, tengo que ponerme en marcha; el viernes siempre es un día muy ajetreado.

Se dirigió al cuarto de baño, y momentos después Paula oía el ruido de la ducha. Aunque la había decepcionado que no pudiera almorzar con ellos, sabía que como director de una compañía sin duda no podría reorganizar su agenda así como así. Sin embargo, de pronto volvió a su mente el rumor que le había contado Diana sobre el supuesto hijo de Pedro que vivía en Génova con su madre, y que él los visitaba cada viernes. Tonterías, se dijo con firmeza. Diana era un mal bicho y estaba segura de que solo le había contado eso para indisponerla con Pedro por celos. Pedro siempre había sido sincero con ella, y estaba dispuesta a confiar en él. Sí, había sido un playboy hasta ese momento, pero le había dicho que quería tener una relación de verdad con ella. Además, él  no era Javier.



–¿Nos hemos perdido, mami?

Paula miró por encima del hombro a Valentina, que iba en la parte de atrás del coche sentada en su sillita, y sonrió, haciendo un esfuerzo por parecer tranquila.

–No te preocupes, cariño, he parado un momento para poder mirar el mapa.

El trayecto de Portofino a Génova no le había dado mucho problema, y al dejar la carretera de la costa y entrar en la ciudad había encontrado pronto el restaurante donde había quedado en reunirse con sus suegros, pero salir de la ciudad, sin embargo, le estaba resultando más difícil. Como era viernes por la tarde había más tráfico, y no llevaba mal lo de conducir por la derecha cuando en Inglaterra se conducía por la izquierda, pero después de pasar una rotonda había tomado la salida equivocada y había acabado en un laberinto de callejuelas. Nunca se le había dado bien leer mapas, admitió para sus adentros con un suspiro. Se sentía tentada de pedirle ayuda a alguien, pero había poca gente por allí, y como no hablaba italiano se temía que le resultaría difícil entenderse.

–Mami, tengo calor.

Normal: con el motor apagado no podía tener puesto el aire acondicionado. Se frotó la sien, notando el principio de un dolor de cabeza.

–Aguanta un poquito –la tranquilizó–, nos pondremos en marcha enseguida.

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