Acababan de dejar atrás Wichita y sonaba un horroroso CD infantil que habían encontrado en la guantera, cuando Paula decidió aclarar las cosas.
–¿Estás listo para hablar?
–Creía que estábamos hablando.
–Seguro. Sobre si esas nubes del horizonte traerán lluvia. Y sobre si paramos a comer en un McDonald’s o en un Taco Bell. Pero no hemos hablado de nada importante.
–Pensé que no te gustaba hablar –Pedro se removió en el asiento, intranquilo.
–Solo cuando es con caros teléfonos móviles.
Él suspiró.
–Mencionaste a tus ex y tus fallos, pero por suerte para tí no había ninguna por allí dispuesta a contar tus sucios secretos.
–¿Qué quieres saber?
–Ya que lo preguntas –puso los pies desnudos en el salpicadero e ignoró su mirada asesina–, ¿Por qué no me cuentas por qué rompieron tu última novia y tú?
–Y eso necesitas saberlo… ¿Por?
–He invertido hasta el último penique que tenía en mi piso. Si vamos a ser vecinos, debería saber qué clase de putitas voy a encontrarme.
–¿Putitas? –clamó él–. Para que lo sepas, solo salgo con lo mejor de Pecan, Oklahoma. Y hablo de mujeres de primera. Dos ex Miss Pecan y tres reinas del rodeo. Y estuve a punto de casarme con la reina del baile de inicio de curso del instituto.
–Eso es mucha realeza –Paula le dirigió una sonrisa dulce–. No es raro que estés demostrando ser el rey de los granos en el…
–Cuidado –dijo él–. Hay oídos muy tiernos en este coche.
El CD infantil dio paso a una ruidosa y aguda versión de En la granja de mi tío.
–Uff –Paula hizo una mueca.
En el asiento de atrás, los tres bebes gorjearon.
–Lo retiro –dijo Pedro–. Sigue. Si les gusta esta porquería, esas orejitas no pueden ser tan tiernas.
–De acuerdo, eres el rey de los granos en…
–Espera. He cambiado de opinión. Hablaré yo. No arruines la dulce imagen que tengo de tí.
–Me crees perfecta ¿Eh? –bromeó Paula, ahuecándose el cabello.
–Estoy seguro de que tendrás algún fallo.
–Cierto, pero volvamos a los tuyos.
–Bueno, el consenso general es que soy demasiado controlador.
–¿Tú? –Paula abrió mucho los ojos, simulando sorpresa–. Nunca lo habría adivinado.
–Eh, estoy intentando hablar en serio.
–Disculpa –dijo ella–. Sigue, por favor.
–Por ejemplo, está el caso de Brenda. Nos iba bien hasta el sexto mes, cuando anunció de repente que iba a empezar un curso nocturno de decoración de tartas en la universidad popular. Me pareció bien, solo le pedí que, como la clase era a las ocho de la noche martes y jueves, me dejara llevarla y recogerla. Unas semanas antes habían asaltado a una chica en la zona y quería que estuviera segura.
–Ay, señor –dijo Paula.
–¿Qué? Ha pasado un año de eso y sigo sin ver qué tiene de malo.
–Nada, si fueras su esposo. Pero Pedro, si solo estaban saliendo, seguramente pensó que intentabas controlar su vida. Supondría que querías ver si había tipos guapos en su clase. O que creías que iba de juerga con sus compañeros en vez de estudiar técnicas de glaseado.
–Por favor –Pedro puso los ojos en blanco–. Primero, la universidad popular es para adultos, no montan juergas. Y segundo, yo no quería estar allí. Lo único que hacía era esperarla en el coche escuchando la radio. Era un aburrimiento pero, como novio suyo, sentía que mantenerla a salvo era mi responsabilidad.
–Y sientes que tu responsabilidad es mantener a Luciana a salvo.
–Exacto. ¿Ves? Lo has entendido. ¿Por qué no pudo entenderlo Beth?
–¿Alguna vez intentaste explicarle lo que sentías, en vez de expresar tu necesidad de controlar la situación?
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