—Bueno, claro que me gustas. Quiero decir que, probablemente, se esconda una persona amable y agradable debajo de esa repugnante fachada de machismo, que en realidad es lo que más le gusta a mi madre de tí. Aunque yo, personalmente, prefiero a los hombres sensibles, sinceros, dulces... Pero no como tú. Jamás... —le traicionó la voz y sacudió la cabeza—. Esto tiene que ser un asunto estrictamente de negocios, especialmente ahora que sé que cocinas.
—¿Te excitan los hombres que cocinan? —preguntó Pedro con una enorme sonrisa.
—No es exactamente la cocina. Es lo que eso supone... —sacudió la cabeza—. Bueno, no importa. Tenemos un contrato y con esta lista pretendo poner algunas cuestiones al día. Y a partir de ahora, los besos serán estrictamente teatrales...
—Treinta segundos, alguna lengua de por medio de vez en cuando y mantener la imagen machista en beneficio de tu madre, ésa es mi propuesta.
—Veinticinco segundos y nada de lengua.
—Veinte segundos y lo de la lengua dejamos que lo defina el momento.
—Trato hecho. Y también quiero que quede especificado el tiempo que vamos a pasar juntos. Cenaremos juntos todas las noches y tras la cena pasaremos una hora hablando o viendo la televisión, con mi madre claro. Después tú dirás que tienes que irte. El viernes por la noche, serán dos horas en vez de una. Y el sábado...
—El sábado lo tengo ocupado.
—Deja que lo adivine: ¿Tienes que beber cerveza con un sujetador en la cabeza?
—Tengo que ir a pescar con uno de los niños del orfanato.
—Oh, no —musitó Paula—. De acuerdo, el sábado estás ocupado. Reservaré lo del vestido de bodas para ese día. Puedes venir a cenar con nosotras esa noche y no hará falta que te quedes después. El lunes comenzaremos otra vez y así hasta el miércoles. Mi madre se va el jueves a Miami y nuestro contrato habrá terminado, al menos esta parte. Todavía no hemos hablado nada de las tartas.
—Y de la cuestión de la atracción —la recorrió lenta y seductoramente con la mirada.
—No me siento atraía por tí —contestó ella a la defensiva. Al ver que Pedro arqueaba una ceja con expresión irónica, suspiró—: De acuerdo, tienes razón, me atraes, sí, pero sólo es una cuestión hormonal —metió la lista doblada en el maletín y miró el reloj.
—¿Por qué tienes tanta prisa?
—He quedado con mi madre dentro de quince minutos. Tenemos que ir a ver invitaciones de boda.
—Parece que me están planificando el futuro.
—Sólo vamos a ver invitaciones.
—No se te ocurra elegirlas con flores. Prefiero un velero o algo así.
—¿En nuestra invitación de boda?
—O quizá podamos poner el ogotipo de Wild Man. Sería una buena publicidad. Deberías pedir que las imprimieran.
—No vamos a casarnos. Te prometo que antes de poner tu estúpido logotipo en una invitación de boda soy capaz de bailar desnuda delante de una cámara de televisión.
—Nuestra invitación, y ten cuidado con lo que prometes, porque me están entrando ganas de hacerte cumplir tu promesa.
—Tú limítate a venir a cenar a mi casa a las seis —y comenzó a alejarse de allí.
—Allí estaré.
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