lunes, 20 de mayo de 2019

Recuerdos: Capítulo 12

Paula pestañeó, y se frotó los ojos con el revés de la mano. Dentro del pecho, sentía una presión que le ahogaba. «¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!» ¿Pero por qué necesitaba ayuda? La presión empujó hacia sus pulmones hasta que su grito salió al exterior. Se forzó a abrir los ojos. Al principio no pudo controlar la visión. Pero entonces vió la silueta de un hombre. Estaba de pie a su lado. Pestañeó de nuevo, varias veces, intentando enfocar su rostro. Cuando lo consiguió, creyó reconocerlo, aunque no estaba segura.

—¿Paula?

¿Paula? ¿Quién era Paula? ¿Le estaba hablando a ella? Si era así, ella no conocía ese nombre. Cerró los ojos de nuevo y se hincó las uñas en las palmas de las manos. ¿Dónde estaba? ¿Qué era todo ese ruido? ¿Por qué estaba tumbada? Preguntas sin respuestas empezaron a retumbar en su cabeza y le hicieron marearse más que en toda su vida. Si pudiera pensar. Pero no podía. Su mente se negaba a funcionar, y la cabeza le martilleaba como si alguien se la estuviera aporreando.

—Paula, ¿Estás despierta? ¿Puedes oírme?

Una vez más, abrió despacio los ojos, y esa vez pudo ver con claridad. El hombre alto y fuerte seguía ahí. Una venda le cubría una ceja, y su rostro parecía cansado.

Paula se resistió al deseo de gritar, y se obligó a hablar.

—Sí… puedo oírte. Pero… ¿Quién es Paula?

Vió cómo las arrugas de la frente del hombre se hacían más profundas.

—Tú eres Paula. Paula Chaves.

Ella se humedeció los labios resecos y agrietados y se apoyó en los codos.

—¡Eh, tranquila! —la amonestó él, ayudándola hasta que estuvo sentada.

El silencio que se produjo a continuación, sólo se vió alterado por el ruido de pisadas sobre el suelo de baldosas. El aire estaba cargado de olor a medicina. A Paula se le revolvió el estómago.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó él, con ojos amables.

Ella no respondió. Al fin, cuando la habitación dejó de tambalearse, se dió cuenta de que estaba en un hospital, en una camilla, en lo que parecía ser un pasillo. ¡Y no sabía quién era!

—¿Qué… qué ha pasado? —murmuró, mirándole con ojos atolondrados y desorientados—. Yo te conozco, ¿verdad? —dijo cogiéndole la mano—. Por favor, dime que te conozco.

—Ssh, tranquilízate. Sí, me conoces. Soy Pedro Alfonso.

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