Paula se despertó cuando una simpática enfermera le dijo:
—Señora Alfonso, sus padres están aquí. ¿Quiere verlos o prefiere que les diga que está durmiendo?
Paula se incorporó en la cama con gran esfuerzo.
—Sí, dígales que pasen.
—¡Pobre hija mía! —exclamó Alejandra al entrar en la habitación y acercarse a la cama de Paula para darle un tierno abrazo—. Pedro nos ha llamado para decirnos que estabas en el hospital. ¿Cómo te encuentras? ¿Y el niño?
—Los dos estamos bien, mamá —respondió Paula apretando la mano de su madre.
Su padre se le acercó y le puso una mano en el hombro.
—Paula… —Miguel tragó saliva—. Paula, hija, he sido un estúpido. Tu madre me ha dicho que hablaron y… No sé qué decir, excepto que te quiero y que espero que te recuperes lo antes posible.
Paula extendió los brazos hacia él y encontró consuelo en el abrazo de su padre. Luego, cuando se separaron, le conmovió ver el brillo de sus ojos.
—¿Cuándo te van a dar el alta? —le preguntó su madre.
—No estoy segura. Creo que mañana.
—En ese caso, nos vamos para que descanses —dijo su padre—. Pedro está ahí fuera. Llámanos si necesitas algo. Y cuando te encuentres mejor, prepararemos una parrillada en el jardín o algo.
Paula sonrió a su padre.
—Estupendo, papá.
Miguel se agachó para besarla en la cabeza.
—Cuídate mucho, princesa.
—Lo haré.
Pedro parecía agotado y decaído cuando entró en la habitación después de que sus padres se marcharan.
—Creía que ibas a morir —dijo él—. No puedo perdonarme no haberte cuidado mejor.
Paula le agarró la mano y se la llevó al vientre.
—Es tuyo, Pedro —dijo ella con voz queda—. El bebé es tuyo.
—Lo sé —Pedro tragó saliva—. El médico me ha dicho que estás embarazada de cuatro meses. ¿Podrás perdonarme?
Paula parpadeó para contener las lágrimas.
—No tengo nada que perdonarte. Tú no has hecho nada malo. Fui yo, ¿o se te ha olvidado?
Pedro apartó la mano y comenzó a pasearse por la habitación. Al cabo de unos segundos, se volvió a ella y la miró fijamente.
—No quiero que nos divorciemos, pero voy a poner una condición, que jamás veas ni hables ni menciones el nombre de Facundo Pieres.
—Sí es eso lo que quieres…
—Es un requisito indispensable para evitar el divorcio, Paula —dijo él—. No quiero vivir el resto de nuestras vidas bajo el espectro de ese hombre.
—Lo comprendo.
—No estoy dispuesto a perderte otra vez —dijo Pedro con voz ahogada por la emoción—. Te quiero demasiado.
Paula respiró profundamente.
—¿Lo dices porque ahora ya estás seguro de que fuiste tú quien me dejó embarazada?
Pedro frunció el ceño.
—No, claro que no. ¿Cómo se te puede ocurrir semejante cosa?
—Porque me has dicho muchas veces que ya no me querías —respondió ella—. También has dicho que nunca me perdonarías, que había destrozado nuestro matrimonio.
Pedro se pasó una mano por el cabello.
—Sé lo que he dicho, pero la verdad es que quiero que vuelvas a mi lado.
—¿Por el niño?
—Paula, aunque no fuera mi hijo habría querido que te quedaras conmigo —insistió él—. Iba a decírtelo anoche, cuando Gina y Bruno se marcharan.
Paula quería creerle, pero no podía estar segura de la veracidad de las palabras de él. Además, el hecho de que Pedro le prohibiera siquiera mencionar el nombre de Facundo indicaba que no la había perdonado.
—¿Me quieres de verdad? —preguntó ella con voz apenas audible.
Pedro se sentó en el borde de la cama, le agarró una mano y se la besó.
—Te adoro, mi vida. Te necesito. Las últimas horas han sido un infierno para mí pensando que iba a perderte para siempre. Pero esto ha hecho que me diera cuenta de muchas cosas, como acusarte de esconder la cabeza en la arena cuando yo estaba haciendo lo mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario