viernes, 27 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 11

—¿Y fue magnífico? ¿Casi magnífico? ¿O realmente magnífico? Cuéntame todos los detalles.

—«Magnífico»  no  es  la  palabra  que  yo  utilizaría  —espectacular,  estremecedor,  enloquecedor...  Sacudió  la  cabeza  y  miró  el  reloj—.  Tengo  que  salir  ya  si  no  quiero  llegar  tarde.  Aunque  en  realidad  no  sé  ni  para  que  voy.  No  tengo  una  sola  oportunidad—. Le mordí, Zai.

—Vas  a  ir,  Pau,  porque  tú  no  renuncias  a  nada  tan  fácilmente.  Quizá,  sólo  quizá,  a  Pedro Alfonso le  guste  que  le  muerda  una  mujer  atractiva.  Supongo  que  por  algo lo llaman El Salvaje.

Y  quizá,  sólo  quizá,  algún  médico  ingenioso  inventara  algún  día  una  pastilla  que permitiera comer sin engordar, se dijo Paula con ironía.

—Tengo que decirle que sus tartas se venden extremadamente bien en nuestros restaurantes  —le  decía  una  hora  después  Diego Black—.  Estamos  muy  contentos  con  usted.

—Gracias —Paula sonrió a aquel hombre de corta estatura y de pelo naranja.

 Él  le  devolvió  la  sonrisa,  consiguiendo  aplacar  los  nervios  de  la  joven.  Quizá  no  estuviera todo perdido.Seguramente,  si  pretendiera  mandarla  a  paseo,  podría  haberlo  hecho  durante  los  quince  minutos  que  llevaban  ya  reunidos.  Sin  embargo,  se  estaba  mostrando  amable y complaciente. Ni siquiera había hecho una mueca de desagrado durante las tres veces que habían tenido que interrumpir la conversación por culpa su teléfono móvil. Que, por cierto, volvió a sonar una cuarta vez. Sonrió con gesto de disculpa y sacó el teléfono del bolso.

—Paula, no consigo encontrar las mandarinas —aulló Jimena—. He mirado en el armario  de  la  fruta  fresca.  Hay  manzanas,  mangos  y  limones,  pero  ni  una  sola  mandarina. ¿Qué vamos hacer...?

—Están  en  la  tercera  balda  de  la  despensa.  En  el  segundo  cajón,  al  lado  de  las  pinas.

—Gracias, jefa.

No había vuelto a guardar el teléfono en el bolso cuando sonó otra vez.

—¿Sí?

—¡Nos estamos quedando sin azúcar! El cajón del azúcar está...

—A las doce llegarán unos diez, kilos, mas.. Relájate, Jimena.

—Que me relaje, ¡Ja! Yo no puedo trabajar bajo esta presión, Pau. Lo sabes.

—Sólo llevas a cargo de la cocina treinta y tres minutos...

—Ése es exactamente el problema. Yo no soy la supervisora. Soy una artista. Tú eres la que coordinas todos los asuntos de la cocina y yo ayudo a crear cada una de las  tartas  —se  interrumpió  para  tomar  aire—. No  puedo  respirar,  estoy  agobiada,  Paula.

—Volveré  dentro  de  una  hora.  Intenta  conservar  la  calma  hasta  entonces  —desconectó  el  teléfono—.  Lo  siento  —le dijo  a  Diego—.  Normalmente,  soy  yo  la  que  supervisa toda la producción y mi ayudante está un poco alborotada en mi ausencia. Ése es uno de los inconvenientes de ser la única propietaria.

—No  se  preocupe.  Es  comprensible  que  no  puedan  arreglárselas  sin  usted.  Yo  diría  que  es  precisamente  su  toque  personal  el  que  hace  que  las  tartas  sean  tan  buenas.

Paula sonrió.  Qué  tipo  tan  amable,  con  un  tono  de  voz  agradable,  aunque  quizá un poco tenso. Como Winnie the Pooh con unas cuantas dosis de cafeína. Ojalá hubiera respondido a la descripción de su prometido que le había hecho a su madre. Aquél  era  el  hombre  menos  amenazador  para  su  cordura  que  había  conocido  en  su  vida. Desgraciadamente, no sólo hablaba como Winnie, sino que también se parecía a él.  Era  lo  más  diferente  a  Pedro Alfonso que  se  podía  ser.  Y  no  era  que  ella  estuviera   pensando  en  Alfonsp.  Claro  que  no.  Aunque  tenía  que  reconocer  que  no  había  sido  capaz  de  pensar  en  otra  cosa  durante  toda  la  noche.  En  el  contacto  de  sus  manos sobre su piel, en aquella sonrisa que le aceleraba el pulso...

—¿Señorita Chaves?

—Eh, ¿Sí? —Paula sacudió la cabeza, intentando concentrarse en Diego.

—Estaba  diciendo  que  estamos  muy  contentos  con  el  éxito  de  sus  tartas,  especialmente con la de chocolate y cerezas. Es todo un éxito.

—Gracias —sonrió—. La llamamos Chocolate Cherry Cha Cha. Es la que mejor se  vende  —mientras  Diego leía  su  propuesta,  Paula aprovechó  para  recorrer  la  habitación con la mirada.

Craso  error,  porque  el  hombre  del  Neanderthal  la  miraba  desde  todas  y  cada  una de las paredes. Estaba completamente rodeada. Lo  vió  con  un  enorme  babero  y  devorando  costillas,  con  el  rostro  flanqueado  por  dos  camisetas  de  algodón  con  el  logotipo  de  Wild  Man  Ribs  sobre  dos  pares  de  exuberantes  senos.  Lo  vió  sudoroso  y  cansado,  en  el  banquillo  de  un  campo  de  fútbol,  bebiendo  un  conocido  refresco  deportivo...  Y  lo  vió  con  un  sujetador  en  la  cabeza y otro en la mano.Algunas de aquellas fotografías le hicieron sonreír. Otras sacudir la cabeza con desprecio. Y sólo una consiguió que su corazón dejara de latir unos instantes. Era  una  de  las  más  antiguas,  una  fotografía  en  blanco  y  negro  que  le  habían hecho  cuando  todavía  jugaba  al  fútbol.  Pedro Alfonso aparecía  caminando  bajo  la  lluvia,  en  un  campo  de  fútbol,  con  el  uniforme  pegado  al  cuerpo  y  una  extraña  expresión en el rostro. No  estaba  posando  para  la  cámara.  Era  simplemente  él,  con  el  rostro  serio. Volvía a ser Batman otra vez. Era él. ¡Oh, no!

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