Paula arregló las ramas del árbol de Navidad para que tuviera el mejor aspecto posible. Habían pasado dos semanas desde su conversación con Pedro y el invierno ya había llegado. Los días eran demasiado cortos y las noches demasiado largas para pasarlas sola y preocupada. Lo echaba de menos. Extrañaba su compañía y la de Franco. Los quería mucho, y se preguntaba si alguna vez pensarían en ella.
Había salido varias veces con Eva y todas se había aburrido. No le gustaban los bares ni los conciertos ni sus amigos. Y desde luego no le gustaba el efecto del alcohol. La próxima vez que la invitara a salir, se negaría. Pero ahora tenía otros problemas. A pesar de las Navidades, con la llegada del invierno el negocio bajaba bastante y no había mucho que hacer. Tenía suerte de que Patricio la quisiera en el vivero, aunque sabía que solo le había ofrecido el empleo por hacerle un favor a Pedro.
Durante las largas noches, cuando no podía dormir, hacía planes. La semana anterior se había sacado el carnet de conducir con el coche de Eva y había abierto una cuenta bancaria para sus ahorros. Cuando Camila volviera al departamento, tendría que buscar otro lugar donde vivir. También había empezado a escribir un diario, con la esperanza de que algún día Sofía preguntara por ella y quisiera conocerla más a fondo. E incluso se había puesto a cocinar, pensando que tal vez podría conseguir un empleo de cocinera si Patricio decidía renunciar a sus servicios. Si le salía bien, llevaba la comida al trabajo y la compartía. Si le salía mal, la tiraba a la basura o acababa en las fauces de Tom. Hasta pensó en la posibilidad de marcharse a vivir a un rancho. No tenía experiencia, pero podía aprender.
Aquella tarde, cuando bajo del autobús y se dirigió a casa, hacía viento y amenazaba lluvia. Pero eso no fue lo peor. Noelia la estaba esperando en el portal.
—Hola —dijo la mujer al verla.
—¿Que quieres? —preguntó Paula.
—Hablar contigo si tienes un momento.
Noelia la miró de los pies a la cabeza.
—No creo que tengamos nada de lo que hablar.
—No, supongo que no. Pero Martín ha dicho que debía intentarlo. Me voy mañana a Londres.
—¿Quien es Martín?
Noelia arqueó una ceja.
—Ah, vaya, así que sientes curiosidad… llamé al vivero y me dijeron que ya habías salido. Invítame a tu casa y te lo contare.
Paula dudó. Pero sentía curiosidad y no tenía nada que perder, así que aceptó.
—Esta bien, puedes subir. Pero solo si no te quedas mucho tiempo.
—Si me quedara mucho tiempo, aprovecharía la ocasión para enseñarte buenos modales —ironizó Noelia.
Entraron en el edificio y se dirigieron al ascensor. El perfume de Noelia lo invadió enseguida. Entonces, notó que Noelia llevaba un gran anillo de diamantes, como los que se regalaban para los compromisos matrimoniales, y se sintió enferma al pensar que se iba a casar de nuevo con Pedro. Seguramente se marchaban a Londres de luna de miel. Tom se acercó corriendo cuando abrió la puerta del piso. Paula lo acaricio y Noelia se apartó y echó un vistazo a su alrededor.
—Es un piso muy coqueto —dijo antes de sentarse en el sofá.
Paula se quitó la chaqueta y se sentó en una silla.
—Dí lo que tengas que decir y márchate.
—Nunca lo entenderé…
—¿A que te refieres?
—No sé que ha visto Pedro en tí.
—Nada. Es su sentimiento de culpabilidad.
—No lo creo. Pero bueno, Martín ha dicho que debía venir y he venido.
—¿Y quién es Martín?
—Mi prometido —respondió, enseñándole el anillo.
—¿Tu prometido? No entiendo nada. ¿Y que pasa con Pedro?
—Lo he intentado todo, pero no funciona. Te quiere a tí.
Paula la miró con asombro.
—Pensaba que volvería a mi lado cuando Mariano llegó a Denver, pero me equivoqué. Dice que lo que le pase a mi familia es asunto nuestro. Que ese hombre ya ha hecho bastante daño.
—Lo dice porque lamenta de verdad lo que me pasó.
—No es solo por eso. Pero de todas formas, Martín cree que debo hacer un esfuerzo para aclarar las cosas entre nosotros. Por eso he venido a verte. Me marcho por la mañana.
—A Londres…
—En efecto. A Martín le han ofrecido un empleo allí. Además, estaremos cerca de Paris y de Ámsterdam y sé que será divertido.
—¿Te llevas a Franco?
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