miércoles, 2 de mayo de 2018

Mi Salvador: Capítulo 50

Paula ignoraba por qué hasta ese momento no había pensado en que lo que para ella había sido una rara y aterradora experiencia, para Pedro era pura rutina. Él mismo había  admitido  que  le  gustaba  asumir  riesgos.  No  se  dedicaba  a  salvar  vidas  simplemente  porque  fuera  necesario  o  como  una  forma  de  probarle  a  su  padre  que  era  todo  un  hombre.  Lo  hacía  porque  amaba  el  peligro  que  conllevaba  explorar  edificios  derrumbados en busca de supervivientes. Ella había quedado atrapada entre los escombros de su casa, sola y aterrorizada, durante  horas.  Pero,  para  Pedro,  rescatarla  había  sido  poco  más  que  un  juego,  una  forma de poner a prueba su habilidad frente a los estragos de la naturaleza.Era,  claro  estaba,  un  experto  bien  entrenado.  Y,  claro  estaba,  entendía  los  riesgos y sin duda hacía todo lo que estaba en su mano para reducirlos al mínimo. Pero la cuestión era que Pedro formaba parte de esa clase de hombres a los  que aburriría cualquier cosa menos extraordinaria que el desafío de su arriesgada profesión. ¿Cómo   podría   sentirse   atraído   por una mujer que no fuera igualmente arriesgada? No era de extrañar que nunca se hubiera comprometido. Pedro necesitaba la  variedad  para  espantar  el  aburrimiento.  Ella  debía  de  parecerle  increíblemente  sosa,  una  anodina  maestra  que  ni  siquiera  podía  tomar  parte  en  algunas  de  las  actividades que la mayoría de la gente daba por sentadas, como la música o el baile.

Paula se daba cuenta con tristeza de que, tarde o temprano, tendría que afrontar esas  cuestiones,  preferiblemente  antes  de  que  Pedro le  exigiera  respuestas.  Había  conseguido salir de la cocina sin revelarle su desaliento, pero evidentemente él había notado su reacción, aunque no entendiera sus razones. No se contentaría con evasivas por mucho tiempo.Se  alegró  de  que  no  fueran  a  pasar  la  noche  solos,  y  se  arregló  rápidamente.  Incluso  había  conseguido  olvidarse  de  su  dilema  cuando  se  encontraron  con  Sergio y  su ex mujer. Nadia le  gustó  a  primera  vista.  Tenía  una  sonrisa  cálida  y  una  personalidad  exuberante. Desde el momento en que atravesó la puerta de su casa, la trató como si fueran viejas amigas con un millón de cosas que contarse.

—Tenemos  que  hablar  —le  dijo  a  Paula,  llevándola  al  cómodo  cuarto  de  estar  de  su casa de estilo español y señalando desdeñosamente a los hombres—. Deja que se las apañen solos. Sergio ya conoce la casa.

Sergio pareció decepcionado, pero se llevó obedientemente a Pedro al otro extremo de la casa.Divertida, Paula los miró alejarse.

—No creo que esto fuera lo que Sergio esperaba —sugirió cándidamente.

—Claro que no —dijo Nadia alegremente—. Dejé de hacer lo que Sergio esperaba el día en que me divorcié de él. En realidad, antes. Él no creía que fuera capaz de ponerle fin a nuestro matrimonio. El pobre tiene un ego monumental. Lo cual le viene muy bien en  su  trabajo,  pero  en  su  vida  privada...  —se  encogió  de  hombros—.  Tiene  que  aprender a superarlo.

—Creíste que Sergio no te permitiría seguir adelante con el divorcio, ¿Verdad?

Nadia la miró fijamente, sorprendida.

—¿Cómo lo has adivinado? Nadie lo sabe. Bueno, excepto la madre de Pedro, que lee en mí como si fuera un libro abierto.

—Y, una vez que empezaste con lo del divorcio, ¿Ya no supiste cómo detenerlo?

La otra mujer suspiró.

—Realmente estúpido, ¿Verdad?

—No. Fue una medida drástica que no funcionó. Supongo que tenías tus razones.

— Oh, sí —dijo Nadia enfáticamente—. Su trabajo me daba pánico.

Su  respuesta  coincidía  con  demasiada  exactitud  con  lo  que  Paula había  estado  pensando poco antes.

—Pero ya sabías a qué se dedicaba cuando se conocieron, ¿No?

—Yo  pensaba  que  lo  dejaría  cuando  empezáramos  a  plantearnos  tener  hijos.  Le  ofrecí  una  alternativa:  trabajar  para  mi  padre.  No  me  importaba  si  hacía  eso  u  otra  cosa.  Solo  quería  que  estuviera  a  salvo.  Pero,  en  lugar  de  pensárselo,  me  acusó  de  intentar  cambiarlo.  Me  dijo  que  no  estaba  hecho  para  trabajar  de  oficinista  y  que  nunca lo haría.

—Y tú no podías vivir así —supuso Paula.

Nadia se encogió de hombros.

—Pensaba  que  no,  pero  ahora  sé  que  es  peor  vivir  sin  él.  Todavía  me  pongo  enferma  cada  vez  que  lo  llaman  para  una  emergencia.  Me  quedo  sentada  junto  al  teléfono  y  me  doy  un  susto  de  muerte  cuando  suena.  Afortunadamente,  por  ahora  siempre ha sido Sergio quien llama, para decirme que está bien.

—¿Te llama aunque estén divorciados?

—Siempre que se va —dijo ella.

—¿Y le has dicho que el divorcio no te ha dado la tranquilidad que esperabas?

Nadia suspiró.

—No.

—¿Por qué no?

—Soy  demasiado  orgullosa,  supongo.  Todavía  sigo  esperando  que  admita  que  estar sin mí le resulta tan duro como a mí estar sin él. Estoy segura de que así es, pero no he visto ninguna prueba de que esté dispuesto a aceptar un compromiso.

—¿Y cuál sería ese compromiso?

—Ojalá lo supiera —lanzó a Paula una mirada penetrante—. ¿Y qué me dices de tí? ¿No te preocupa el trabajo de Pedro?

—Para  serte  sincera,  hasta  esta  noche  no  lo  había  pensado.  Pedro me  dijo  algo  que me pilló con la guardia baja, no sé por qué.

Nadia pareció sorprendida por la respuesta.

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