Paula miró a los dos hombres y tuvo la impresión de que se acababan de intercambiar un mensaje mudo.
Jan le colocó posesivamente la mano a Pedro sobre el pecho.
—Mi abuelo no se encuentra muy bien, así que voy a llevarlo a casa. Siento que nos tengamos que marchar tan pronto, pero es necesario —dijo él suavemente.
—Oh, ¿en serio? —protestó Jan—. ¿No te puedes quedar aunque tu abuelo se vaya? Podemos llamar a un taxi para que lo lleve a casa.
—No voy a dejar que se vaya solo —respondió él, endureciendo el tono y apartando la mano de Jan de su pecho. Paula sintió que su hermanastra había cometido un error con él.
—Pero no es necesario que te vayas tú... —y se volvió hacia Paula—. ¿Puedes hacernos un favor y acompañar al señor Alfonso a casa, Paula? Sabes que no te gustan las fiestas, y él estará bien contigo. Además, Pedro aún no ha podido hablar con David.
Paula estuvo a punto de soltar una carcajada. El desparpajo de Jan nunca dejaba de sorprenderla. Abrió la boca para decir algo que no le comprometiera demasiado, pero Theo la interrumpió.
—No, gracias, señorita Sutherland. No me sentiría cómodo comprometiendo a su hermana de ese modo. Ahora tenemos que marcharnos —y tomó el brazo de su nieto—. Me siento algo débil.
Pedro tampoco se sentía demasiado bien. A él le gustaba siempre controlar la situación, y aquella noche, se había visto superado por los acontecimientos. Quería hablar con Paula, o... hacer algo más que hablar con ella. Pero aquél no era el momento ni el lugar. Además, cuanto antes se marchara de allí, mejor.
—Disculpen, señoritas, pero nos tenemos que marchar —dijo Pedro—. Despídeme de tu padre, Jan. Te llamaré más tarde. Paula, seguro que nos volvemos a ver.
«No si yo te veo primero», pensó ella, y mientras Jan monopolizaba la atención de Luke , ella se volvió hacia el abuelo.
—Cuídate, Theo.
—Lo haré, gracias. Has sido muy amable conmigo, y aunque estoy disgustado porque no podré recuperar la casa de Zante, me gustaría agradecerte tu amabilidad llevándote a comer mañana antes de volver a Grecia.
—Mañana no puedo —dijo ella, alegrándose de tener una excusa real. Ya había mentido a Theo una vez, y prefería no volver a hacerlo—. He quedado para comer con mis suegros en Eastbourne. Alan murió hace dos años, pero aún mantenemos el contacto y voy a verlos todos los meses —dijo.
Por más que le agradara el anciano, no deseaba tener nada que ver con su nieto, y cuanto antes salieran los Alfonso de su vida, mejor. Paula se sintió aliviada cuando los vio salir de la sala.
—Mil gracias —le dijo Jan sarcásticamente cuando volvió después de haber acompañado a los hombres a la puerta—. Podías haber acompañado al viejo a su casa para que Pedro y yo pasáramos más tiempo juntos.
—Tal vez —le respondió ella—. Tú conoces a Pedro mejor que yo, pero a mí me parece el tipo de hombre que hace lo que le apetece en cada momento. Supongo que hará lo mismo con las mujeres, y no le veo muy fiel —era lo más lejos que podía llegar advirtiendo a Jan—. Espero que sepas en qué te metes.
—Ése es el problema —respondió Jan—. Que por más que lo intento, aún no he conseguido meterme en nada y me muero de frustración. Las revistas dicen que está saliendo con Anabella Lovejoy, una diseñadora de Nueva York, pero él está aquí ahora, ella no y yo sí, y él debe estar pensando lo mismo. Es conocido por la cantidad de mujeres con las que se ha acostado y por sus proezas como amante.
Paula no pudo aguantar más y echó a reír. Había un toque de histeria en sus carcajadas, pero Jan no se dio cuenta.
Dos horas más tarde, estaba en la casita que había comprado con Alan en Bayswater.
En su apartamento, Pedro miraba a su abuelo sin acabar de comprender la situación. El hombre no había dicho nada en todo el trayecto de vuelta a casa, y sólo cuando llegaron declaró que la casa no estaba a la venta y que no iba a volver a pensar en ello. Sentado en el sofá frente a él, Pedro echaba de menos la chispa de alegría que siempre brillaba en sus ojos y la expresión de su rostro reflejaba resignación.
—Entonces, después de todo lo que has hecho para intentar recuperar la casa de Zante, ¿me dices que ya no te importa?
—Claro que me importa, pero me he dado cuenta de que es imposible —le contó las condiciones del testamento.
—Pero estas condiciones se pueden romper —dijo Pedro—. Aún puedes seguir luchando por la casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario