Paula ignoraba por qué hasta ese momento no había pensado en que lo que para ella había sido una rara y aterradora experiencia, para Pedro era pura rutina. Él mismo había admitido que le gustaba asumir riesgos. No se dedicaba a salvar vidas simplemente porque fuera necesario o como una forma de probarle a su padre que era todo un hombre. Lo hacía porque amaba el peligro que conllevaba explorar edificios derrumbados en busca de supervivientes. Ella había quedado atrapada entre los escombros de su casa, sola y aterrorizada, durante horas. Pero, para Pedro, rescatarla había sido poco más que un juego, una forma de poner a prueba su habilidad frente a los estragos de la naturaleza.Era, claro estaba, un experto bien entrenado. Y, claro estaba, entendía los riesgos y sin duda hacía todo lo que estaba en su mano para reducirlos al mínimo. Pero la cuestión era que Pedro formaba parte de esa clase de hombres a los que aburriría cualquier cosa menos extraordinaria que el desafío de su arriesgada profesión. ¿Cómo podría sentirse atraído por una mujer que no fuera igualmente arriesgada? No era de extrañar que nunca se hubiera comprometido. Pedro necesitaba la variedad para espantar el aburrimiento. Ella debía de parecerle increíblemente sosa, una anodina maestra que ni siquiera podía tomar parte en algunas de las actividades que la mayoría de la gente daba por sentadas, como la música o el baile.
Paula se daba cuenta con tristeza de que, tarde o temprano, tendría que afrontar esas cuestiones, preferiblemente antes de que Pedro le exigiera respuestas. Había conseguido salir de la cocina sin revelarle su desaliento, pero evidentemente él había notado su reacción, aunque no entendiera sus razones. No se contentaría con evasivas por mucho tiempo.Se alegró de que no fueran a pasar la noche solos, y se arregló rápidamente. Incluso había conseguido olvidarse de su dilema cuando se encontraron con Sergio y su ex mujer. Nadia le gustó a primera vista. Tenía una sonrisa cálida y una personalidad exuberante. Desde el momento en que atravesó la puerta de su casa, la trató como si fueran viejas amigas con un millón de cosas que contarse.
—Tenemos que hablar —le dijo a Paula, llevándola al cómodo cuarto de estar de su casa de estilo español y señalando desdeñosamente a los hombres—. Deja que se las apañen solos. Sergio ya conoce la casa.
Sergio pareció decepcionado, pero se llevó obedientemente a Pedro al otro extremo de la casa.Divertida, Paula los miró alejarse.
—No creo que esto fuera lo que Sergio esperaba —sugirió cándidamente.
—Claro que no —dijo Nadia alegremente—. Dejé de hacer lo que Sergio esperaba el día en que me divorcié de él. En realidad, antes. Él no creía que fuera capaz de ponerle fin a nuestro matrimonio. El pobre tiene un ego monumental. Lo cual le viene muy bien en su trabajo, pero en su vida privada... —se encogió de hombros—. Tiene que aprender a superarlo.
—Creíste que Sergio no te permitiría seguir adelante con el divorcio, ¿Verdad?
Nadia la miró fijamente, sorprendida.
—¿Cómo lo has adivinado? Nadie lo sabe. Bueno, excepto la madre de Pedro, que lee en mí como si fuera un libro abierto.
—Y, una vez que empezaste con lo del divorcio, ¿Ya no supiste cómo detenerlo?
La otra mujer suspiró.
—Realmente estúpido, ¿Verdad?
—No. Fue una medida drástica que no funcionó. Supongo que tenías tus razones.
— Oh, sí —dijo Nadia enfáticamente—. Su trabajo me daba pánico.
Su respuesta coincidía con demasiada exactitud con lo que Paula había estado pensando poco antes.
—Pero ya sabías a qué se dedicaba cuando se conocieron, ¿No?
—Yo pensaba que lo dejaría cuando empezáramos a plantearnos tener hijos. Le ofrecí una alternativa: trabajar para mi padre. No me importaba si hacía eso u otra cosa. Solo quería que estuviera a salvo. Pero, en lugar de pensárselo, me acusó de intentar cambiarlo. Me dijo que no estaba hecho para trabajar de oficinista y que nunca lo haría.
—Y tú no podías vivir así —supuso Paula.
Nadia se encogió de hombros.
—Pensaba que no, pero ahora sé que es peor vivir sin él. Todavía me pongo enferma cada vez que lo llaman para una emergencia. Me quedo sentada junto al teléfono y me doy un susto de muerte cuando suena. Afortunadamente, por ahora siempre ha sido Sergio quien llama, para decirme que está bien.
—¿Te llama aunque estén divorciados?
—Siempre que se va —dijo ella.
—¿Y le has dicho que el divorcio no te ha dado la tranquilidad que esperabas?
Nadia suspiró.
—No.
—¿Por qué no?
—Soy demasiado orgullosa, supongo. Todavía sigo esperando que admita que estar sin mí le resulta tan duro como a mí estar sin él. Estoy segura de que así es, pero no he visto ninguna prueba de que esté dispuesto a aceptar un compromiso.
—¿Y cuál sería ese compromiso?
—Ojalá lo supiera —lanzó a Paula una mirada penetrante—. ¿Y qué me dices de tí? ¿No te preocupa el trabajo de Pedro?
—Para serte sincera, hasta esta noche no lo había pensado. Pedro me dijo algo que me pilló con la guardia baja, no sé por qué.
Nadia pareció sorprendida por la respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario