—¿Qué ocurre? —preguntó Matías.
Pedro se levantó para explicarle la situación mientras Paula examinaba al chico. Cuando desabrochó la cazadora y le vió el cuello, su corazón se encogió al comprobar signos de neumotórax.
—Tiene desviada la tráquea. Hay que llevarlo alhospital inmediatamente —explicó en voz baja, apartándose un poco.
—No hay tiempo —dijo Pedro—. Se ahogaría antes de llegar. Hay que abrir una vía de aire.
—¿Y qué sugieres? —preguntó Matías.
—Tendremos que perforar la cavidad torácica.
—Llevamos equipo para ello, pero no lo he visto hacer nunca —dijo Matías.
—Pues quédate por aquí. Hoy es tu día de suerte —sonrió Pedro, intentando disimular su preocupación.
—¿Qué más necesitas?
—Anestesia y un bisturí.
—No puede hacer eso. Es demasiado arriesgado hacerlo aquí... —protestó Paula.
—¿Alguna sugerencia? —preguntó Pedro, quitándose los guantes.
—No —murmuró ella, mirando al chico—. Pero estamos muy lejos del pueblo. Podría morir...
—Si no hacemos nada, morirá seguro. Mírelo, no puede respirar.
—Pero esa es una técnica de emergencia...
—Esta es una emergencia —la interrumpió Pedro.
Quizá tenía razón. Quizá no había alternativa. ¿Cuál sería su especialidad?, se preguntó Paula. No parecía nervioso a pesar de las condiciones en las que tendría que operar.
—Muy bien. Adelante.
—Necesito oxígeno, Matías.
—Ahora mismo —murmuró el hombre, que volvió un segundo después con una mascarilla—. ¿Quieren Entonox?
—En este caso, no —contestó Paula—. ¿Hay otro anestésico?
—Iré a ver —contestó el jefe del equipo. Unos segundos después, volvía con una jeringuilla y un frasco—. ¿Este vale?
Paula miró la etiqueta.
—Sí. Menos mal —suspiró. Tenía los dedos helados, pero debía inyectar la anestesia—. Matías, aprieta aquí —dijo, señalando el brazo de Franco.
El hombre obedeció y Paula buscó una vena.
—No podemos quitarle toda la ropa. Está congelado —murmuró Pedro.
—Matías, ¿Tienes unas tijeras?
Un segundo después, Paula cortaba el jersey y la camiseta para dejar al descubierto la zona en la que tendría que practicar la incisión.
—Vamos a hacer un pequeño corte. No es nada, Franco... ahora podrás respirar bien.
Paula observó cómo hacía la incisión y después, insertaba un dedo en ella.
—¿Para qué haces eso? —preguntó Matías.
—Para comprobar que el pulmón no está pegado al músculo —contestó Paula, sin soltar la mano del chico.
—Ya está —murmuró Pedro, insertando una cánula de aire en la incisión.
—Tose, Franco—dijo Paula, observando las burbujas de aire que salían por la cánula.
Después de toser, el chico parecía respirar con menos dificultad.
—Muy bien. Tenemos que mantener la cánula en su sitio. Si no, no servirá de nada —ordenó Pedro.
Matías asintió con la cabeza.
—Sin problema. Uno de nosotros la sujetará durante todo el camino para que no se mueva. Buen trabajo, Pedro.
Paula sujetó la cánula con esparadrapo, sonriendo. Matías tenía razón. Pedro había hecho un buen trabajo. Y, a juzgar por la tranquilidad con la que se lo tomaba, debía haberlo hecho muchas veces.
—No sé cuál es su especialidad, pero seguro que no es la obstetricia —dijo, sonriendo.
—¿No cree que pueda traer un niño al mundo?
—Era una broma. Ha sido impresionante, doctor Alfonso.
—¿Impresionante para un machista insoportable? —sonrió él.
—Admito que quizá me he equivocado. Pero le recuerdo que usted me engañó con sus comentarios sobre las mujeres.
—Es verdad. Estamos en paz.
Paula apartó la mirada, incómoda. Nunca había conocido a un hombre que la hiciera sentir tan mujer como Pedro Alfonso. Para disimular su agitación se concentró en Franco, mientras el equipo de rescate preparaba todo lo necesario para el descenso.
—Parece que ahora respira bien.
—Me alegro de que no se perdiera en la niebla —dijo Pedro entonces.
Matías miró de uno a otro, divertido.
—¿Perderse Paula? ¡Lo dirás de broma! Era miembro del equipo de rescate hasta que...
—Estamos preparados, Matías—lo interrumpió Paula, para evitar que le diera detalles de su vida privada.
—¿Estaba en el equipo de rescate?
—Sí. Aceptan rubias, ¿Sabe?
Los ojos de Pedro brillaron de admiración.
—Paula estuvo en el equipo mucho tiempo —volvió a intervenir Matías—. Conoce esta montaña como lapalma de su mano. No se perdería aunque le taparan los ojos.
—¿Taparle los ojos? Eso no suena nada mal —sonrió Pedro, mientras se ponía los guantes—. Bueno, chicos, vámonos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario