De repente estaba exhausta. Puede que la venganza fuera dulce, pero también resultaba agotadora.
—Sí —respondió, deseando acabar cuanto antes con aquella farsa.
Pedro le sonrió y ambos salieron del despacho de Diana, con la cabeza bien alta, dejando a Marcos boquiabierto. Esperó a que no los oyeran para mirarla y le elevó la barbilla.
—¿Una sonrisa? —le pidió Pedro—. Hemos ganado, ¿No?
—Supongo que sí —respondió esbozando una débil sonrisa.
—¿Supones?
—Está bien, ganamos —se echó a reír, al ver el ceño de enfado que Pedro fingía—. Pero sólo gracias a tí.
—Y a tu increíble capacidad interpretadora. Seguro que Nero no ha cerrado la boca todavía.
Estaba intranquila. La complacía haberle dado a Marcos en las narices, pero no era eso lo que más había disfrutado, sino el hecho de sentirse rodeada por los brazos de Pedro; la cercanía de sus caras, su tentadora boca a escasos centímetros de distancia. La gente pasaba por el pasillo y Paula se dió cuenta de que miraban extrañados al ver a la fría reportera en los brazos de un hombre tan fantástico. Sabía que los ojos le brillaban y estaba segura de que ese brillo provenía de la luz que se había encendido en su interior.
Se serenó al recordarse que aquello había sido una farsa. Pedro sólo se había inventado lo de la biografía para que Marcos sintiera envidia de ella. Se separó, aunque no lo deseaba, pues si no, no sabía cuánto tiempo podría resistir sin intentar... ¿El qué? Prefirió no responder. Mejor sería recoger todas las cosas de su camerino y marcharse sin ver a nadie más. Sobre todo, no quería tener que fingir de nuevo que estaba radiante por una biografía ficticia. Cuanto más repercusión tuviera aquel engaño, más difícil sería ocultarlo y aclararlo si acababa descubriéndose.
—¿Adónde vamos? —le preguntó Pedro.
Paula le indicó el camino hacia el camerino. Por suerte, no se tropezaron con nadie. ¿Cómo habría de explicarles lo que ni siquiera ella terminaba de entender? Con todo, se sentía alegre. Sucediera lo que sucediera, siempre le quedaría el recuerdo de la reacción de Marcos al enterarse de que su estrategia, el haber forzado su dimisión, se le había vuelto en contra. Empezó a recoger todas sus pertenencias: afeites de maquillaje, algo de ropa y un osito de peluche con un corazón rojo de tela cosido en el pecho. Era su amuleto de la suerte. Aunque, afortunadamente, no lo había necesitado esa noche, pues ya era bastante suerte haber estado junto a Pedro. Éste se sentó sobre una mesa y balanceó una pierna en el aire mientras observaba los movimientos de Paula. Una sonrisa surcó su rostro y sus ojos se iluminaron con un brillo malévolo.
—Me has hecho un gran favor esta noche —le dijo Paula triunfante, haciendo un alto para mirarlo.
—Hacía años que no me lo pasaba tan bien —afirmó cruzando los brazos sobre el pecho.
Paula tomó una estatuilla, símbolo de un premio, que le habían concedido por uno de sus primeros reportajes en De costa a costa, y la metió en una bolsa, sin permitirse arruinarse el resto del día con cábalas sobre cuál habría sido su futuro en el programa.
—¿Alguna vez te han dicho que tienes una vena perversa, Pedro?
—No imaginas lo perverso que puedo ser —respondió él acercándose a Paula.
Intentó decirse que ambos estaban sobreexcitados tras su encuentro con Marcos. Sólo eso podía explicar racionalmente los sentimientos que parecían estar uniéndolos. Pedro la besó y Paula pensó aún que se trataba de una forma de celebrar su triunfo, de un beso sin importancia. En el mundo del espectáculo, la gente se besaba constantemente. Pero le fue imposible sofocar las llamas que la abrasaron al sentir el roce de sus labios. Aquello era una irrenunciable invitación a dejarse llevar por la pasión.
—Pedro, yo... —susurró Paula.
—¿Me quieres? —dijo en voz muy baja mientras deslizaba los labios sobre los de ella—. Debes saber que es un sentimiento totalmente correspondido.
No podía ser cierto; no, habiendo tantas cosas que los distanciaban. Tenía que resistir, por mucho que le costara, el impulso de abandonarse a sus fogosos instintos. Sin embargo, la dulzura y la sinceridad de sus besos derrumbaban cualquier barrera que ella intentara levantar entre ambos. Su respiración era cálida y su cuerpo, más tierno de lo que había esperado, dada su imponente musculatura. La envolvió entre sus brazos contra el pecho y dejó que una fuerza invisible los cautivara. Paula nunca se había sentido tan vibrantemente viva.
—Hemos estado fantásticos esta noche —susurró Pedro entre los labios de Paula.
—Cierto —respondió ésta después de cerrar los ojos y saborear la miel de su boca—. Tú has estado fabuloso.
—Pues todavía no has visto lo mejor de mí —replicó acariciándole la espalda provocativamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario