lunes, 4 de diciembre de 2017

Un Pacto: Capítulo 57

–Conoces a mi hijo, ¿No? –intervino Ana.

–Ehh... Sí.

–Fue una tragedia la muerte de su esposa y su hija en un accidente de coche. Y lo peor fue que Pedro se culpó por ello. Como estaba ocupado con un contrato, Jesica y Martina fueron a la boda de una amiga solas. Él iba a ir más tarde. Es muy buen conductor, así que se convenció de que si él hubiera conducido el accidente no habría ocurrido.

La vieja dama suspiró.

–Nunca sabremos la verdad. Pero el asunto es que Pedro no sale con nadie, ni se implica en ninguna relación ya.

Paula estaba inmóvil. Recordaba la expresión en la cara de Pedro el día que le había contado lo de Martina y Jesica. Pero no le había dicho que él se había sentido responsable de su muerte. Había sido demasiado doloroso para él. Y ella no había querido preguntarle los detalles. Y desde ese momento ella no había hecho más que apartarlo. De pronto se dió cuenta de algo: su madre no sabía que algo había cambiado en su hijo, porque se había enamorado otra vez. A pesar del pasado había vuelto a amar. Había comprendido que el amor y la posibilidad de la pérdida iban juntos en la vida, pero que el amor era lo más importante. Frunció el ceño. ¿Qué había dicho él? ¿Algo del metro de Toronto? Ahora se daba cuenta de que había estado tan preocupada por echarlo que ni se lo había preguntado. Ahora comprendía por qué se había echado la culpa de su caída también. Por lo menos había tratado de tranquilizarlo en ese sentido; algo había hecho bien, pero sólo eso.

–Pero seguramente tú sabrás todo esto por Pedro ya.

–N... No –dijo Paula.

 –¡Ah! Pensé que ustedes habían tenido... ¿Cómo diría? una relación bastante íntima.

Paula se puso colorada. Unos ojos grises como los de Pedro la miraban fijamente.

–No sabía que se culpaba del accidente.

–¿Y te habría importado de haberlo sabido?

Pedro había perdido una hija. Y Paula, echándolo, e impidiéndole que tuviera algo que ver con ella, le quitaba otro hijo. Eso era algo que le había rondado en la cabeza desde que él le había hablado de Martina, pero no había sido consciente hasta ese momento. Sintió ganas de hundir su cabeza y llorar. Entonces contestó con un nudo en la garganta:

–Sí me hubiera importado.

Ana asintió con la cabeza para sí misma, y dijo:

–Sentémonos y tomemos el té.

Paula se sentó en el sillón más cercano; Ana se colocó al otro lado de la chimenea y sirvió el té en un delicado juego de porcelana china.

–Tengo que confesarte algo, Paula. Estoy haciendo algo inconsciente esta tarde... Estoy interfiriendo en la vida de mi hijo sin su consentimiento y sin que lo sepa siquiera.

Paula tomó un trozo de bizcocho, que estaba delicioso, y que seguramente tenía muchas calorías, y esperó. El bebé le daba patadas, no más de las que se merecía, pensó.

–Desde el primer día que los ví juntos en mi casa, supe que había algo entre ustedes. El día del concierto fue la confirmación. Y empecé a sospechar que Pepe era el padre de tu hijo. En noviembre descubrí que así era. Pensé que él debía casarse contigo, pero él me dijo que no querías casarte con él. ¿Es cierto?

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