domingo, 3 de mayo de 2015

Atrapada en este Amor: Capítulo 35

— ¿Adonde irás?
—Aún no lo he decidido.
— ¿Te marcharás con el hombre que te espera en Chicago?
— ¿Y por qué no? —Replicó ella con ironía—. Hay hombres en el mundo que desean algo permanente.
—Idiotas.
—No. Simplemente hombres corrientes que están cansados de vivir solos.
—Yo no tengo por qué estar solo, cielo —dijo él con una fría sonrisa—. Lo único que tengo que hacer es chascar los dedos.
—Lo sé. Mientras el dinero te dure, no pasará nada. Sin embargo, ¿quién acudiría a tu lado cuando estuvieras enfermo si no tienes dinero? ¿Quién te leería si te quedaras ciego o te tomaría la mano si te estuvieras muriendo?
Pedro cerró los ojos brevemente. Casi no podía soportar el dolor. Paula habría hecho todas esas cosas porque lo amaba. Sin embargo, no podía corresponderle del mismo modo. No se atrevía...
—Tengo que marcharme —anunció con voz firme.
No miró hacia atrás. Se dirigió directamente al coche y se metió en él. Paula observó cómo se marchaba antes de cerrar la puerta. Suponía que debería estarle agradecida por haberle dado la posibilidad de romper con el pasado. A partir de aquel momento, podía seguir con sus planes, con su vida, sin seguir soñando sueños imposibles. Acababa de darse cuenta de lo imposibles que habían sido.
Necesitaba desesperadamente marcharse durante un par de días. Además, tenía reuniones con clientes que no podía posponer. Llamó a la señora Dade a su casa y le pidió que le diera el lunes libre para poder ocuparse de la venta de la casa de su tía. No era cierto, pero sirvió para evitar que tuviera que ir a trabajar.
Minutos más tarde, llamó para que le enviaran el avión a recogerla. Se puso la peluca y el abrigo dos horas más tarde, llamó a un taxi y ya estaba esperando en el aeropuerto cuando el avión llegó. Aquella misma tarde estaba en su casa con Franco entre sus brazos. Al menos, así tenía tiempo para aceptar el rechazo de Pedro. Y pensaba aprovecharlo todo lo que pudiera.
Aquella noche, Franco estaba sentado en el regazo de su madre mientras ella veía por televisión las noticias de economía. Su hijo. Sólo con mirarlo, se sentía cálida y femenina. Pedro le había dicho que no quería tener hijos. Una pena. Él jamás conocería la alegría de ver generaciones de su familia en el rostro de Franco ni de verse amado por el niño.
—Mami, ¿por qué tienes que ver eso tan aburrido?
—Mi niño —comentó ella entre risas—. Eso tan aburrido me ayuda en mi trabajo.
— ¿Eres un hombre de negocios?
—No. Soy una mujer de negocios —le corrigió ella—. Ya lo sabes.
—Supongo que sí. He sacado un diez en ortografía —dijo—, pero le tiré un bloque a Betty y tuve que ir al despacho para hablar con el señor Dodd.
— ¿Llamó él aquí?
—Sí. Llamó al señor Gimenez. Él dijo un par de palabras feas y le soltó al señor Dodd que si Betty me volvía a pegar, yo tenía su permiso para tirarle otro bloque, También le dijo al señor Dodd que si me volvía a regañar por defenderme, él le daría al señor Dodd un buen bocadillo de nudillos. Al día siguiente, el señor Dodd estaba muy nervioso.
Paula  tuvo que ahogar una carcajada. El señor Gimenez ejercía aquel efecto en la mayoría de las personas
—A pesar de todo, no deberías pegar a nadie.
— ¿Por qué no si me pegan a mí primero?
En aquel momento, el teléfono empezó a sonar, librando a Paula  de tener que encontrar una respuesta. Gimenez asomó la cabeza por la puerta.
—Es McGee. Quiere saber si estarás en el despacho mañana.
—Dile que sí y pregúntale... No importa. Ya se lo preguntaré yo. Volveré dentro de un momento, hijo.
—Claro —repuso el niño, sabiendo que no sería así
A la mañana siguiente, estaba en el despacho antes de que abriera oficialmente. Utilizó su llave para entrar. Por su aspecto, parecía la ejecutiva que en realidad era con su traje oscuro, blusa blanca y zapatos muy elegantes. Se sentó a su escritorio y empezó a leer los informes que tenía encima. Mientras trabajaba, no podía dejar de pensar en el pequeño discurso que le había echado Pedro. En resumidas cuentas, la dejaba porque no podía consentir que ella fuera la dueña de su mundo. Se permitió una sonrisa. ¿Qué diría Pedro cuando descubriera que tal vez fuera él quien no encajaba en el de ella?
La posibilidad de que él se negara a cederles los contratos de minerales y que hubiera que absorber por completo su empresa empezó a preocuparle. ¿Lo haría sólo por venganza o por el bien de su propia empresa?
Si tenía que obligar a Pedro a renunciar a la empresa que era su vida entera, ¿podría cargar con esa culpa? Don le había dicho que podrían conseguir aquellos minerales en otra parte, y probablemente así era. Sin embargo, los costes se incrementarían espectacularmente, sobre todo en transportes. Ese esfuerzo podría terminar pasándoles factura a ellos. Joaquín no lo sabía, pero Paula  sí. No había dejado ningún cabo suelto en aquel proyecto. Efectivamente, no le quedaba más remedio que seguir adelante con su plan.
McGee llamó a la puerta y entró en el despacho, cerrando la puerta a sus espaldas.
— ¿Cuánto tiempo vas a quedarte aquí?
—Sólo hoy. Tal vez mañana si llamo para decir que estoy enferma. ¿Qué es lo que querías?
—Saber si te has dado cuenta del tiempo que tu cuñado se pasa en este despacho y lo que está sacando de tus archivos.
— ¿Sabes lo que estás diciendo?
—Por supuesto. Te estoy diciendo que Joaquín Gonzalez está trabajando en tu contra a cada oportunidad que tiene. Con esta pelea que has entablado con Alfonso Properties, le has puesto un arma en las manos y te va a destruir con ella si no tienes cuidado.
Paula entornó los ojos. Acababa de comprobar que sus sospechas no eran totalmente infundadas.
—Cuéntamelo todo.
—Se ha aprovechado de tu ausencia y les ha dicho a los clientes que estás de vacaciones. Ha desviado varios asuntos a su propio despacho, ha convencido a tu antigua secretaria para que se vaya a trabajar con él y, en su tiempo libre, está cultivándose a tus ejecutivos en fiestas. Además, ha ido hablando con todos los accionistas de Alfonso Properties, no sólo con los que tú le pediste que contactara.
—Me pregunto con qué fin.
—Creo que lo sabes. Nosotros creemos que va a pedir un voto de «no» confianza para ti en la próxima reunión de accionistas.
— ¿Crees que lo conseguirá?
—De mí no. Los beneficios que has reportado a la empresa resultan difíciles de ignorar, aunque este asunto de los minerales no esté muy claro. Estoy contigo. Y también cinco de los otros. Sin embargo, Joaquín tiene mucho peso con algunos de los restantes y lo está ejerciendo. Ten cuidado.
—Lo haré —dijo, poniéndose de pie—. Esos minerales son necesarios, ¿sabes? He estado trabajando en un informe que explica mi posición. Te lo dejaré y asegúrate de que todo el mundo tenga una copia. No quiero que nadie piense que sólo busco venganza. Tenía razones personales para querer echar a Pedro Alfonso, pero ya están superadas. Ahora, se trata estrictamente de negocios. El coste de transportar los minerales que necesitamos de otros estados sería desorbitado. Además, Alfonso no tiene razones legítimas para negarme esos contratos y sus directores lo saben. Si puedo conseguir que se deshaga de ellos, lo haré. Con Joaquín o sin Joaquín.
—Bien dicho —afirmó McGee con una sonrisa—. Jamás creí que te interesara la venganza. Eres demasiado sensata —añadió. En silencio, Paula dio las gracias porque McGee no lo supiera todo—. Has perdido un poco de peso, ¿no?
—Probablemente. Siempre me ocurre con el frío. Tráeme las cifras de la fusión con Camfield Computers, ¿quieres?
—No puedo. Las tiene Joaquín
—Pero si le estamos proporcionando personal de apoyo. Tenemos todo el derecho del mundo a tener acceso a los detalles del contrato.
—Veré lo que puedo hacer —dijo McGee—. No sabes lo mucho que se ha implicado en todo lo que hacemos aquí.

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