miércoles, 8 de agosto de 2018

Dulce Amor: Capítulo 32

—Bueno, claro que me gustas. Quiero decir que, probablemente, se esconda una persona amable y agradable debajo de esa repugnante fachada de machismo, que en realidad es lo que más le gusta a mi madre de tí. Aunque yo, personalmente, prefiero a los hombres sensibles, sinceros, dulces... Pero no como tú. Jamás... —le traicionó la voz  y  sacudió  la  cabeza—.  Esto  tiene  que  ser  un  asunto  estrictamente  de  negocios,  especialmente ahora que sé que cocinas.

—¿Te  excitan  los  hombres  que  cocinan?  —preguntó  Pedro con  una  enorme  sonrisa.

—No  es  exactamente  la  cocina.  Es  lo  que  eso  supone...  —sacudió  la  cabeza—. Bueno,  no  importa.  Tenemos  un  contrato  y  con  esta  lista  pretendo  poner  algunas  cuestiones al día. Y a partir de ahora, los besos serán estrictamente teatrales...

—Treinta segundos, alguna lengua de por medio de vez en cuando y mantener la imagen machista en beneficio de tu madre, ésa es mi propuesta.

—Veinticinco segundos y nada de lengua.

—Veinte segundos y lo de la lengua dejamos que lo defina el momento.

—Trato hecho. Y también quiero que quede especificado el tiempo que vamos a pasar  juntos.  Cenaremos  juntos  todas  las  noches  y  tras  la  cena  pasaremos  una  hora  hablando o viendo la televisión, con mi madre claro. Después tú dirás que tienes que irte. El viernes por la noche, serán dos horas en vez de una. Y el sábado...

—El sábado lo tengo ocupado.

—Deja que lo adivine: ¿Tienes que beber cerveza con un sujetador en la cabeza?

—Tengo que ir a pescar con uno de los niños del orfanato.

—Oh, no —musitó  Paula—.  De  acuerdo,  el  sábado  estás  ocupado.  Reservaré  lo  del  vestido  de  bodas  para  ese  día.  Puedes  venir  a  cenar  con  nosotras  esa  noche  y  no  hará  falta  que  te  quedes  después.  El  lunes  comenzaremos  otra  vez  y  así  hasta  el  miércoles. Mi madre se va el jueves a Miami y nuestro contrato habrá terminado, al menos esta parte. Todavía no hemos hablado nada de las tartas.

 —Y  de  la  cuestión  de  la  atracción  —la  recorrió  lenta  y  seductoramente  con  la  mirada.

—No  me  siento  atraía  por  tí  —contestó  ella  a  la  defensiva.  Al  ver  que  Pedro arqueaba  una  ceja  con  expresión  irónica,  suspiró—:  De  acuerdo,  tienes  razón,  me  atraes, sí, pero sólo es una cuestión hormonal —metió la lista doblada en el maletín y miró el reloj.

—¿Por qué tienes tanta prisa?

—He  quedado  con  mi  madre  dentro  de  quince  minutos.  Tenemos  que  ir  a  ver  invitaciones de boda.

—Parece que me están planificando el futuro.

—Sólo vamos a ver invitaciones.

—No se te ocurra elegirlas con flores. Prefiero un velero o algo así.

—¿En nuestra invitación de boda?

—O  quizá  podamos  poner  el   ogotipo  de  Wild  Man.   Sería   una   buena   publicidad. Deberías pedir que las imprimieran.

—No vamos a casarnos. Te prometo que antes de poner tu estúpido logotipo en una  invitación  de  boda  soy  capaz  de  bailar  desnuda  delante  de  una  cámara  de  televisión.

—Nuestra  invitación,  y  ten  cuidado  con  lo  que  prometes,  porque  me  están  entrando ganas de hacerte cumplir tu promesa.

—Tú limítate a venir a cenar a mi casa a las seis —y comenzó a alejarse de allí.

—Allí estaré.

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